Itinerario para un nuevo Mar Menor
La idea simple de bombear agua desde la desembocadura del Albujón es muy mediática pero poco eficaz y responde más a una lógica agraria que ambiental
Hace unos días tuve la oportunidad de estar presente en unas jornadas sobre agua y agricultura organizadas por la Coag, un importante sindicato agrario. Desgraciadamente, ... en la mesa donde participaba sobre el Mar Menor, los tópicos, los preconceptos erróneos y las estrategias elusivas nutrieron la mayor parte de los discursos, aunque todos desembocaban en lo mismo: los agricultores son las verdaderas víctimas y todo pasa por intervenir en el acuífero cuaternario. Nunca un acuífero ha sido tan famoso y objeto de tantas atenciones.
Al parecer, el acuífero responde de inmediato a las precipitaciones, y de estas últimas ha habido un cierto exceso esta primavera. El agua de lluvia (y también los excedentes del regadío), bien por superficie (especialmente en las avenidas), bien por vía subterránea, que vuelve en parte a emerger en superficie, arrastra y/o disuelve los nutrientes acumulados en el Campo de Cartagena y por una vía u otra los traslada a la laguna, donde se incorporan a las cadenas tróficas.
El debate sobre el protagonismo real del acuífero y de las aguas superficiales está intoxicado. Los dos últimos estudios, realizados por dos equipos independientes y no contestados públicamente por otros expertos de opinión diferente, otorgan un papel del 20-25% al acuífero. Con independencia de cómo llega el agua a la laguna, hay que evitar que termine tan cargada de nutrientes. Además de establecer mecanismos transitorios de eliminación de este exceso de nutrientes antes de la entrada a la laguna mediante biorreactores y nuevas superficies de humedales (estos son los únicos que pueden ser útiles en las avenidas), hay que lograr, como objetivo principal, que el Campo de Cartagena emita en origen menos nutrientes y retenga y evapotranspire más agua por unidad de superficie. Para ello hay que reducir unas 10.000 ha de regadíos irregulares, dedicar otras 3.000 ha en setos y en restauración de lindes para una renaturalización reticular de dicho campo, y recuperar también todos los sistemas de drenaje, por pequeños que sean, en total en torno a otras 1.000 ha. Si además en los regadíos remanentes bajamos la carga de abonos tendremos menos nutrientes que emitir y menos agua para su transporte y lixiviado.
Con independencia de cómo llega el agua a la laguna, hay que evitar que termine tan cargada de nutrientes
La idea fundamental es que cada célula territorial del Campo de Cartagena debe generar menos excedentes de nitratos y fósforo, debe evapotranspirar localmente más agua y disipar de forma más eficaz la energía de las avenidas. Las cerca de 1.000 ha del cinturón verde periférico también resultarán cruciales, pues la influencia de los regadíos parece responder a la inversa de la distancia al humedal. Los regadíos más próximos influyen más directamente en el problema y de estos, especialmente los ubicados en terrenos de flujo preferente, han de salir los nuevos humedales a restaurar.
Implantar todo esto durará varios años. Mientras, la desnitrificación por biorreactores debe actuar bien en parcela agraria, bien en los drenajes, pero siempre antes de la eventual desalobración y a cierta distancia de la ribera de la laguna. Los humedales, que frente a los biorreactores pueden actuar también en flujos difusos, lo cual es una clara ventaja, deben ubicarse en serie tras estos para dotar al sistema de eficacia y de robustez. La idea simple de bombear agua desde la desembocadura del Albujón es muy mediática pero poco eficaz (es una parte reducida de los flujos totales que llegan a la laguna), cada vez menos eficiente (más cara) y responde más a una lógica agraria que ambiental, pues solo parece activarse si hay demanda agrícola, para así volver a incorporarla al sistema de riego del Campo de Cartagena, en un bucle perpetuo de contaminación. El límite del regadío en el Campo de Cartagena no es el agua disponible, propio de una mirada agrarista, sino que es la contaminación difusa que genera dicha actividad en el Mar Menor y sus externalidades ecológicas y socioeconómicas, un condicionamiento estrictamente ambiental. Primero eliminemos los nutrientes, después hablaremos de agua.
Al igual que el cambio climático está acelerando la terminación del ciclo de los combustibles fósiles antes de que se acaben como recurso, el regadío del Campo de Cartagena tiene su límite no en el agua disponible, sino en su factura ambiental, tantos años ocultada y hoy desgraciadamente evidente y perversamente socializada: un mar pútrido y una legión de peces y moluscos muertos. Quien contamina, tiene que pagar y restaurar, si no, ¿dónde quedan nuestros derechos derivados del artículo 45 de la Constitución, dónde?
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