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Quedarse a las puertas de tocar metal escuece, pero las mieles de la perseverancia pertenecen a los casis, a los por pocos, a los cuartos puestos. Para muestra un botón: existe un podio más alto que los demás, el de la Luna, donde ya no queda sitio para nadie, y a pesar de ello hay un puñado de países que siguen compitiendo para ser los siguientes en remojar sus posaderas -es un decir- en el Mar de la Tranquilidad. Los últimos han sido los indios, que con la nave Vikram por poco lo consiguen. Otra vez. Pero no pasa nada, porque el fracaso también es un patrimonio legítimo para los relegados, el único territorio que es a la vez conocido y comanche, que destroza expectativas y regala nuevos comienzos. Y si no, que les pregunten a Unidas Podemos, que pese a haber perdido el bronce en las últimas generales no abandonan la esperanza de aliarse con un candidato narcisista que parece estar buscando, por todos los medios, repetir las elecciones para que su oro brille aún más. Tiene mérito: pocas veces una medalla de cartón sirvió para tanto en potencia y para tan poco en acto.

Francisco de la Torre, por su parte, ha sido relegado desde el segundo puesto de las listas de Ciudadanos por Madrid hasta el cuarto, pero el cuarto oscuro. De la Torre, que el jueves dejó su escaño y se dio de baja de un partido que ya no considera coherente, ha retrocedido al tiempo que Cs empujaba a un multimillonario hacia una más que segura portavocía económica. ¿Casualidad? No lo sé, pero eso de que no hay Quinto malo no siempre se cumple. La que sí que cumplió y consiguió la gloria fue Blanca Fernández Ochoa, pero su éxito no le está sirviendo ni para obtener un mínimo de respeto por parte de algunas aves carroñeras que se alimentan de las sobras generadas por el morbo. Cuarto poder, les llaman: debe de ser porque el podio les viene grande.

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