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Diario de escritura (LXIII)

TIEMPO POR VENIR ·

Domingo, 27 de septiembre 2020, 08:59

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Lunes 14 de septiembre

El altavoz del colegio que tenéis frente a casa se mete en la habitación. Por primera vez desde el 13 de marzo. Hay incertidumbre, pero también alegría. Es una especie de reconquista, a pesar de todo. Era necesario este regreso de los niños. Te asomas y los ves en el patio con mascarilla, medio perdidos, en pequeños grupos, sin saber muy bien qué hacer. La imagen se te clava.

Comienzas a preparar la intervención del próximo miércoles en el CSIC. Las videoconferencias son un arma de doble filo. Al final trabajas el doble y te programas más de la cuenta.

Llegan las segundas pruebas de 'El don de la siesta'. Las vuelves a leer. Entiendes por qué, una vez publicado, jamás has vuelto a abrir un libro tuyo. Acabas harto de leer las mismas frases, una y otra vez. Podrías reescribirlo entero. Estás tentado a hacerlo. Pero ese librito tiene un sentido de inmediatez que lo dota de frescura. Casi como este diario. Escritura a través de pinceladas cortas, pequeños toques de tinta para señalar el tiempo.

Martes 15 de septiembre

Hoy no hay romería ni fiesta en el monte. Casi nunca has ido, pero siempre has percibido el sentido del día de fiesta. El último día de vacaciones antes de comenzar el curso. Hoy, sin ese marcador, todo parece un continuum. En realidad, es así desde mediados de marzo. El tiempo se mueve hacia delante de modo incierto. Cuesta demasiado frenarlo.

Empiezas a trabajar en el texto para el libro de los dibujos de Javier Pérez. Pasas el día contemplándolos y tomando notas. Te demoras en cada una de las treinta y tres imágenes, fijándote en los detalles, dejando también que sean las líneas las que te hablen. No quieres escribir un texto académico, tampoco excesivamente literario. No sabes por dónde comenzar, qué estrategia seguir. Quizá por eso te abismas en sus dibujos, buscando allí algún tipo de respuesta.

Miércoles 16 de septiembre

Los ruidos de los vecinos se te meten en la cabeza. Aunque están dos pisos por debajo, las carreras de los niños en el piso se oyen como si estuvieran en vuestra casa. Es extraño el modo en que retumban. No lográis acostumbraros y muchas veces os sobresalta el estruendo, sobre todo por la noche y a la hora de la siesta. No paran un segundo y parecen incansables, los críos. No sabes cómo decirle al vecino que intenten correr con más cuidado, que no claven los talones desnudos en el parqué ni salten como si estuvieran en el patio del colegio. Al fin y al cabo, están en su casa. Y tampoco pretendes ser 'el Grinch' del edificio. Así que no dices nada. Tu timidez y obsesión por agradar y no molestar a los demás te cuestan caras. Algún día crecerás.

Por la tarde, seminario virtual en el CSIC. Debatís durante más de tres horas sobre arte, memoria y representación con doctorandos y jóvenes investigadores. Nombran libros y referencias que no conoces. No puedes evitar la inseguridad y la sensación de haber perdido hace años el hilo de la conversación académica. Solo al final parece que dices algo con cierto sentido. Pero cada vez estás más lejos de ahí.

Jueves 17 de septiembre

Por la mañana, un mensajero trae los ejemplares justificativos de 'El arte a contratiempo'. Abres la caja con emoción. Tomas un libro en tus manos y te sientas en el sofá a hojearlo. Pasas las páginas con detenimiento, para comprobar que todo está en su lugar, pero también para convencerte de la realidad. Aunque cada vez estés más alejado de la historia del arte, te hace una ilusión especial este ensayo. Es la memoria de un periodo de trabajo y unas preocupaciones que se han prolongado durante más de diez años. Ver todo eso cristalizado en un libro de la colección Akal/Arte Contemporáneo es algo que te hace sentir satisfecho como investigador. Y también certifica que, en este tiempo en el que has publicado novelas y diarios, no has abandonado la disciplina universitaria, que sigues siendo historiador del arte, que el trabajo es serio y merece la pena.

