El coleccionista
Mi generación no conoció lo digital, de manera que la evasión de la realidad fue a través de los objetos
Vivimos en un sistema imperfecto, rodeados de personas imperfectas como, al fin y al cabo, imperfectos somos nosotros mismos. Aprendemos a habitar esa realidad a ... trancas y barrancas. En unos encontramos amor y consuelo, en otros dolor e inestabilidad, pero en todos percibimos emociones que nos hacen crecer. Crecemos en el seno de una familia en la que todos son humanos que nos asigna el destino. Con los amigos es distinto, los elegimos de manera que el margen de error es menor, si bien siempre son personas, con lo imprevisibles que pueden siempre resultar ser. Que podemos llegar a ser.
Un día, en la infancia, se descubre el reclamo del objeto inanimado al que atribuimos alguna cualidad. Son los juguetes, cosas que mágicamente nos llevan a un mundo nuestro. Mi generación no conoció lo digital, de manera que la evasión de la realidad fue a través de objetos. Pintar, el ejercicio, los juegos grupales y demás son otra cosa, el objeto que elegíamos para dar vida era una especie de amuleto que nos protegía del mundo exterior y sus contingencias. Teníamos una caja de juguetes, fuesen caros o humildes, que tenían sentido individualmente y de forma colectiva. En esa agrupación de trastos surge el amor al coleccionismo.
Mi padre no fue capaz de transmitirme nada, pero sí me hizo un regalo trascendente, el álbum de mi colección de monedas, que se nutrió durante años de la calderilla que llevaban en los bolsillos los parientes y amigos que viajaban. Todo el que cruzaba la frontera sabía que tenía que guardar las monedas para mí y yo los recibía como si viniesen los Reyes Magos. Poco a poco fui llenando álbumes y más álbumes. De esa forma empecé el más virtuoso de los vicios.
Coleccionar es una forma de estar en el mundo. Ordenar objetos que han llevado vidas independientes es algo que no todo el mundo entiende. Hay coleccionistas y luego están los que no lo reconocen, pero aún en una mínima escala tenemos una tendencia inevitable a dar sentido a algo y conservarlo junto a otra cosa que también lo tiene. He visto todo tipo de colecciones, desde una de humildes tortugas que tiene mi madre a otra de obras maestras que guarda en una mansión de Ginebra un hombre muy rico. Cada uno desarrolla una filia por algo o por muchas cosas. He visto también coleccionistas perfectos, puros, que acumulaban todos los objetos que llegaban a su vida por alguna razón, ya fuese estética, afectiva o cultural. Mi amigo Nacho Valle es uno de ellos y su colección, uno de los conjuntos más bellos que he visto.
Las colecciones tienen siempre sentido porque cada coleccionista les imprime un sello propio. Son una lectura, una autobiografía, un autorretrato... Las podemos considerar como queramos y en todos los casos acertaremos, desde la primigenia caja de juguetes al sofisticado contenedor arquitectónico que preserva una colección de arte contemporáneo. Pienso que el coleccionista es un ser profundamente humano que se debate entre la misantropía de preferir dedicar tiempo a objetos antes que a personas y el amor a la humanidad a través de los objetos que produce. Somos una especie de basureros de la eternidad, siempre atentos al residuo físico que el hombre deja en su tránsito terrenal. Tenemos un síndrome de Diógenes pero muy 'cool'.
En los tiempos de desconsuelo los objetos, en la agrupación que les damos, nos prestan una ayuda, una forma de evasión. Las personas fallamos, los objetos no. Tan triste como cierto.
Las personas nos medimos muchas veces por los objetos que atesoramos. No es una cuestión de acumulación capitalista, es que algunos somos naturalmente coleccionistas y leemos el mundo en objetos. Hay coleccionismos exquisitos de libros, obras de arte o similares como los hay de objetos populares, hasta de horteradas y chismes macabros. Lo que coleccionamos nos define y define también a las sociedades que coleccionan. Hablo de museos, y cada país, cada región o cada ciudad tiene en los museos el reflejo de lo que ha atesorado, de los objetos que ha primado sobre otros. Podríamos decir que los museos son el autorretrato de nuestras sociedades. En ellos aprendemos, disfrutamos y creamos espíritu crítico.
Los coleccionistas nos reconocemos, nos buscamos. Nos retamos muchas veces y competimos en esa parte negativa que de ansiedad tiene esta dulce condena nuestra. Morimos y mataríamos a veces por conseguir algo. Es lo que hemos visto en Indiana Jones y tantas películas, el objeto convertido en la meta de una vida, al menos en la meta de nuestro dinero o nuestro tiempo.
Desarrollamos conocimientos avanzados en lo que coleccionamos y buscamos a quien más sabe para aprender y también para que legitime lo que hemos comprado. Nadie compraría arte asesorado por un notario de la misma forma que quien colecciona objetos militares busca a un historiador del ejército para que le diga si una bayoneta es auténtica o no. No hay que abusar de ese consejo, acertado o no, de hecho también he conocido colecciones vacías porque no las hacía su dueño sino una persona encargada a tal fin. Es lícito pero frío y plantea la duda de de quién es esa colección.
Habrá quien lea esto pensando que soy un tarado, algo que no he negado nunca, pero también habrá quien entienda lo que digo, quien comparta esta forma de vivir rica y extraña. A ti está dedicado este artículo.
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