Un gato negro en mi jardín

ALGO QUE DECIR ·

Será que el miedo es la emoción que nos mantiene vivos y como en vilo

Miércoles, 1 de septiembre 2021, 01:09

Casi todos los días, cuando salgo a la calle, me cruzo con un gato negro en mi jardín, bueno, el jardín no es del todo ... mío, sino de la comunidad de vecinos, y en cuanto al gato, parece nacido y criado salvajemente al aire libre, un felino de pelo lustroso y andares elegantes que ya se conoce todos los trucos de la supervivencia. De más está añadir que unas mañanas me pasa por el costado derecho y otras, por la parte izquierda y aunque no soy del todo supersticioso, la verdad es que en estas últimas ocasiones me desagrada un tanto. No cabe duda de que estamos sujetos a unos tópicos que la tradición nos ha ido legando y que la vida nos ha sometido como especie al temor infundado de hábitos de los que no acabamos de deshacernos del todo: el número trece, el vano de una escalera y los gatos negros son tres de estos tópicos maléficos. Con el primero sospecho haber tenido una pésima relación y una experiencia que me gustaría olvidar lo antes posible.

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Leía con fervor por aquel entonces al novelista norteamericano W. Faulkner y accedí a un volumen de cuentos que se titulaba 'Estos trece' y que contenía ese mismo número de relatos. El caso es que cuando yo terminé mi primer libro, 'El intruso', caí en la cuenta de que tras un exhaustivo proceso de corrección y de selección, habían quedado justo trece narraciones y, aunque en un principio no me agradó la circunstancia, recordé de pronto el volumen de Faulkner y ya no me lo pensé. Al poco tiempo salía a la calle mi obra y dos meses después sufría un terrible derrame cerebral que me tuvo en el hospital al borde de la muerte durante casi dos meses; en un principio no relacioné estos dos hechos, hasta que pasado el tiempo me di cuenta de la simetría y me prometí no volver a escribir un libro con ese número concreto de narraciones, capítulos, partes o poemas.

Ese número empezó a estar vedado para mí y, por supuesto, si me es posible, nunca paso por debajo de una escalera. En cuanto a los gatos negros, como resulta inevitable cruzárselos alguna vez en la calle, no puedo sustraerme siempre a esta desagradable eventualidad. Pero en cada ocasión pienso en la causa que me obliga a estremecerme cuando me encuentro al animalico, en el miedo atávico que inspira un color, un animal o un número, y en el miedo que el ser humano ha disimulado en cada uno de estos signos, como si no tuviéramos suficiente sufrimiento, sobradas desgracias y esa condena fija de la muerte esperándonos al final de un pasillo oscuro como en una escena de película de cine negro. Será que el miedo es la emoción que nos mantiene vivos y como en vilo.

Supongo que estamos aquí para albergar alguna clase de temor a cambio de este paraíso en el que se nos confina, una suerte de pago, de alcabala a cambio del goce absoluto, del placer que nos aguarda al final de cada calle, de la suerte que hemos tenido, si lo pensamos bien, de nacer hombres, o mujeres, y poseer los misterios de la tierra, el secreto de un beso húmedo y caliente de la mujer que nos ama a la hora de la siesta mientras nos abraza, la música templada de su voz cada amanecer en tanto sentimos la brisa de la mañana alegrándonos la piel y el ánimo.

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Es posible que a cambio de ser inmensamente felices, al menos si sabemos serlo, si acertamos con la fórmula, se nos haya conferido el pequeño malestar de una existencia sujeta a ciertos recelos y calamidades.

No dejemos nunca que nos agüen la fiesta.

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