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El jurado

Hay muchos casos en que el malo malísimo de hoy aparece dentro de unos años como una víctima cuyos derechos fueron violentados

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Sábado, 30 de junio 2018, 00:15

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Soy un gran admirador del mundo anglosajón. Tienen espíritu cívico, espíritu comunitario, su democracia es muy representativa y respetan al máximo las libertades individuales. Son prácticos y no pasan una a sus políticos en asuntos de corrupción. Me gustan, coño. Hasta cómo escriben sus autores. Pero en los últimos tiempos he cambiado de opinión con respecto a una de sus instituciones emblemáticas: el jurado.

La justica del pueblo. Debo confesar que la idea me seducía y mucho. El jurado, una institución en la que responsables del pueblo llano deciden lo que ha de hacerse con un reo que, supuestamente, ha delinquido. Doce hombres y mujeres como cualquiera de nosotros que se aseguran de acercar la Justicia a la gente. Una idea romántica y muy democrática que a mí, a priori, me atraía mucho. De hecho, ya lo tenemos aquí. No me gusta. No funciona bien. Soy un gran consumidor de docuseries y debo decir que las hay excelentes, sobre todo en HBO y Netflix. Muchos de estos documentales se ubican en un género que hace furor: el docudrama judicial, basado en hechos reales y magníficamente documentado, pueden ustedes asistir como espectadores privilegiados a la perpetración, enjuiciamiento y resolución de los delitos más mediáticos de los últimos años.

Falla más que una escopeta de feria. Y cuando uno ve 'Made in America' (la fantástica historia de O.J. Simpson), 'The Jinx', 'Making a Murderer' o 'Paradise Lost', compruebas cómo de influenciable es un jurado, en casos en que la prensa y la opinión pública ya han llevado a cabo una condena previa. La creación por parte de los Estados Unidos del CoDIS, un macrobanco de datos en que se incluyó el ADN de toda la población fichada del país, provocó que salieran a la luz multitud de condenas que eran injustas. Se identificó a muchos culpables -que curiosamente estaban en prisión por otros delitos- y tuvieron que ser liberados muchos inocentes, algunos de ellos en el mismísimo corredor de la muerte. Las asociaciones de derechos humanos se sumaron para ayudar a todos aquellos falsos culpables a los que la ciencia liberó. Todos estos inocentes fueron condenados por jurados que, al no ser profesionales, se dejaron llevar por los sentimientos, por la prensa o por ciertas triquiñuelas de la fiscalía o la policía que ya habían decidido quién era el culpable.

Es mejor que te juzgue un juez. Después de empaparme multitud de estos casos, debo decir que una gran parte de los miembros de estos jurados carecen de preparación para entender que una simple duda razonable ha de suponer que se declare al inculpado como 'no culpable'. Soy profesor de Biología y debo decir que amplios sectores de nuestra población no tienen una buena información sobre ADN y Biotecnología en general, y esas personas han de interpretar sesudos análisis sobre ADN mitocondrial, de contacto o transferencias que a veces son fundamentales de cara a obtener un veredicto justo. Es por esto que muchos inocentes fueron condenados con pruebas meramente circunstanciales. Estas misma sentencias, sin evidencia científica que ligue al reo al crimen, son impensables por parte de un juez, un profesional de la ley.

Aquí también tenemos nuestras cagadas. Es cierto que aquí también hemos tenidos errores cometidos por parte de los jueces. Les pondré un ejemplo: la mayor parte de los ciudadanos de este país no saben que Miguel Ricart fue condenado sin ninguna, repito, ninguna evidencia biológica que le ligara al crimen de Alcaçer. Solo fue condenado por una confesión, de la que luego se retractó. Este es otro fenómeno interesante que se desprende del visionado de estas docuseries: las falsas confesiones. A raíz de lo del CoDIS, se descubrió que se había condenado a tipos por una simple confesión producto del interrogatorio durante doce horas de un sospechoso en muchos casos de bajo cociente intelectual. Y eso, un jurado, no lo entiende.

Incomprensible. Resulta entonces increíble que O.J. Simpson fuera exonerado por un jurado o que Robert Durst ('The Jinx') saliera tan campante por la puerta del juzgado tras matar y descuartizar a un vecino porque sus costosísimos abogados lograron convencer a un jurado cándido en exceso. Aquí, para muestra, valga lo de Dolores Vázquez, la mala malísima de toda una época a la que un jurado condenó porque era lesbiana, tenía mala hostia y había tenido una relación con la madre de la víctima. Hay muchos casos en que el malo malísimo de hoy aparece dentro de unos años como una víctima cuyos derechos fueron violentados. Amigos, dejemos a los jueces trabajar, y vamos a replantearnos lo del jurado, que ya no me convence.

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