Ser poder, o ser contrapoder, o no ser
Desde dentro o quizás desde fuera de la Región, en realidad nadie parece dirigirla por completo
Ser o no ser, esa es la cuestión. Se trata de la primera frase del monólogo del personaje Hamlet de la obra de teatro 'Hamlet, ... príncipe de Dinamarca', escrita por el dramaturgo inglés William Shakespeare que nos invita a replantearnos qué somos, qué ser y qué hacer.
El poder atrae, enloquece, es símbolo de fortaleza y al que lo ostenta se le presupone que tiene capacidad de seducción sobre los demás. El ejercicio del poder político implica la capacidad de controlar una parte de las acciones de los demás, quienes lo permiten porque esperan beneficios o ventajas, porque temen los inconvenientes de no permitirlo, o porque confían en el buen criterio de personas o instituciones.
Frente, o junto al poder político, surge el contrapoder que en este artículo circunscribimos a lo económico, aunque su alcance puede ser más amplio dando cobertura a los territorios social o cultural, que tendría como objetivo inicial e ideal buscar un equilibrio, incluso corrigiendo o eliminando el uso y abuso del poder político.
Un contrapoder para ejercer el poder. Parece un oxímoron, pero en realidad tiene todo el sentido para hacer posible que los ciudadanos y empresas participen en las decisiones que nos afectan a todos, y de esa forma contribuir al bienestar, ayudar a garantizar el debate democrático, facilitando la necesaria sintonía y alineamiento entre los intereses privados y públicos.
Hay dos formas de ejercer el poder político, y por analogía también el contrapoder económico, mandando y gobernando. La primera se fundamenta en los criterios personales del líder y lleva normalmente a decisiones mediocres, la segunda es otra cosa, supone servir a los demás pensando en el bien general, propiciando y llegando a acuerdos por la vía del diálogo y la participación.
Gobernar no es mandar, y esto aplica tanto al poder político como al contrapoder económico, dos fuerzas opuestas que forman un todo como el ying y el yang.
Una lucha de fuerzas con un delicado equilibrio que el 'síndrome de hubris' pone a prueba cuando aparece el ejercicio excesivo y obsesivo del poder. Etimológicamente 'hubris' proviene de la palabra griega 'hybri', que significa desmesura. Los síntomas de este síndrome son la arrogancia, la soberbia y la autoestima exacerbada, y afecta a personas que, con independencia de haber sido o no excelentes en su desempeño profesional o académico, alcanzan, a veces por azar del destino, un puesto importante del poder político o económico. Aunque al principio surgen dudas sobre su capacidad, se rodean de una cohorte de fieles que refuerzan al líder que de esa manera concluye que ha llegado a ese lugar solo por sus propios méritos y valía. Con el paso del tiempo, aquellos que osan desafiarle se convierten en sus enemigos. Como resultado, el aislamiento y la desconfianza les llevan a adoptar decisiones individuales, ya que se creen en la absoluta posesión de la verdad.
El antídoto para evitar este síndrome se basa en la humildad, el autocontrol, la modestia, la capacidad de reírse de uno mismo, la curiosidad, la apertura de mente, la empatía, la simpatía, y ser conscientes de las limitaciones propias como simple humano. Ya los romanos empleaban el dictum latino 'memento mori', recuerda que morirás, para que sus militares triunfantes pusieran los pies en el suelo.
De vuelta a las complejas relaciones entre poder y contrapoder, el sociólogo norteamericano C. Wright Mills publicó en 1956 uno de los primeros trabajos que analizaron cómo se estructuraban y organizaban los altos círculos estadounidenses, las élites en donde residen los resortes entre poder y contrapoder, y que son realmente las encargadas decidir sobre los asuntos que deciden el rumbo y destino de una sociedad. Según Mills, las élites se alimentan de miembros de familias locales históricas, de celebridades o personalidades, de directivos de empresas importantes, de terratenientes y de políticos. No se trata de demonizar las élites, pero el problema es que están más ocultas que nunca. La solución pasaría por mapearlas, disponer de una cartografía que nos dé luz de dónde están y de su red de relaciones.
A los lectores seguramente les gustaría saber quién ejerce el poder político y el contrapoder económico, quién gobierna y quien manda en nuestra Región, quién maneja los hilos de nuestro presente y diseña nuestro futuro. Desde dentro o quizás desde fuera de la Región, en realidad nadie parece dirigirla por completo. Conocer cómo opera la relación entre poder y contrapoder, sus alianzas y la manera en que organizan su estructura social no puede ser un anhelo sino una exigencia democrática.
Pero la pregunta en última instancia podría quedar sin respuesta, no por falta de transparencia, sino porque realmente nadie dirija nuestros designios a pesar de la apariencia y simulación que se escenifica en ese teatro de las intrigas palaciegas del poder y contrapoder. Sin duda, esa sería, de entre todas, la peor opción.
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