Las iglesias de Murcia
En el paseo, si alguien conoce la historia de la ciudad, se va descubriendo el porqué de las calles estrechas, sus aperturas y las plazas
Somos un mundo insatisfecho y herido. No valoramos nunca lo que poseemos y nos duele tanto tener como no tener. Hace un año soñábamos todos con el viaje de nuestra vida. Hacíamos planes en los huecos que dejaba el trabajo. La idea de estar en otro sitio era relajante, calmaba los dolores del día a día. Otras veces era el viaje de trabajo el momento en el que íbamos a aprovechar para reencontrarnos con la soledad en la habitación del hotel. Solo cuando llega el sándwich club y pones la tele el mundo da un respiro. Entre reunión y reunión iríamos a ver tal museo o tal iglesia. Los ratos perdidos en los viajes de trabajo cuentan tanto como unas vacaciones. Hoy todo eso no es más que un sueño.
En eso estábamos Carolina y yo cuando decidimos romper con el deseo que hace daño, parafraseando (muy) libremente a Lacan, pero es que los cursis parafraseamos solo a extranjeros. El caso es que decidimos ver nuestro mundo de otro modo, y empezamos por las iglesias de nuestra ciudad.
Murcia no es una ciudad de grandes museos. La actividad cultural es correcta, sin embargo las iglesias son focos esplendorosos de arte. No hablo en el plano de la fe, que también; hablo de una experiencia única si estamos dispuestos a prestar atención a la vida de las formas. Decidimos proponeros una excursión tan hermosa como la de cualquier capital lejana.
Se perdió la bella Murcia del pasado, pero quedan estos enclaves que deberíamos aprender a mirar
Empezad por Santa Eulalia, que casi siempre está abierta, y mirad el retablo pintado de Pablo Sistori, algo extraordinario en el Levante. Luego la escultura, el crucificado que aparenta mármol rojo con vetas. Es una obra italiana que queda enmarcada por un espacio fingido junto al maravilloso San Eloy, uno de esos Salzillos que nunca tenemos en cuenta pese a mostrar una belleza masculina no superada en su taller. De ahí podemos ir a San Lorenzo, una de las arquitecturas más relevantes, sean o no sus trazas de Ventura Rodríguez. Aquí nos deleitaremos con el espacio y sus bellísimas proporciones, tan distintas a la planta de cruz latina que encontramos casi siempre. Es de especial relevancia la de La Merced, una de las más ricas con su colección de tablas de Cristóbal de Azevedo, o el sensacional retablo atribuido a Jaime Bort. En el coronamiento de ese retablo, que tal vez hayáis visto cientos de veces, está la gran sorpresa: mirad arriba del todo. En el lado de la epístola una Virgen medieval, la de los Remedios, nos habla de otro tiempo, de otro patrón estético. Viene bien entre tanto barroco. Es uno de los grandes templos, con su hermosa y extraña fachada y sus espacios altos, de proporciones inusuales. También es en el que el visitante puede encontrar el trato más hostil, algo raro ya que en la mayoría de templos la acogida es afable, siempre y cuando el visitante entienda que la celebración de la misa no es el momento de recorrer la nave central. Entendamos dónde estamos.
En el paseo, si alguien conoce la historia de la ciudad, se va descubriendo el porqué de las calles estrechas, sus aperturas y las plazas, ese invento barroco que explica la ruptura de los trazados, como la de San Nicolás. Es esta tal vez la más rica en escultura. Es lo que a todos nos regaló en el siglo XVIII del doctor Zapata, probablemente el mejor de todos los murcianos que haya habido y uno de los grandes médicos españoles, tratado por la Inquisición como los sayones de Viernes Santo tratan a Cristo. Esta belleza de iglesia luce en el lado de la epístola del transepto (al entrar a la derecha) nada menos que dos principales obras del Pedro de Mena, junto a un bellísimo y mínimo san Antonio de Alonso Cano, entre otras obras de difícil atribución que lucen frente a obras más habituales. Aquí se casó Cánovas del Castillo con la jumillana María de la Concepción Espinosa de los Monteros Rodrigo de Villamayor.
Luego San Pedro, con su fulgurante titular de Salzillo. Como fuera de ruta y siempre bulliciosa, reflejo del barrio que la acoge, San Antolín. El visitante llegará después de San Andrés y el Museo Salzillo, y al entrar necesitará un tiempo para entender que es otro concepto el que visita. La iglesia original fue destruida y la actual es moderna, lo cual suele echar atrás porque aún el siglo XX está demasiado cerca como para apreciar la obra de Muñoz Barberán, que pintó las quemadas iglesias en los 40, como valoramos las obra vetustas. Sin embargo allí, entre maravillosas esculturas mal iluminadas, tenemos el mejor crucificado del barroco en Levante, el Cristo del Perdón. Si se tiene la suerte de entrar a la iglesia vacía y con poca luz, la sugestión de esa figura serena es atronadora. Debe uno abstraerse de lo que lo rodea, incluyendo el grupo a sus pies, añadidos en el paso del tiempo.
En dos horas hemos visto todo un universo barroco de silencios y paños dorados repartido por una ciudad destrozada en los años 60 por políticos incapaces, cuando no corruptos. Se perdió la bella Murcia del pasado pero quedan estos enclaves que deberíamos aprender a mirar, porque es un privilegio poder hacerlo sin tomar un avión.
Si les gusta, que seguro que sí, hay otra que va de San Juan de Dios al Carmen, pero esa la dejo para otro día.