«Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida. Y entonces comprende cómo están de ausentes las cosas queridas», dice la canción ... que tan linda suena en la voz de Mercedes Sosa. Escribo estas líneas frente un inmenso ventanal tras el que asoma la Colombia exuberante y frondosa que durante años recorrí feliz y que tantas noches en la distancia llena mis sueños. Estoy en el Eje Cafetero, una región única en el mundo declarada Patrimonio de la Humanidad, y no me extraña que la Unesco posara sus ojos en este rincón del país y, como yo, cayera rendida ante sus verdes que no terminan nunca ni caben en la mejor de las paletas.
Las palabras se me quedan cortas para describir este pedacito de Colombia así que por favor les pido imaginarlo repleto de las exóticas flores que adornan nuestros jarrones y aquí crecen salvajes en cualquier esquina, también de indomables y altivas montañas que son todo, por supuesto orgullo, casitas pintadas de colores y una deliciosa temperatura primaveral. Para completar el cuadro añadan las cerezas maduras de los cafetales que de tan rojas pareciera que fueran a estallar, los bosques de bambú que llaman guadales, las plantaciones de plátanos y bananos y la gente más amable que puedan imaginar. Porque en este rincón colombiano en el corazón de Los Andes todo son sonrisas, buenas palabras y disposición de parte de esa gente que por muchos años ha acumulado saberes y tradiciones para adaptar sus pequeñas parcelas a las difíciles condiciones del entorno.
No coman cuento, como dicen por aquí, y no se dejen engañar: Colombia es mucho más de lo que cuentan los periódicos y las series de televisión. Aterricen en Bogotá y en el Museo del Oro busquen la mayor colección de orfebrería prehispánica del mundo, en Cali, la capital de la salsa y en Medellín, una de las ciudades más innovadoras del mundo. Piérdanse por cualquiera de los dieciocho Pueblos Patrimonio a cual más bonito, suban al Nevado del Tolima o a la Ciudad Perdida de los indígenas tayrona, bajen el río Magdalena en rafting, sobrevuelen en parapente el Cañón del Chicamocha y naveguen por el Orinoco. Esperen en el Pacífico la llegada de las ballenas jorobadas, recorran Caño Cristales, el río más hermoso del mundo, y San Andrés con su mar de los siete colores. Busquen las infinitas y elegantísimas palmas de cera, declaradas árbol nacional, caminen Cartagena de Indias, naveguen por el Amazonas y guarden unos días para las playas del Pacífico, Santa Marta y Barranquilla con su carnaval.
Si se animan a viajar escríbanme y les armo plan. Yo en nada regreso a España. Ay, mi Colombia querida, si pudiera contarte cuánto te voy a extrañar.
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