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Debilidades humanas

ALGO QUE DECIR ·

Es ineludible que ningún hombre logra cumplir en plenitud sus sueños

Miércoles, 16 de septiembre 2020, 00:59

No sé si es demasiado atrevido lo que voy a decir ni qué consecuencias me traerá en un futuro próximo, pero yo entiendo al Rey, es decir, al hombre, al animal solitario que, como tantos otros, busca la compañía y el consuelo de una mujer hermosa e inteligente, de otra mujer distinta a la que ya tiene en casa, para salvarse del tedio y del naufragio por no haber podido ser lo que tanto deseó ser un día, lo que aspiró para sí mismo desde la infancia, los diversos hombres a los que ansió emular, las vidas que soñó vivir y las mujeres a las que pretendió amar.

Es ineludible que ningún hombre logra cumplir en plenitud sus sueños y lo que le aporta el futuro apenas se parece a la sombra de lo que deseó en un tiempo; su vida suele ser un fracaso anunciado y llega una edad en que lo entiende todo de golpe y comienza a buscar una salida al círculo infinito del coso de la existencia.

No justifico ningún desmán financiero ni otros presuntos delitos económicos, pero comprendo al hombre, me hallo muy cerca de la ternura y de la desazón del que va despidiéndose despacio con tristeza y coraje de los últimos placeres del mundo, del postrer vigor de una masculinidad que no debemos emparejar en todos los casos con el cáncer del machismo. Casi en la última curva del camino, y cito a Baroja, vislumbramos el final y nos tememos lo peor, nos angustia la pérdida y, si se nos permite, nos agarramos a otro cuerpo joven o, simplemente, a otro cuerpo diferente.

El hombre, no el cargo, que ha surcado los siete mares, ha atracado en cien riberas, ha repostado en los mejores restaurantes del país y ha degustado los caldos más suculentos acompañado casi siempre de una mujer bella, que durante un tiempo le ha hecho la vida más soportable, puede caer en un momento dado en una debilidad cualquiera con tal de contentar a su nueva pareja que le está dando la vida cada día. Son estadios más próximos al goce irracional de los sentidos, a la efervescencia placentera de la piel que regresa a la juventud por unas horas y recupera la locura del origen, como si parara el curso del tiempo y se le concediera el milagro de volver de nuevo.

Si en algún instante mágico de nuestras existencias, en alguna de esas noches en las que supimos que podría ocurrir cualquier cosa, libres y felices y absueltos de normas, mientras disfrutábamos de una maravillosa compañía y de una conversación inteligente, no perdimos por unos minutos la orientación y el sentido común, no nos asomamos a un abismo insondable y no estuvimos muy cerca de lanzarnos a la locura de una destrucción cierta, será porque nos quedó bastante por experimentar o porque no hemos extraído todo el jugo al paso inexorable de los años.

Pero quisimos que las cosas fueran de otra forma, pedimos todo el cuento como en Pretty Woman, nos arriesgamos a que el idilio se esfumara un minuto antes del alba, apostamos, jugamos y casi siempre lo perdimos todo muchas veces.

Líbreme Dios, yo que no creo en dioses algunos, de defender la Monarquía, siendo un republicano convencido como lo soy, pero ninguna debilidad humana me es ajena, y, por eso mismo comprendo y asumo todas las faltas de los hombres y de las mujeres, todas sus flaquezas como si fuesen las mías propias, pero permítanme que me coloque más cerca de ellos, los de mi propio sexo, que haga un ejercicio de empatía y compasión y perdone sin discusión sus muchos deslices.

Ya saben: quien esté libre...

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