Utopía
Así me parece ·
Feijóo no creía en las meigas, pero llamó a La Moncloa. Se entrevistó con Sánchez. El presidente no salía de su asombro. Se limitaba a asentir y a darle la razónNúñez Feijóo se despertó sobresaltado, sudoroso, angustiado, con la respiración entrecortada. No sabría decir si había tenido un sueño o una pesadilla. En cualquier caso, ... ahora, ya despierto, lo recordaba todo con asombrosa nitidez. Se le había aparecido el espectro de D. Manuel Fraga Iribarne. El viejo patrón de la derecha iba en mangas de camisa, con su corbata azul marino, y sus anchos y llamativos tirantes. Y, con ese vozarrón suyo de toda la vida, le habló con absoluta claridad: «Mi querido amigo: así no. Así llevas el partido a la ruina. Por evitar que avance Vox, nos estás alejando de la moderación, que es nuestra señal de identidad por excelencia, tal y como defendimos los fundadores del partido. Así que procede que rectifiques. Llama a La Moncloa, y dile a Pedro Sánchez que deje de marear la perdiz; que deje de buscar los votos de los separatistas y comunistas; que no los necesita; que el PP está dispuesto a hacer posible, con su abstención en el Congreso, que salgan adelante los Presupuestos Generales del Estado; y que también estamos dispuestos a sentarnos a negociar una reforma del Título VIII de la Constitución, una reforma de la financiación autonómica, y una reforma del sistema electoral que reste fuerza política en Madrid a los separatistas vascos y catalanes; y, ya puestos, también una reforma del sistema tributario y del sistema educativo». Y, dicho esto, D. Manuel se esfumó de golpe, con la misma rapidez con que había aparecido.
Feijóo no le contó a nadie esta aparición. Pero no tuvo la más mínima duda en cumplir al pie de la letra todo lo que Fraga le había ordenado. Feijóo, como buen gallego, no creía en las meigas. Pero, por si acaso, llamó a La Moncloa. Se entrevistó con Pedro Sánchez. El presidente del Gobierno no salía de su asombro. Se limitaba a asentir y a darle la razón en todo. Le dijo que en menos de tres semanas se presentaría en el Congreso el proyecto de Presupuestos Generales del Estado, y que daría instrucciones a Bolaños para empezar las negociaciones con el PP sobre las reformas que Feijóo le planteaba. Después, hubo una rueda de prensa en La Moncloa, en la que comparecieron juntos el presidente del Gobierno y el jefe de la oposición. Los periodistas se frotaban los ojos con incredulidad. ¿Era cierto lo que estaban viendo? Algunos, en sus crónicas, destacaron una frase de Feijóo: «El interés general de los españoles no es compatible con que el Gobierno de la nación dependa de las exigencias de separatistas y extremistas». Y otros destacaron las palabras de Pedro Sánchez: «Hemos acordado dar estabilidad a esta legislatura. Y, en nombre de los millones de españoles que el PP y el PSOE representan, hemos decidido aprovechar lo que queda de legislatura para emprender una serie de reformas que España necesita».
Algunas semanas después, Felipe González Márquez dormitaba plácidamente en su casa de Madrid. En esa zona indefinida entre el sueño y la vigilia, se le apareció Alfredo Pérez Rubalcaba. Felipe le saludó con afecto. El espectro le devolvió el saludo y le dijo: «Mi querido compañero: te estás equivocando. No es el momento de airear las críticas al Gobierno. Es hora de cerrar filas en torno a nuestro secretario general. Los tiempos han cambiado, Felipe. El PSOE no tiene mayoría absoluta. Y tiene que pactar y ceder. Tus críticas públicas dividen al partido y le debilitan. Y, entre eso y los graves errores de Pedro Sánchez, el PSOE en el futuro lo va a pasar muy mal. Así que rectifica. Proclama públicamente que apoyas al secretario general, y que animas a todos los que no estén de acuerdo con sus políticas a que hagan las críticas dentro del partido». Felipe despertó de repente de su siesta. Y no lo dudó. Llamó a Antena 3 y pidió que le hicieran una entrevista. Tres días después, en hora de máxima audiencia, Felipe expresó su lealtad al partido y a su secretario general. Todos los telediarios se hicieron eco de estas declaraciones. Y algunos entendidos en la materia nos dijeron que en las casas del pueblo de toda España los viejos militantes suspiraron aliviados.
Sánchez dimitió. Las Cortes invistieron presidente a Bolaños. En 2027, se celebraron elecciones. Ganó el PP
Eran demasiadas las emociones. El corazón de Pedro Sánchez estaba preparado para luchar en la adversidad, pero no para este cambio radical de escenario. El PP cumplió su palabra. Se abstuvo en el debate de totalidad de los Presupuestos Generales del Estado. Y, cuando terminó la votación, y Pedro Sánchez comprobó que aquello no era un sueño, sufrió un desvanecimiento en el escaño. Los médicos del Congreso diagnosticaron que se trataba de un fallo cardiaco, y le recomendaban evitar en el futuro nuevas e intensas emociones. Una semana después, por razones de salud, Pedro Sánchez dimitió. Las Cortes invistieron presidente a Félix Bolaños, con la abstención del PP. En 2027, se celebraron elecciones generales. Ganó el PP con mayoría absoluta.
Todo lo aquí relatado no ha ocurrido. Y, conociendo a los personajes, dudo que pudiera ocurrir alguna vez. Pero reconocerán conmigo que suena bien.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión