No al Guggenheim. No al Moneo
La historia se construye con valentía, sucede día a día en las grandes decisiones. La historia no se acuerda de los que no se atrevieron
Hace 26 años Bilbao era una urbe desmoralizada, sucia y triste. Soportaba el desmantelamiento de su industria pesada, las tensiones sociales, los efectos globales de ... la crisis de los 90... las calles estaban tomadas por los alegres muchachos de ETA, que hicieron el paisaje vasco irrespirable mediante el uso de la violencia, la extorsión y el asesinato. La, en otro tiempo, orgullosa capital industrial española yacía varada y oscurecida por el hollín que cubría los edificios abandonados de la ría del Nervión, sucia, pastosa y grisácea como gris es el desánimo y la melancolía.
Entonces hubo un cambio, y en eso llegó el museo Guggenheim. No quiero que parezca que el maravilloso edificio cambió todo por sí solo, pero en esa mole ejecutada por Franck Gehry el atrevimiento y el desparpajo de los grandes proyectos trajo un aire nuevo que oxigenó el ánimo perdido de la gran ciudad. Empezaron a llegar las obras maestras de la modernidad y en el desfile de Picasso, Pollock, Warhol, Kandinsky y demás se colaron los nuevos iconos de la ciudad, obra de Bourgeois o Koons. Los hoteles se multiplicaron por diez, los comercios proliferaron, las plazas se llenaban de turistas y viajeros que querían conocer el milagro que allí se producía a la luz del arte moderno. La ciudad reaccionó correctamente encargando edificios y puentes a arquitectos famosos, se remozaron museos y monumentos, se retomó una vida cultural mermada y tensa bajo la tutela de un Oteiza ya muy mayor y sus seguidores no tan mayores, pero sí tan arriscados como el gran maestro. Una ciudad renacía ante la vista de todos. Hoy todos lo celebramos, como entonces todos quisimos que eso ocurriera.
¿Todos? No.
Hoy nadie lo reconocerá, pero fueron muchos los que quisieron cargarse el proyecto. La izquierda abertzale llamó a combatir al invasor americano que destrozaría la pureza de la escena local. Parece broma, pero no lo es. Se sabotearon actos del alcalde, el arquitecto, la fundación del Museo... Se amenazó, se agredió y se llegó a asesinar a un ertzainaen un atentado que iba dirigido contra el museo. No fueron los únicos, la candidata del PP a la alcaldía, Ascensión Pastor, declaró que su primera medida sería parar las obras y cancelar el acuerdo. El PSOE, cobardemente, accedió a apoyar al alcalde Josu Ortuondo si se reducía a la mitad el terreno del Museo, lo que lo condicionó para siempre. Hoy todos rehusarán firmar sus palabras y acciones, pero esto ocurrió, y si hay alguien que ha ganado la historia en esto es Ortuondo.
Un año después, en 1998, se inauguraba la ampliación del Ayuntamiento de Murcia a cargo de Rafael Moneo, entonces el más prestigioso arquitecto español. Hoy es una de las postales de la Región, una obra de manual de la arquitectura española que, junto a la maravillosa reforma de los Molinos del Río de Navarro Baldeweg, marca un tiempo de ambiciones grandes para una ciudad que quería ser grande. Que quiere ser grande y no termina de decidirse a serlo.
Podríamos pensar que entonces todos querían que ese edificio ocurriera, pero no. El arquitecto explicó personalmente en una conferencia lo que quería hacer en un momento de crispación en el que puso en la calle el debate en manos de sectores estéticamente muy conservadores. Entonces lo entrevisté para 'Cavecanem', la revista que Carolina y yo publicábamos, y fue didáctico y apasionado, pero estaba agotado y era visible. Aquellos fueron días de tensiones y descalificaciones. Él fue dialogante, de hecho los árboles que quedan en la plaza fueron un deseo expreso de la ciudadanía, y consiguió algo que hoy no recordamos, y es que no se bajase a la Catedral. Rebajó la plaza y creó esas líneas que homenajean a Miguel Ángel en el Campidoglio romano abriendo el espacio de una manera magistral. La gente protestaba porque aquello era muy moderno y, desde la piedra a las proporciones, todo era un canto al clasicismo y un homenaje al imafronte barroco. Miguel Ángel Cámara, alcalde de 1995 a 2015, inauguró esa obra fundamental de nuestro patrimonio, impulsada por Pepe Méndez.
La historia se construye con valentía, sucede día a día en las grandes decisiones. La historia no se acuerda de los que no se atrevieron, solo trata con respeto a los que lo merecen y estos dos alcaldes, y sus predecesores que impulsaron las iniciativas, tienen un hueco en los libros porque hicieron una cosa: lo mejor para sus ciudades, lo mejor para la gente. Fueron valientes y encararon la historia contra los que intentan instrumentalizar la historia como patrimonio propio, contra los que no dialogan sino que dogmatizan, contra los que ignoran la razón por creer que están por encima de ella.
Hoy el Guggenheim es un foco mundial. No es perfecto, a unos nos gusta más que a otros, pero a mí en concreto me ha hecho viajar unas diez veces para ver cosas que allí pasaban. Probablemente el lector haya seguido el mismo recorrido por idénticas razones y, ya que estaba allí, haya conocido esa potentísima realidad cultural de una ciudad que ha dejado atrás los tiempos oscuros con coraje e imaginación, sin miedo al futuro. Nuestro Moneo no es tan famoso, ni atrae tanta gente, pero es una marca en el centro del tejido medieval de la urbe que dice a quien quiera oírlo que «podemos hacer grandes cosas si queremos».
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