Cuando un escritor muere
Me resulta imposible aceptar que nunca más habrá otro libro de Paul Auster, que nunca más podré deleitarme con una de sus ficciones
Para los que nunca sabremos distinguir la vida de la literatura, cuando un gran escritor muere el tiempo se detiene, el futuro se congela en ... un instante, la existencia se oscurece y una estupefacción paralizante nos embarga. Ha sucedido recientemente con el fallecimiento de Paul Auster, autor con cuya obra he convivido íntimamente durante los últimos treinta años, cuya postrera novela he leído hace unos días, una persona que para mi fuero interno e inconsciente era inmortal, por mucho que supiera que padecía cáncer. Y sucede que me resulta imposible aceptar que nunca más habrá otro libro de Paul Auster, que nunca más podré deleitarme con una de sus ficciones insólitas y maravillosas, que la muerte ha llegado y la vida ha finalizado.
Como si se tratara de una especie de premonición de lo que hoy me embarga, el primer texto suyo que leí, 'La invención de la soledad', es una magistral disección de los sentimientos que produce la muerte, en este caso la del padre. Tras en una primera parte tratar de atrapar en palabras a su padre en vida, en una segunda el narrador es consciente de que ese final irreversible deviene en un principio al tiempo luminoso y solitario, el de su oficio de escritor.
Reconocido por un público minoritario, inicia así la primera etapa de su carrera literaria con la publicación de la ya mítica 'Trilogía de Nueva York', donde aparecen desde el principio los temas que le van a obsesionar para siempre: el azar, la soledad, la enorme dificultad de lograr conocer a los demás por muy cerca que estén y, como contrapunto necesario, la necesidad que las personas tienen unas de otras. Los tres libros que la forman están brillantemente planteados, con desarrollos densos y finales desasosegantes y sombríos. Aparecen inquietudes posmodernas como el horror presente en las situaciones cotidianas –lo que nos remite a algunos cuentos de Julio Cortázar– y la permanente obsesión por el juego de identidades, temas que no se vuelven ininteligibles o ilegibles gracias a la maestría narrativa de Auster, basada en la claridad, en el orden cronológico de la historia y en la existencia de un hilo conductor común que eliminan cualquier obstáculo para la comprensión de la lectura.
'El palacio de la luna', 'La música del azar', 'Mr. Vértigo' y 'Leviatán' son obras que constituyen una segunda etapa, en la que los temas son los mismos, pero que consolida la figura típica del héroe –más bien cabría hablar de antihéroe– propio de Auster: complejo psicológicamente, rodeado de misterio y atormentado por la culpa.
Una tercera etapa sería la constituida por 'El libro de las ilusiones', 'La noche del oráculo', 'Brooklyn Follies', y alguna más, por no pecar de exhaustivo.
Todas sus novelas arrancan con un suceso fortuito que acarrea graves consecuencias y provocan la sensación de culpa del protagonista, lo que le conduce a períodos de hundimiento psicológico y moral, soledad, alcoholismo, vacío y tentaciones de suicidio, entroncando a Auster con los filósofos existencialistas del siglo XX, especialmente Sartre.
Mención aparte merece el azar, en mi opinión el tema más importante de la narrativa de Paul Auster. Al leer sus novelas caemos en la cuenta de que lo que entendemos como nuestra libre voluntad no es más que una ilusión que nos permite vivir la vida como si esta fuera un relato literario ordenado, con planteamiento, nudo y desenlace, dotado de sentido y finalidad. Pero la verdad es que en lo que sucedió antes de nuestro nacimiento no tuvimos ninguna intervención, como no la tendremos tras nuestra muerte. Y en medio, en esa breve luz entre dos eternas oscuridades que llamamos existencia, todo lo que nos ocurre resulta, de un modo u otro, fruto del azar, incluso –o sobre todo– en aquellos momentos en que más firmemente convencidos estamos de actuar desde la más irrestricta libertad. Toda la obra del autor de Nueva York nos interroga, mirándonos fijamente a los ojos, con la terrible e ineludible pregunta: «¿Qué hubiera sucedido si en vez de tomar determinada decisión en determinado momento hubiera optado por lo contrario?». Respondo con las palabras del propio Auster: «Lo que he tratado de decir en muchas de las cosas que he escrito es que cualquier cosa le puede pasar a cualquiera, en cualquier momento». De este modo, sus personajes se encuentran siempre perdidos en un laberinto del que tratan de escapar, sufren y el lector sufre con ellos. Pero también tienen siempre una salida, aunque no siempre consigan encontrarla: el amor y la amistad, las únicas razones para desear seguir viviendo, a pesar de todos los azares.
Desde el Parnaso donde ahora reside por derecho propio, Paul Auster ya sabe la respuesta a todas las preguntas. Cualquier día volverá para revelarla. O no: todo dependerá del azar.
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