Criminales y políticos
Solo por la forma de la nariz, Lombroso es capaz de distinguir entre un ladrón cualquiera, un estuprador y el clásico idiota
En Criminología, una de las asignaturas optativas que cursé en su día en la licenciatura de Derecho, la profesora citaba, una y otra vez, la ... doctrina de un autor italiano, médico, fundador de la escuela de criminología positivista, que vivió entre 1835 y 1909, llamado Lombroso. Cesare Lombroso. Darwin, Freud y Nietzsche fueron, al parecer, los pensadores que más le influyeron.
Lombroso se hizo popular en España, sobre todo, a raíz de la publicación del libro titulado 'Los criminales'. Una obra que no es fácil de entender por el común de las gentes porque en sus páginas se maneja una compleja terminología, en ocasiones solo al alcance de médicos, neurólogos, psiquiatras y antropólogos, como cuando se habla de stinocrotapia, anastomosis, sinostosis y otras palabras por el estilo.
Pero, en su conjunto, un lector del siglo XXI aún puede disfrutar con estas teorías, hoy ya superadas casi en su totalidad, que, al ser pioneras, marcaron todo un inicio en el mundo de la investigación criminológica a finales del XIX. De estas conjeturas se aprovecharon muchos de los grandes escritores de la novela policiaca europea que triunfaron durante el siglo XX.
Lombroso fue un tipo valiente, hasta el punto de arriesgarse a trazar un retrato robot de los distintos y variados criminales. Como los violadores que, según él, poseen una frente estrecha, con brazos y manos cortos. En tanto que los salteadores de caminos, tan típicos entonces, presentan los cabellos y la barba espesos, con padres alcoholizados y neurópatas. Por su parte, los estafadores se caracterizan por sus poderosas mandíbulas, mucho peso corporal, padres ancianos e inteligencia discreta o poco desarrollada.
Solo por la forma de la nariz, Lombroso es capaz de distinguir entre un ladrón cualquiera, un estuprador y el clásico idiota, que es el que tiene la napia más común de entre todos ellos. En uno de los breves capítulos de que se compone la obra, al parecer –nunca se ha aclarado del todo este asunto–, publicada de manera póstuma en su lengua materna, el italiano, en 1911, aparece bien marcada la diferencia entre una prostituta y una ladrona. La primera de ellas destaca por su pereza y, sobre todo, por su total carencia de sentido moral, al margen de otras minucias como el hecho de que precise del vino para comer, que sea una apasionada de las golosinas y ávida de placeres y de emociones. Por su parte, la ladrona presenta gran descuido en su indumentaria, no es coqueta ni glotona y, durante sus frecuentes estancias en la cárcel, tiene mucha inclinación al trabajo, sin que ello evite ese furor intrínseco por apoderarse de lo ajeno.
Sin embargo, lo que más llama la atención del lector actual es el capítulo, ya hacia la mitad de la obra, en la que Lombroso le hinca el diente a lo que él denomina 'mattoidismo', que es, según sus propias palabras, una combinación de imbecilidad y megalomanía, con la presencia, en esa misma coctelera, de un extravagante orgullo y de una desorbitada ambición, encerradas en una cabeza veleidosa. Y completa el perfil con estos otros rasgos, nada despreciables: amigo de pleitos, polemista rabioso, atormentado por ideas constantes, henchidas de argumentaciones contradictorias. No es un tipo que pueda ser identificado a primera vista porque su fisonomía y su cráneo son casi siempre normales. Son los hombres, los varones, los que más se aproximan a este retrato.
Pero no todo es negativo en esta clase tan particular de individuos. Conservan, asegura Lombroso, el afecto a la familia, y hasta un amor a la Humanidad que raya en el altruismo exagerado. Los 'mattoides' son vanidosos y tienen la convicción exagerada de su mérito personal: 'soy imprescindible y valgo más que nadie', nos vienen a decir una y otra vez. Son, en definitiva, se concluye en estas inquietantes y reveladoras páginas, los destinados, casi por mandato divino, a desempeñar un cargo político. Y ahí lo dejo.
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