Las protestas de los agricultores
Así me parece ·
La pandemia de covid y la guerra de Ucrania nos han enseñado a los europeos que no deberíamos en el futuro depender de lo que fabriquen otrosEn toda la Unión Europea, ningún partido político está dispuesto a no darle la razón a los agricultores y ganaderos. Todos dicen que sus protestas ... están justificadas. Hasta el punto de que Ursula Von Der Leyen ha retirado parcialmente la exigencia de limitar los pesticidas. Si esto es así, si las protestas de los agricultores alemanes, franceses o españoles están fundadas ¿por qué no se les ha escuchado antes? ¿por qué se ha esperado a que los tractores colapsen las autovías y carreteras, bloqueen puertos y causen tantas molestias y perjuicios a otros muchos ciudadanos que no han podido desplazarse con libertad o que han sufrido graves quebrantos por las dificultades del transporte y del abastecimiento? ¿Por qué hemos llegado a esta situación? Muchos agricultores en toda Europa están poniendo en entredicho la eficacia y virtualidad de sus propios sindicatos agrarios. Lo hemos visto en España. Mucha gente del campo, cuando son entrevistados por la televisión o la radio, lo dicen abiertamente: no se sienten ni representados ni defendidos por los sindicatos agrarios; han decidido por sí solos, a través de las redes sociales, pero sin contar con ninguna organización sindical, sacar los tractores a las carreteras. Termine como termine este conflicto, una primera reflexión se impone: los sindicatos agrarios deberían intentar recuperar la confianza de los agricultores.
Los políticos, en toda Europa, tampoco salen bien parados de esta crisis. Visto su comportamiento, es inevitable pensar que, si ahora se les va a hacer caso a los agricultores, se debe fundamentalmente, no a que crean en la justicia de sus reivindicaciones, sino al temor de que los partidos más radicales crezcan demasiado en las próximas elecciones europeas. En España, y en otros muchos países europeos, este temor tiene su fundamento. Vox se desenvuelve con soltura en el sector agrario, y está sabiendo encauzar sus intereses y aspiraciones. En la actual campaña electoral gallega se está librando una sorda e intensa batalla por el voto agrario.
Por otra parte, el resto de la sociedad, los que no somos dirigentes ni de sindicatos ni de partidos políticos, solemos comprender y apoyar las reivindicaciones de los agricultores. Y esto no es de ahora, sino desde hace muchos años. Nunca nos ha parecido justo que, en las plazas de abastos, o en los supermercados, se vendan los productos agrarios a unos precios que duplican o quintuplican el precio pagado al agricultor. Las ganancias de los intermediarios nunca han sido bien vistas. Y, en algunos casos, se han considerado realmente abusivas. Y tampoco socialmente ha parecido bien que nuestros mercados sean invadidos con productos agrarios de países terceros, que, por tener menos costes laborales, de seguridad social, y fiscales, y menos exigencias fitosanitarias y ecológicas, vienen a hacer competencia desleal a los productos europeos.
Sin embargo, en todas las sociedades europeas entendemos que el problema que plantean los agricultores es muy complejo. Por lo pronto, los gobiernos de los Estados que integran la Unión no pueden resolverlos por sí solos. Las soluciones han de venir de la Unión Europea, mediante una política agraria global que proteja y ampare a todos los agricultores europeos. En mi modesta opinión, al trazar la futura política agraria común, deberían efectuarse, como mínimo, las siguientes reflexiones:
1. Puede que el peso del sector agrario en el PIB de la Unión Europea no sea importante. Pero nuestros políticos deben rechazar la tentación de desentenderse de la agricultura y ganadería europeas. La pandemia de covid y la guerra de Ucrania nos han enseñado a los europeos que no deberíamos en el futuro depender de lo que fabriquen otros, o de la energía que nos vendan otros. Y si no debemos depender ni del gas ruso ni de los semiconductores chinos, el abastecimiento de las despensas europeas no debería depender de las agriculturas de terceros países.
2. Debemos continuar con la política de homogeneización de rentas. El proceso de integración de Europa se funda en las solidaridades de hecho. La unión económica exige homogeneizar las rentas, no sólo entre países, sino también entre sectores de producción. Y el sector agrario, en toda Europa, es el de renta más baja. Hay que continuar con las subvenciones agrarias.
3. Uno de los valores de la Unión Europea es la libertad de comercio. Pero, para proteger a los agricultores europeos de la competencia desleal de terceros países, hay que flexibilizar la aplicación de este principio en un doble sentido: primero, estableciendo aranceles a los productos agrarios de terceros países, de modo que su precio en el mercado interno europeo sea igual al de los productos europeos. Y, segundo, hay que abaratar los costes de producción de los agricultores europeos. Esto afectará a los costes de la energía, cuyo precio debe subvencionarse. Y, sobre todo, hay que frenar los delirios de los ecologistas de gabinete, que salen muy caros, y que los pagan los agricultores. Y que, si no los atemperamos, si no reducimos el intervencionismo burocrático sobre la producción agraria y ganadera, podríamos terminar arruinando a nuestro sector primario.
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