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Eutanasia, Dios y la vida

¿Cuántos mayores han muerto esperando una dependencia que no llega y además es insuficiente?

Martes, 25 de febrero 2020, 01:04

A lo largo de mi experiencia personal, que es limitada y contradictoria, he oído frases que puedo resumir de la manera siguiente: «D. Joaquín, se me rompe el corazón de ver a mi padre o madre sufrir tanto, su agonía es terrible y le pido a Dios que se lo lleve ya, que deje de sufrir esta agonía, aunque sé que, cuando se vaya, el vacío va a ser terrible. No me imagino mi vida sin mi padre o madre». Son personas que no se plantean la eutanasia médicamente ni se la van plantear, pero, en cambio, sí se la piden, de alguna manera, a Dios. Una experiencia que me impactó fue cuando una madre me dijo: «Estoy muy agradecida a Dios, porque me ha escuchado; le pedí que mi hijo dejara de sufrir, que terminara su terrible sufrimiento y ya ha dejado de sufrir». Le contesté, con una torpeza e insensibilidad grande, que tal vez haya coincidido su petición a Dios con su muerte por el propio proceso de la enfermedad. Esta madre me miró con lágrimas en los ojos y sin ningún tipo de reproche me dijo: «Como se nota que usted no tiene hijos. No se puede imaginar el destrozo de vida que ha supuesto la enfermedad de nuestro hijo, que tenía toda una vida por delante. Yo tendré que seguir viviendo, pero viviendo sin vida, sola y aferrada a los recuerdos». Le pido perdón por mi falta de sensibilidad, porque le había respondido desde el catecismo o por lo que yo había entendido desde el catecismo.

Alguien me puede decir y con mucha razón que la eutanasia hace referencia a otra realidad, a que solo puede pedirla la persona que desea morir, nadie puede pedirla en su nombre, que tiene que ser una decisión libre que puede cambiar en cualquier momento del proceso, sin presiones externas y reiteradas en el tiempo. Tiene que padecer una dolencia incurable que le provoque un sufrimiento insoportable; incluso en algunos países añaden que tiene que ser una enfermedad terminal, y tiene que ser un comité quien tenga la última palabra. La verdad es que una situación de esta envergadura tiene que ser terrible, yo personalmente no puedo juzgar a estas personas, solo mostrar respeto y cariño, y creo que hay que sacarlo del Código Penal.

Hay otras expresiones que oigo con frecuencia: «Yo cuando llegue a mayor y ya no tenga autonomía y sea dependiente, de forma que me tengan que lavar el culo, que me vaya al otro barrio». Esta expresión tampoco hace referencia a la eutanasia en el sentido liberal, pero refleja ese miedo de saber que la edad y la enfermedad están asociadas a la soledad, el abandono y el aparcamiento, en una sociedad que solo valora la productividad y la competitividad, en la que hay que saber que, cuando dejas de ser rentable para el enriquecimiento de las élites sociales y económicas, eres echado de la sociedad, a ese 'inmenso vertedero social'.

Saliendo de esa dinámica, que no comparto, de que la eutanasia va a suponer la muerte de millones de personas mayores a manos del Estado o de que va a suponer la solución de muchas situaciones, creo que hay que poner el acento, independientemente de la conciencia de cada uno a la hora de situarse, en las condiciones de vida, porque hay muchas personas que quieren vivir y las condenamos a morir. Condiciones de vida que pasan por los cuidados paliativos, los tratamientos paliativos, que consisten en suspender los tratamientos, por ejemplo la quimioterapia, y esperar la muerte con un tratamiento que evite en lo posible el dolor. Pero las condiciones de vida también exigen una ley de Dependencia que apoye a las familias en sus necesidades y pensiones dignas, invertir en sanidad y no recortar ni privatizar, y esto choca con la bajada de impuestos. La pobreza y la miseria acortan la vida por falta de calidad. ¿Cuántos mayores han muerto esperando una dependencia que no llega y además es insuficiente? ¿Cuántas personas mayores pasan hambre y están abandonadas? Los datos son escalofriantes de personas mayores que tienen movilidad reducida y viven en edificios sin ascensor.

Son muchas personas que quieren vivir, que luchan por vivir, pero se las condena a morir, porque vivimos en el capitalismo salvaje, no del beneficio, sino del máximo beneficio, y como dice el Papa Francisco, el capitalismo mata, es un sistema terrorista. Personas que mueren en las guerras, en la no acogida, de hambre, de sed, de falta de un sistema de salud... y que quieren vivir una vida normal y corriente. Necesitamos crear condiciones de vida, estructuras de vida que empapen la política, la economía, las finanzas, la educación, la sanidad y las políticas sociales.

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