Doblegar la curva, una responsabilidad colectiva
En pocas ocasiones una decisión, una responsabilidad individual, ha adquirido tanta trascendencia a nivel colectivo
Hace unas semanas leí en la revista 'Jot Down' un artículo titulado 'El coronavirus y la leyenda del tablero de ajedrez' firmado por Carlos Pena y el prestigioso científico cartagenero Juan José Gómez Cadenas donde los autores recurrían a la conocida fábula para explicarnos, de manera didáctica, la ley matemática que seguía la propagación de la pandemia del Covid-19.
Son distintas las versiones que nos han llegado del referido cuento, pero todas comparten, como núcleo esencial, que pagar el precio de la cantidad resultante de colocar un grano de cereal en la primera de las casillas de un tablero de ajedrez, dos en la segunda, cuatro en la tercera y así sucesivamente hasta alcanzar la casilla 64, sería prácticamente imposible de asumir al obtenerse una cifra casi inabarcable.
Trasladándonos a la actual crisis sanitaria, si acudimos a la representación gráfica de la combinación de días transcurridos desde el primer contagio con el número de personas contagiadas, observamos que la conocida matemática, y ahora también popularmente, como curva, mantiene una pendiente recta positiva desde el principio.
El ser humano es capaz de las mayores proezas y de las mayores miserias. Tenemos frente a nosotros una ocasión única
La necesidad de frenar ese crecimiento exponencial ante el riesgo de colapso del sistema sanitario, así como de poder alcanzarse un número inasumible de pérdida de vidas humanas, llevó al Gobierno de España a adoptar una decisión inédita en nuestra historia democrática: la declaración del estado de alarma mediante el Real Decreto 463/2020, de 14 de marzo.
Esa declaración ha traído consigo restricciones importantes en la esfera de nuestros derechos individuales, algunas de ellas especialmente dolorosas, como la limitación de nuestra libertad ambulatoria por espacios públicos o el cierre de negocios que no tuvieran la consideración de esenciales.
Desde entonces, para los millones de españoles que nos encontramos confinados en nuestros hogares, la evolución de la curva de la pandemia, que nos muestra el número de contagios, hospitalizaciones y muertes, se ha convertido en una preocupación diaria. A veces casi insoportable.
A esa preocupación se añaden el desconcierto y también la impotencia, llevándonos a pensar que no hay nada que podamos hacer pues la situación escapa a nuestro control. Sin embargo, esta última afirmación es falsa. Es mucho lo que está en nuestras manos.
Volviendo al tablero de ajedrez, cada una de las piezas tiene su papel en esta guerra: lo tiene el personal sanitario que se enfrenta directamente, día a día, a la enfermedad cuidando y consolando a los enfermos; lo tienen las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado y nuestras Fuerzas Armadas, velando por nuestra seguridad y porque todos cumplamos las medidas de confinamiento; lo tienen quienes trabajan en todos los niveles del sector agroalimentario (desde el productor al cajero del supermercado, pasando por el transportista y por el reponedor); lo tienen los servicios de emergencia, prestos a atender cualquier situación de urgencia que requiera su intervención; lo tienen los medios de comunicación haciéndonos llegar la información a diario; lo tienen los servicios de limpieza que se encargan de recoger nuestros residuos y de mantener en adecuadas condiciones de higiene nuestros pueblos y ciudades; lo tienen, en definitiva, todos aquellos que trabajan en las actividades que han sido declaradas esenciales por el Gobierno.
Pero también lo tenemos quienes no nos encontramos en ninguno de los supuestos anteriores. Y no es el nuestro un papel menor: de nosotros se espera que respetemos escrupulosamente las medidas de restricción ambulatoria que han sido acordadas.
En pocas ocasiones una decisión, una responsabilidad individual, ha adquirido tanta trascendencia a nivel colectivo, porque cada uno de nosotros tiene en sus manos decidir si quiere convertirse en un nuevo elemento de contagio y propagación del virus entre propios (familiares fundamentalmente) y extraños o bien en parte de la solución. Esa actuación pasiva, si se me permite el oxímoron, de respetar el confinamiento, es la que nos corresponde ahora a la inmensa mayoría de los ciudadanos y la que nos va a permitir reducir el número de contagios y de muertes. Vivimos en tiempo de héroes, sí, pero también de una ciudadanía que ha de asumir el reto al que se enfrenta colectivamente.
El ser humano es capaz de las mayores proezas y también de las mayores miserias. Tenemos frente a nosotros una ocasión única que nos pone delante la posibilidad de salir fortalecidos de esta crisis a nivel individual y también más fuertes como sociedad.
Siguiendo a Marco Aurelio, hemos de ser conscientes de que poseemos en nosotros mismos algo mejor y más maravilloso que lo que excita nuestras pasiones y nos agita como muñecos. Pongámoslo en práctica y creámonos que juntos, esa curva podremos doblegarla.