De nuevo, la corrupción
Ha de ser perseguida, no solo porque repugne éticamente, sino también por puro pragmatismo: nos sale muy cara y no nos lo podemos permitir
La semana pasada estalló el escándalo del exministro de Transportes, José Luis Ábalos. En España, el debate social sobre la corrupción es casi tan antiguo ... como la democracia misma. No recuerdo ningún periodo largo en el que, de un modo u otro, no nos hayamos tenido que preocupar de alguna corruptela. De este modo, los españoles hemos tenido que meditar mucho sobre el fenómeno de la corrupción. Y hemos aprendido bastante sobre este tipo de asuntos. Algunas de estas reflexiones pueden ser útiles actualmente:
1. Hay muchas formas de corrupción. En esencia, siempre consiste en una conducta de seres humanos que anteponen el interés particular propio, o de terceros, al interés general de la sociedad. En el ámbito político, la corrupción tiene tres zonas en las que las circunstancias favorecen las corruptelas. Una de ellas, la política de personal. El interés general exige que se seleccione a los servidores públicos respetando los principios de publicidad, mérito y capacidad. Algunos políticos no siempre respetan estos principios, y nombran para importantes cargos retribuidos a sus parientes (nepotismo), o a sus amigos (amiguismo), o a sus compañeros de partido (clientelismo). El antídoto sería reducir al máximo las dotaciones presupuestarias para los llamados 'asesores' o 'personal de confianza'; y reducir en las plantillas los cargos de libre designación. De este modo, se evitaría que personas como Koldo García accedan a puestos de poder.
La otra zona propicia para la corrupción es la contratación administrativa. Siguiendo las directrices de la Unión Europea, la legislación española en la materia es muy avanzada y muy completa. Si se cumpliese la Ley de Contratos del Sector Público, sería muy difícil que germinase la corrupción en el ámbito contractual. Ahora bien, durante la pandemia, por razones de urgencia y de necesidad extrema, se flexibilizó la aplicación de la Ley, y se permitió la contratación directa de material sanitario. Ello explica las tribulaciones que han tenido que soportar muchos dirigentes políticos por escándalos de precios elevados y comisiones millonarias.
Y la tercera zona propicia para la corrupción es el urbanismo y la construcción. Los 'pelotazos' aquí han sido descomunales. Y los enriquecimientos personales, absolutamente deslumbrantes. Parece, sin embargo, que, después de que estallara la burbuja en 2008, y después de numerosos procesos y encarcelamientos, el asunto empieza a reconducirse para bien. Aunque la codicia de los especuladores seguirá siempre revoloteando en torno a la necesidad vital de la vivienda.
2. Todas las corrupciones nos salen caras, y las terminamos pagando los contribuyentes. Si hay 'mordida' en una construcción, el contratista rebajará la calidad de los materiales, y así nos encontraremos con autopistas que, al año de inaugurarse, ya presentan deformado el firme. Si colocamos a un amigo o a un pariente inútil en un cargo público, sus decisiones erróneas terminarán saliéndonos caras. Y si se aceptan aberraciones urbanísticas, se perjudicará la ordenación territorial, el medio ambiente y la racional distribución demográfica.
La corrupción ha de ser perseguida, no solo porque repugne éticamente, sino también por puro pragmatismo: nos sale muy cara y no nos lo podemos permitir.
3.- Lamentablemente, el fenómeno de la corrupción es trasversal. No se puede aislar en un partido político, porque afecta a todos. La ganancia fácil es muy atractiva. Tienta a todos, sean de izquierdas o de derechas. La carne es débil. Por eso nadie tiene el monopolio de la honradez. Nadie está libre de pecado. Nadie puede tirar la primera piedra. Y nadie, en serio, puede colocarse en el anaquel de los platos finos. Cuando yo era joven, un partido de izquierdas celebraba su centenario. Y acuñó el lema publicitario de «Cien años de honradez». Desde la derecha política le contestamos: «Pero ni un día más».
4. Los fenómenos de corrupción probados deberían tener tres consecuencias: una penal, con penas de privación de libertad. Esta consecuencia se ha producido en casos muy destacados. Hemos visto a políticos importantes ingresar en la cárcel. Otra consecuencia debería ser jurídico-civil: el corrupto debería devolver a la sociedad todo aquello en que se ha enriquecido ilícitamente. Esta consecuencia no ha funcionado nunca. Ha predominado lo que decía Marta Ferrusola, la mujer de Jordi Pujol: «el escándalo pasa y la fortuna se queda en casa». Y la tercera consecuencia es la responsabilidad política, mucho más amplia e imprecisa que la penal, y en cuya exigencia no se respeta el principio de presunción de inocencia, ni las demás garantías penales. El político, ante el comienzo de un escándalo, debe responder inmediatamente por sí y por las personas de su entorno, a las que debió vigilar con diligencia.
5. En fin, con este bagaje de conocimientos, podemos contemplar con cierta serenidad el debate político sobre el caso Ábalos. El PSOE no se puede permitir ni la más mínima tolerancia con la corrupción. En 2018, llegó al poder mediante una moción de censura fundada en una sentencia condenatoria por corrupción. Y el PP debería ser prudente y cauteloso. Es peligroso tirar piedras al tejado ajeno, cuando el tuyo es de cristal.
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