Mi amigo
LA ZARABANDA ·
Pienso en Germán y se me mete en la cabeza la entera JumillaPensaba que no se iba a morir nunca. Daba por fijo que tendría que ser algún día. Pero nunca estuve seguro de que esa fecha fuera a llegar. A pesar de que deambulaba, como yo mismo, por la edad que llaman provecta. No me podía yo imaginar su muerte impresa en la tarja, que es el cartel que tenemos en Jumilla para dejar constancia palpable de que nos hemos muerto bien muertos. Quiero decir del todo.
Cada vez que tenía la necesidad de acordarme de mi pueblo, pensaba en Germán. Y en el halo que circundaba su persona, se me representaba Jumilla. El paisaje y sus gentes. Conocía a todo el mundo. Eso es verdad. Pero aún más verdadero que todo el mundo lo conocía a él. Ni alto, ni bajo, con sus gafas graduadas desde pequeñico, con su miaja de barriga de más, que él no solo no escondía, sino que le daba realce palpándola mientras hablaba contigo.
Era muy dicharachero. Le gustaban las sentencias. Y usarlas cuando venía al caso. Se manifestaba despacico, alargando las palabras. Y para cualquier asunto (sobre la vida o sobre la muerte) tenía dispuesta una explicación, digamos que peculiar. ¿Pero por qué peculiar y no lo que se lleva en materia de conversaciones? Pues porque él era Jumilla. Y como tal se comunicaba con el entorno. Sus maneras, sus dichos, sus ocurrencias, sus manías, sus afectos, su humor, sus exageraciones, su recámara... Todico en él era jumillano.
Si yo te hubiera dicho ayer mañana, antes de llevarte a Santiago, la iglesia que tanto te chifla: «Sabrás que, nada más morirte, te he puesto unas letras para mi rincón del periódico».
–¡Ah! En la Zarabanda.
«Y mientras escribía me he tomado dos copas (o quizás tres) de vino de este nuestro». Y tú, con la cabeza un poco agachada, como si reflexionaras, alargando las palabras para darles esa prosopopeya tan natural en ti, me reñirías aunque riéndote por dentro: «Pero, hombre, ¿cómo se te ocurre? Seguro que te habrá salido un churro». Y mirándome a los ojos: «¿Cómo es que, siendo tan amiguico mío, haces una cosa así?».
Y yo: «Pues porque te quiero, tonto la nona. ¿Niaún te habías percatao?».