Moderación y bipartidismo
La gente está harta del PP y del PSOE por la banalización de los enfrentamientos, las tontunas de algunos dirigentes, su permanente electoralismo...
Los que éramos mayores de edad cuando en 1975 murió Franco, hemos votado mayoritariamente, y durante muchos años, al PP o al PSOE. Ello obedecía ... a razones ideológicas, pero también históricas. Ambos grandes partidos, uno a la derecha y otro a la izquierda, se presentaban a la sociedad como opciones políticas moderadas, lejos de extremismos, que defendían las reformas progresivas, pero no revolucionarias, y que eran capaces del respeto mutuo, del diálogo, de la transacción y de llegar a acuerdos de Estado en beneficio de todos. La mayoría de los españoles nos sentíamos identificados con sus principios ideológicos y sus propuestas programáticas, y votábamos, a uno o a otro, con convicción sincera.
Había, además, una razón histórica que determinaba ese mayoritario voto moderado de los españoles. Los que en 1975 éramos mayores de edad, teníamos muy reciente el recuerdo de la Guerra Civil. Y queríamos, a toda costa, evitar que se repitiera el enfrentamiento fratricida. De ahí la amnistía y el perdón recíproco que hicieron posibles el pacto constitucional y la Transición política.
De este modo, el bipartidismo y la moderación estaban tan asentados en España, que llegamos a presumir ante toda Europa de que estábamos inmunizados frente a los extremismos. Fuerza Nueva, por la derecha, nunca llegó a prosperar. Y el partido comunista, por la izquierda, nunca dejó de ser una fuerza minoritaria y no determinante. El bipartidismo se había asentado sobre sólidos cimientos de moderación.
Pero hoy, en 2025, me temo que esto ya no será nunca más así. Los primeros indicios del cambio de sistema aparecieron con la crisis económica de 2008. El movimiento de los indignados de 2015 fue canalizado y estructurado por Podemos, en la izquierda, hasta el punto de que llegó un momento en el que estuvo cerca de superar al PSOE en ese espacio electoral. Y otro tanto ocurrió en la derecha con Ciudadanos, que recogió el rechazo de un gran sector del electorado a los escándalos de corrupción que torturaban al PP. Tanto Podemos como Ciudadanos cometieron errores muy graves que los llevaron al fracaso absoluto. Sin embargo, la tendencia a acabar con el bipartidismo continúa viva y en continuo crecimiento. Según las encuestas, entre los menores de cuarenta años, que no vivieron la Transición, es mayoritario el rechazo a los grandes partidos. Como me decía hace poco, de forma muy expresiva, un joven amigo mío: «Estamos hartos de la corrupción del PP y del PSOE. Estamos hartos de que los dos grandes partidos se dediquen a la trifulca permanente, sin resolver los verdaderos problemas que afectan a la vida de los ciudadanos».
Durante algunos años más, el PP y el PSOE conservarán un importante suelo electoral. Por dos razones: porque los dos partidos se han convertido en agencias de colocación de miles de personas que defenderán en las urnas sus puestos de trabajo. Y porque hay un voto ideológico muy consolidado entre los que éramos mayores de edad en 1975; es decir, entre viejos y jubilados que poco a poco iremos desapareciendo.
De seguir las cosas así, el PP y el PSOE terminarán convirtiéndose en partidos residuales. El fenómeno no nos debe extrañar. Ha ocurrido en otros países de nuestro entorno. Partidos que fueron decisivos en un determinado momento, terminan desapareciendo. Piénsese en la Democracia Cristiana en Italia, o en los Gaullistas en Francia. Y está ocurriendo actualmente en Alemania, con Alternativa por Alemania, y en otros muchos países.
Pero el mal de todos no nos debe consolar. Los españoles tendríamos que respondernos a dos preguntas: ¿merece la pena luchar por el bipartidismo? Y, en su caso, ¿cómo hacerlo?
En mi opinión, la primera pregunta no ofrece duda alguna: tendríamos que esforzarnos por evitar el final del bipartidismo, en la medida en que los dos grandes partidos nos garanticen que son capaces de mantener una cierta moderación política, y, por tanto, la convivencia en paz y en libertad. Aunque me temo que, con el nivel de crispación actual, ni el PP ni el PSOE nos ofrezcan muchas garantías.
En todo caso, ¿cómo hacerlo? El bipartidismo tendría que recuperar ante la sociedad el prestigio que últimamente ha perdido. Los dos grandes partidos deberían convencerse de que el único camino para alcanzar este prestigio es que se restablezca el respeto mutuo y que demuestren su capacidad de acuerdos. El enfrentamiento permanente, el insulto, la descalificación, el griterío y la reyerta descalifican a uno y a otro. La gente está harta del PP y del PSOE por la propia banalización de los enfrentamientos, por las tontunas de algunos dirigentes, por su permanente electoralismo; por sus vulgares simplezas y por los insultos envenenados que continuamente se entrecruzan. Nos gustaría que nuestros políticos pensaran y dijesen, de vez en cuando, cosas sensatas, en lugar de llamativos titulares de prensa.
Recuperar el bipartidismo exigiría que al frente del PP y del PSOE hubiese verdaderos hombres de Estado, con visión amplia, y con cierto sentido de su responsabilidad histórica. No estoy muy seguro de que estas virtudes adornen a personajes como Pedro Sánchez o Feijóo. Ojalá me equivoque.
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