Arco
Nunca fue el típico periodista que se pierde en una selva de tópicos, con las preguntas de siempre, de las que se desprenden las respuestas que todos esperan
Se podría decir, sin temor a equivocarnos, que quien no ha sido entrevistado por Antonio Arco, al menos una vez en la vida, es, sencillamente, porque no existe. O no tiene nada que decir. Principalmente la gente relacionada con la cultura, con la literatura, con la música, con las artes plásticas, con el teatro, que es la materia en la que el conocido periodista recién jubilado se movía con más soltura, con más entusiasmo.
En el emotivo homenaje que le rindió la Fundación Cajamurcia –con una sala llena a rebosar, con gente de pie que no quiso perderse el histórico momento– a iniciativa del profesor y académico José María Pozuelo Yvancos, el presidente de la aludida institución, Carlos Egea, dejó claro que Arco fue, ante todo, un agitador pacífico, y, además, un entrevistador de almas, como después confirmó Alberto Aguirre con sus perspicaces preguntas.
Arturo Pérez-Reverte también ha dicho en más de una ocasión que este periodista de LA VERDAD era uno de los pocos que se leía los libros antes de enfrentarse al escritor, por lo que el ilustre cartagenero siempre se sentía a gusto, en su salsa, y hacía las manifestaciones más enjundiosas, como si abriera su corazón de par en par ante un amigo.
De entre todas sus publicaciones me quedaría con el encuentro que tuvo con el pintor José Luis Cacho
Se va a echar mucho de menos la ausencia de Arco en el mundo del periodismo cultural, aunque en la propia redacción ya tenga sucesores como Manuel Madrid que empieza a estar a la altura del maestro. Me hubiera gustado estar presente en alguna de esas entrevistas que llevó a cabo durante décadas a los personajes más relevantes de la Región y del resto de España. Pero Antonio prefería cazar solo. Decía Carson McCullers que el corazón es un cazador solitario. Y Arco se inclinaba por no exponerse ante el público, como si fuera una exhibición gratuita, con esa mirada felina ante su presa.
Nunca fue el típico periodista que se pierde en una selva de tópicos, con las preguntas de siempre, de las que se desprenden las respuestas que todos esperan. Poseía una técnica muy particular para afrontar su trabajo; una técnica que debería ser motivo de estudio en el grado de periodismo: empezaba hablando de banalidades, del tiempo, del coste de la vida... y, una vez que uno se había confiado, lanzaba, sin piedad alguna, el primer dardo, una flecha dirigida al corazón. Y preguntaba, '¿y usted, cuando se mira al espejo, a quién ve ahí reflejado?'.
Por eso es cierto que Antonio Arco fue un entrevistador de almas, un tipo generoso, honrado y de una inteligencia preclara capaz de sacarle a cualquiera lo mejor que lleva dentro, enredado en las tripas, prendido en lo más profundo y oscuro de su ser.
Sólo he conocido, a lo largo de mi vida, a dos o tres personas que no hayan hablado jamás mal de nadie. Y uno de ellos ha sido Antonio Arco, que tiene muy asumido que el odio genera un desgaste que acelera la vejez y nos hace más feos y ridículos. Fue discreto siempre –un verdadero caballero, como si se hubiera escapado de otra época en la que la palabra valía su precio en oro– con lo que no le gustaba –ha tenido que soportar verdaderas torturas en el mundo de la cultura por parte de las instituciones y de los propios artistas– y ha sido un verdadero entusiasta de aquello otro que le parecía original, grande y hermoso.
Se podrían citar unas cuantas docenas de entrevistas deslumbrantes, modélicas, y de las que hemos disfrutado en las páginas de LA VERDAD, en cuya redacción yo mismo le conocí cuando apenas era un crío, cuando ya era un espléndido crítico de teatro, reconocido de inmediato por García Martínez, que tenía un olfato muy fino para lo bueno. Pero, de entre todas esas publicaciones, quizá me quedaría con el encuentro que tuvo con el pintor José Luis Cacho, que pasaba por el más absoluto de los olvidos, y que le aseguraba a Arco que discutía con frecuencia con su perro al que lo consideraba un verdadero filósofo.