¿Por qué nos cuesta tanto leer el 'Quijote'?
Hace unos días pregunté por las redes sociales, que es por donde ahora se mueve la gente, cuáles son las principales razones
Hace un tiempo el presidente de la Región de Murcia, Fernando López Miras, confesó, sin complejo alguno, con absoluta sinceridad, sin miedo al qué dirán, ... que la lectura del 'Quijote' se le había «atragantado», que habían sido muchas las ocasiones en las que había empezado a saborear esas palabras mágicas –«En un lugar de la Mancha...»– con las que se inicia la obra más universal de la literatura española, pero que, conforme iba avanzando en sus páginas, se le hacía muy cuesta arriba tal empeño, como cuando a un niño la comida se le hace bola.
Cuando mis alumnos del Grado de Lengua y Literatura cuestionan la lectura de la novela cervantina, utilizo estos argumentos para tratar de convencerlos: en primer lugar, un filólogo no puede dejar la facultad de Letras sin haberse leído el 'Quijote', de ninguna de las maneras. Y, por otra parte, ¿qué sucedería si, cuando sean profesores en un centro escolar, alguno de sus alumnos le pidiera su opinión sobre la renombrada novela? ¿Con qué cara podría responderle que no la ha leído? ¿A quién le echaría la culpa de tamaño desaguisado? ¡Menuda decepción!
Hace unos días pregunté por las redes sociales, que es por donde ahora se mueve la gente, qué principales razones son las que nos llevan a no leer el 'Quijote', aunque admitamos, sin paliativos, que es, junto con la 'Biblia', el libro más traducido a todas las lenguas. Las respuestas no se hicieron esperar: desde la más lógica, hasta aquellas otras en las que afloraba el comentario irónico, cuando no jocoso y chispeante.
Fue el loco más lúcido y, como su creador, el que más sabía del hombre de su tiempo
Alguien aseguraba, por ejemplo, así, literalmente, que la miel no es para la boca del asno; con lo que se entiende que los españoles, dada nuestra ancestral incultura –es un hecho objetivo e incuestionable que seguimos a la cola de Europa en todas las estadísticas relacionadas con el aprendizaje y la educación–, ese analfabetismo del que, incluso, hacemos gala, como si fuera un don, y no una rémora que nos empuja hasta el abismo, no estamos preparados para tan altos y sublimes vuelos.
Muchos de los que respondieron a mi pregunta, daban por hecho que la extensión –casi mil páginas en la mayoría de las ediciones, si dejamos a un lado las versiones reducidas para escolares– es todo un reto, y que, para enfrentarse a un volumen de ese descomunal tamaño, se necesita mucha paciencia y de largo tiempo, del que, hoy en día, no dispone nadie. De igual modo, se insistía en la circunstancia, nada baladí, de que sea un libro que, ya desde jovencitos, durante los años de secundaria, pretenden meternos con calzador como lectura obligatoria, con el consiguiente y temido examen. Un modo, pues, de tomarle manía, de tenerle tirria, como a todo aquello que uno no elige, sino que le viene impuesto como un mandato del cielo. O del infierno.
¿Será cuestión de dinero, de no tener suficientes cuartos para gastar en libros, que, hoy por hoy, son un auténtico artículo de lujo? Creo, con absoluta franqueza, que ni siquiera regalando la obra, lo que se ha hecho en más de una ocasión, aumentaría el número de lectores del 'Quijote'.
Para terminar de arreglar el asunto, hace unas semanas, un diputado de Vox, que, por lo visto, debió aprobar el Bachillerato a base de 'copieteo', manifestó, sin cortarse un pelo, que «la lectura seca el cerebro», razón por la cual animaba al personal a pasar de los libros por considerarlos nocivos. Justo lo que le sucedió a don Quijote, que de tanto leer novelas de caballerías también se le secó la mollera. Y, sin embargo, fue el loco más lúcido de la historia, el hombre que, como su creador, Miguel de Cervantes, más sabía del hombre de su tiempo; un escritor que supo entender –y así, con esas mismas palabras, lo expresa Luis Martín-Santos en 'Tiempo de silencio'– que la locura no es sino la nada.
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