Un wéstern
El problema empieza cuando a los dirigentes actuales se les va la pinza, y se creen que pueden ponerse las cartucheras
Hubo un tiempo en que todo eran wésterns. Perdonen el americanismo: todo eran películas del oeste. Caín desafiando a Abel, Ulises a Héctor, el Conde ... García Ordóñez al Cid, Carlos I de España a Francisco I de Francia, Napoleón a Wellington, Hitler a todo el mundo y Franco... a la República, por decir algo. La historia está llena de enfrentamientos entre hombres. Las mujeres son mucho más sensatas. Aunque haya rivalidades, que las hay, no han sido famosas por destriparse entre ellas, cosa que las honra. Son los hombres los que se retan, luchan y matan. Miren ahora mismo: no hay una Putina, una Netanyaha o una Trumpa. Son los hombres los que se vuelven locos y dicen y hacen lo que no tienen ni que decir ni hacer.
La épica de Hollywood nos permite ver el duelo entre héroes de la manera más estética posible. No me negarán que, en 'Sólo ante el peligro', tienes el corazón en un puño por si Gary Cooper no fuera capaz de matar a toda una banda de malhechores. Lo mismo nos pasa cuando, en 'Raíces profundas', Alan Ladd se enfrenta a Jack Palance (uno de los malos más malos de todos los malos), aunque si aplicamos lo de justicia poética sabemos que normalmente el bueno siempre gana. Casi siempre, porque, si no, que se lo digan al general Owen Thursday (Henry Fonda) cuando se obceca en luchar contra el jefe Cochise en 'Fort Apache'. Menudo tonto del haba, un orgulloso que queriendo pasar a la historia como héroe cae en una trampa, él y sus soldados, para morder el polvo, nunca mejor dicho.
Esto pasa en el cine. En los wésterns, que es la manera fina de llamar a las películas del oeste. El problema empieza cuando a los dirigentes actuales se les va la pinza, y se creen que pueden ponerse las cartucheras, colgarse un par de revólveres, comprobar si funcionan, e ir a tierra abierta amedrentando a quien se ponga por delante. En días pasados, cuando el presidente de los Estados Unidos se dejó caer por La Haya para eso de la OTAN, mi imaginación voló hacia una película, de aquéllas de ganaderos, en las que otro villano va comprando (o robando) a los vecinos sus posesiones para quedarse con todo. Sólo que ahora las pistolas tienen forma de móvil en el que, utilizando sus redes, se pueden decir las barbaridades que les vienen en gana, y chantajear en plan matón a todo el que le lleve la contraria. De nuevo estamos ante una película del oeste: el chico, el poder, la amenaza, son los temas fundamentales de ayer y de hoy. Aunque, para decir verdad, falta la trama amorosa para recordar, por ejemplo, 'Raíces profundas'. La historia de Trump con sus bravuconadas no tiene gancho, no tiene la mirada de una esposa (Jean Arthur) hacia el forastero (Alan Ladd) para imaginar otro concepto de amor, alejado del noble aunque aburrido marido (Van Heflin). Trump es otra cosa. Tiene a su joven consorte (ya no tan joven) esperándolo en Palm Beach, sumisa con su colección de pamelas, aceptando las aventuras (se dice que sórdidas) que se le atribuyen a su anciano esposo. Éste, al que corean como héroe sus más abyectos colaboradores, y hablo de europeos como el impresentable conservador neerlandés Mark Rutte, o el sumiso laborista inglés Keir Starmer, no le llega ni a los talones de aquellos malvados como Liberty Valance de la época dorada del wéstern. Por mucho que se empeñe.
El chico, el poder, la amenaza, son los temas fundamentales de ayer y de hoy
Y no le llega porque, como decimos en nuestra tierra, sus amenazas son propias de bocazas, de aquél que dice digo pero lo que quiere decir es diego, de matones de pacotilla que un día hablan de una cosa, y otro, de otra. Aunque no soy en absoluto especialista en el tema, me atrevería a afirmar que el personaje en cuestión es el 'superyó' freudiano, definido como «instancia psíquica que internaliza las normas sociales y morales, a menudo de forma coercitiva, generando sentimientos de culpa». De culpa o de lo contrario. Fíjense. Su enfrentamiento con Pedro Sánchez ha resucitado a un casi cadáver político, al cual, rodeado de procesos y casos por los que ninguno quisiera pasar (a saber, bien es cierto, si son verdad o mentira, con jueces sospechosos de parcialidad), le ha bastado decirle no al pistolero chulesco para darle vida. No entro ni salgo en razones partidistas. A saber dónde estará el 'the end' de la película.
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