A mediodía llega Lydia a Murcia. La recibís Leo y tú en la estación. Desde que la conocisteis en Nueva York no ha dejado de fascinaros. Es una mujer extraordinaria, una periodista valiente, como pocas en el mundo, y una persona divertida y generosa. Su amistad es un privilegio.

Paseáis con ella por Murcia. Le hablas de la ciudad, le explicas la catedral, la historia de los espacios por los que camináis... Te sirve para redescubrirlo todo, mirar las cosas con ojos nuevos y darte cuenta de lo bella y agradable que es tu ciudad.

Coméis en el Virgen del Mar. Un pimiento de Padrón te pica como si fuera chile habanero. Intentas ocultarlo, pero los ojos se te llenan de lágrimas. Haces el ridículo.

Luego, tomáis unas copas en el Parlamento. Allí, el presidente del Murcia te saluda y dice que apenas hablas del equipo en tus diarios. Tiene razón. Demasiado Real Madrid. Con lo pimentonero que has sido siempre tú.

Después, la amistad. Bromas con tu tatuaje. Un camarero con 37 bolígrafos. Una azotea oscura. Conversaciones sobre el fin de los tiempos. El mundo frenado ahí arriba. El mundo frenado después, de camino a casa en plena madrugada. La vida a contratiempo..

Viernes 18 de septiembre

Por la mañana escribes el diario. Apenas has dormido. No estás lúcido.

A media tarde se despeja el cielo y lleváis a Lydia al Quitapesares. Desde allí se ve la ciudad. Cuentas algunas anécdotas que has escrito en tus diarios. Después, habla Lydia. Todo lo que habéis contado palidece. Te asombra la manera en la que ella nunca se impone. Tiene historias que dejarían a todo el mundo con la boca abierta, pero prefiere escuchar que apabullar a los demás.

Al final de la noche suena una batucada en el Mesón la Torre, mientras cenáis ya más por vicio que por hambre.

Sábado 19 de septiembre

Comienzas a leer 'Cuaderno de tierra', el último libro de Manuel Moyano, que presentas la próxima semana. Desde el principio, te atrapa su escritura y su manera de mirar a lo cercano.

Coméis en Mi Méjico. Es la prueba definitiva. Llevar a una mexicana a un mexicano. Pero le gusta. La comida y la experiencia, incluso el Mariachi.

Durante esos días, no miras el móvil, no pones nada en tus redes, no atiendes las noticias. Lo importante está en lo cercano. Los amigos, la trinchera frente al desastre.

Domingo 20 de septiembre

De camino al hotel, ves a todo el mundo con mascarillas y te sorprende que ya no te sorprenda. Es un sensación siniestra. De repente te observas desde fuera, comportándote de modo natural ante algo tan excepcional.

Visitáis la exposición de Rainer Splitt en la Sala Verónicas. La pintura desborda los límites del cuadro y se escapa hacia el espacio. Un gran vertido de pintura en el centro de la sala refleja toda la iglesia. Allí, de nuevo, el tiempo se detiene. Y percibes también ese lugar como una trinchera. El arte como interrupción y reposo.

Le dais a probar a Lydia un pastel de carne. Se lleva la experiencia murciana completa. La despedís en la estación y prometéis volver a encontraros pronto. En Murcia, en Madrid o en México.

Llegas a casa después de unos días desaparecido. Mientras meriendas, ves varios capítulos de 'Cobra Kai'. Continúas afincado en la nostalgia.

Por la noche, después de cenar, preparas el escritorio para el trabajo del día siguiente. Dejas el cuaderno abierto por la página en la que tienes que comenzar a escribir el texto sobre los dibujos de Javier Pérez, los libros que piensas leer sobre la mesa, la pluma cargada de tinta... Es solo una manía –mejor, un ritual– pero te tranquiliza y te anima a iniciar la tarea nada más sentarte a la mesa. También te ayuda a dormirte tranquilo, consciente de que, de algún modo, las cosas ya han comenzado a escribir por ti.

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