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Comernos el miedo

Ahora es bicéfalo: una cabeza nos asusta con la muerte y la otra con la ruina

Sábado, 21 de marzo 2020, 01:14

El lunes fue el cumpleaños de mi ahijado Milo y su hermano Mateo. Inicialmente estaba prevista una fiesta en el parque, pero las circunstancias hicieron que sus padres lo hicieran en casa y lo retransmitiesen por Skype. Aquel día fue el tercero de confinamiento, un día extraño en el que todos estábamos aprendiendo a vivir aislados. Mientras lo celebraban tuve la imperiosa necesidad de verlos, de ir y darle besos de esos apretaos en los mofletes de bebé que aún tienen. Hasta el domingo era solo una leve pena por no poder estar en su fiesta, pero saber que no podía abrazarlos me generó un dolor casi físico. Un mundo de distancia entre su casa y la nuestra imposibilitaba el cariño, o nos proponía un tipo distinto, una nueva forma de amarse sin tocarse.

De alguna forma ya estábamos advertidos cuando vimos 'Her', la gran profecía. También lo habíamos visto en 'Black Mirror', incluso había una tradición de predicciones, como 'El ángel exterminador' de Buñuel y, si tiramos hacia el principio, en 'El conde de Montecristo' o 'Robinson Crusoe'. Todo nos estaba diciendo que este tiempo llegaría, pero no lo quisimos ver. Las películas poetizaban esa visión, pero el mundo nos gritaba que había que parar de alguna manera. Esta situación ha sido como una crisis de nervios colectiva que ha acabado con todos hospitalizados. A priori todo bien, era una oportunidad para cambiar de vida, leer, hablar entre nosotros y conocer a nuestros hijos, pero no podía ser tan fácil.

Esto no está siendo unas vacaciones, un dragón duerme en nuestras camas como el invisible espíritu que hace que los actores de Buñuel no salgan de casa. El miedo es bicéfalo: una cabeza nos asusta con la muerte y la otra con la ruina. El dragón de dos cabezas, invisible, camina por los pasillos de casa y se sienta en el sofá susurrándonos. El trabajo cansa, el miedo agota. Estos días pueden agotar a los que no tienen garantizado el sueldo por el Gobierno, aquellos gracias a los cuales el Gobierno puede pagar los sueldos. Es un dragón injusto y criminal pero realista y coherente con estos tiempos mal diseñados. Esto nos va a hacer parar unos días y va a cambiar el mundo, pero sospechaba que no para bien.

Cuando sentimos pánico somos poco menos que un pavo asado o un piano de cola

Algunos somos de cariño físico. Nos gusta tocar a quien queremos, abrazarlo, besarlo. A mis hijos los someto a 'rounds' de cariño, como decía Quino. En este aislamiento tan cinematográfico estamos sometidos al miedo del dragón y a la imposibilidad de abrazar a nuestras madres o quedar con nuestros amigos. Es un doble aislamiento en el que toda nuestra atención está volcada en una pantalla. Con las redes nos vamos alejando del cariño físico y vamos haciendo crecer al dragón con el miedo que vamos asumiendo en las consignas que lanzan demasiados descerebrados. Las redes están siendo un calmante y un excitante a la vez. Nos hacen olvidar durante un rato y nos meten en el ojo del huracán poco después.

El lunes echaba de menos a Milo y a Mateo. Pensé en escapar a esta especie de serie distópica, a esta 'Fuga de Logan' con mi coche y mentirle a la Policía si me paraba. Si releo la última frase pienso que estoy soñando, que esto no está pasando, pero sí. Estamos confinados en casa mientras la policía identifica, a la manera en que lo habría imaginado Orwell, a todo el que va por la calle.

Es un mundo nuevo, este que me aleja de Milo y Mateo, de mi madre, de mis amigos. Es un mundo bipolar que nos ofrece la posibilidad de regenerar la naturaleza y por otro nos promete un Apocalipsis económico. Un cóctel de anfetaminas y ansiolíticos con el que es imposible mantener la cabeza serena. El miedo nos convierte en objetos, nos separa del mundo real, de la vida y nos bloquea. Cuando sentimos pánico somos poco menos que un pavo asado o un piano de cola. El miedo nos reduce a ornamento, es el verdadero enemigo, como decía Churchill. El dragón de dos cabezas es el enemigo, aunque parezca no hacer nada más que amenazar. Sin que nos demos cuenta nos tiene atenazados.

Entonces, en la zozobra de no poder ver a los críos, me di cuenta de mi error.

Toda mi vida ha sido inestabilidad. Nada ha sido fácil hasta ahora, nadie me da nada sino todo lo contrario. Siendo así, ¿qué me puede dar miedo, si soy un autónomo español? Peor aún, si soy un autónomo casado con una autónoma que, además, es mi socia. Entonces recordé los años 2009-2016 y recorrí mentalmente la presión que dejó blanco mi pelo. Salimos de aquella y saldremos de esta, pero para eso había que acabar con el dragón. Entonces abracé a mis hijos y a Carolina y el dragón se hizo más pequeño. Empezamos una partida de 'Padres contra hijos' y el dragón ya parecía una lagartija gorda. No nos daba miedo, así que lo sacrificamos y lo metimos en el horno. Fue una cena alegre. Los niños pensaban que cenaban pizza, pero estábamos comiéndonos nuestro miedo y empezando una nueva etapa en la que estábamos dispuestos a luchar contra quien fuese, y si era un dragón que se llama miedo, mejor. Hemos probado su sabor y no es para tanto.

Vamos, amigos. Todo va a salir bien.

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