Los hijos tristes de los hombres ricos
Los niños van a tener que luchar mucho para que encima un padre que se considera la medida del triunfo los someta a la presión de ser como él
Alguien había abierto la lata del cangrejo de las pinzas de oro. Nacho, su dueño, es el CEO de @get.lata, distribuidora de conservas españolas ... y portuguesas en Nueva York y tintinólogo. La mítica lata dramáticamente abierta fue editada hace ya 40 años por Manolo, jefe de Futurama, una tienda de cómics valenciana. La clandestina apertura era grave. La primera hipótesis era una fiesta en su casa de Brooklyn en la que alguien, quizá perjudicado, hubiese querido saber si dentro había cangrejo u opio, pero no hubo fiestas. La siguiente línea de investigación fueron los niños que hubiesen pasado por casa, como los míos o los de su amigo Vicent, pero los críos de hoy no saben manejar un abrelatas. Ni el abrefácil, no sé cómo van a sobrevivir al apocalipsis nuclear. Era duro: el fetiche que le acompañó toda la vida profanado más la decepción de la traición... era demasiada tristeza y todos éramos sospechosos.
Como haría Tintín, nos propusimos resolver el misterio. Descubrimos que, en una empresa de conservas murciana abandonada, empezaron a registrarse explosiones de latas caducadas. Cerca de la de Nacho había restos del contenido, unas enmohecidas habichuelas. Sin embargo pensamos que era demasiado antigua para explotar tipo Expediente X. Totalmente inmersos en la aventura, entre Auster y Mendoza, llamé a mi cuñado Paul, una autoridad en el tema, químico al mando de una de las grandes empresas del ramo. Al mandarle foto de la lata, con una abolladura en la base, se dio cuenta de que la fecha de caducidad era 2016, lo cual hacía posible físicamente la explosión. Paul nos explicó que la corrosión habría permitido el paso del oxígeno que, al contacto con el producto, habría generado la deflagración. Todo iba encajando pero quedaba una laguna en todo esto, y es que la tapa de la lata no aparecía.
Mientras aquello ocurría en Prospect Park, la mañana del día siguiente, en Murcia, nos encontramos en una tienda con un amigo profesor. Da clase de una materia muy específica a niños de alta sociedad, y a los míos. Necesitaba hablar, contarnos que sus niños sufren. Habló de tristeza en críos, de estrés, de miedos. Habló de padres exigentes, que se sentían extraordinarios y querían que sus hijos también fuesen extraordinarios haciéndolos competir. Nos resultó raro porque conocemos a algunos de esos padres y no son extraordinarios, nada más lejos. La conversación fue larga, tenía mucho que contar y nos desconcertó. A media tarde nos sentamos en la cocina y hablamos de las noticias de suicidios en niños, del estado mental en el que se encuentra la generación de nuestros hijos, a los cuales se les dice todo el tiempo que deben abandonar su zona de confort, mientras nosotros, lo que queremos, es construirnos la nuestra, a ser posible con piscina. Y hablamos de narcisismo.
El narcisismo es pensar que el mundo es la continuación de uno. La gente se vuelve narcisista con la edad. Los éxitos mal aceptados pueden serlo como puede serlo el que la vida te haya favorecido heredando una fortuna paterna. Ser hijo de un narcisista debe ser un infierno. No soy quien para opinar porque no gasté padre, pero el narcisista entiende que tú, su hijo, eres su continuación.
Los niños deben jugar, pensar en tonterías, en cosas divertidas y bonitas. Siempre me pareció monstruoso que se aplicase el método Estivill de tortura a los bebés por el cual se les hacía llorar hasta que se dormían agotados, cuando lo que piden los bebés al llorar es consuelo y amor. Tortura cruel al más débil, de hecho el mismo doctor reconoció que se había pasado. Después de hacer sufrir a miles de niños dijo que se había pasado... guardaré mi opinión al respecto. Es denunciable. Esa dureza en la educación que se aplica para 'curtirlos', que sepan manejarse en la vida como triunfadores... qué tendrá que ver eso con el amor, si lo que están consiguiendo es niños suicidas aterrorizados con la exigencia de ser extraordinarios cuando lo único que quieren es ser niños, no Gordon Gekko.
La vida es seria, y últimamente más. Los niños van a tener que luchar mucho para que encima un padre que se considera la medida del triunfo los someta a la presión de ser como él, como si todo el mundo quisiese ser así. Qué tristeza, qué falta de amor. Y cuánto imbécil, dios mío, cuánto imbécil sin corazón, cerebro ni valor.
Ya de noche en la huerta, cuando en Nueva York eran las 5 de la tarde y el misterio de la lata estaba resuelto, Nacho y yo hablábamos de que esto había sido como 'Las joyas de la Castafiore': todos sospechosos y nadie culpable (aviso 'spiler': en el libro fueron las urracas). Y de que lo bonito sería que tirase la lata y pidiésemos una llena de opio, como la del cuento. Daría emoción a su vida. Si llamaban a la puerta podía ser Fedex o la DEA. También hablamos del peligro que representaba otra de las latas que guarda en su colección: la de Mierda de Artista de Piero Manzoni. Llegamos a la conclusión de que debían ponerla lejos de donde Jess y él veían la tele.
No hay que dejar de jugar nunca, porque entonces cancelaríamos lo que de niños queda en nosotros. Y eso sería una mierda. Como la de Manzoni.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión