Los tebeos
La cosa empeoró cuando comenzaron a llamarse cómics. No tengo nada contra esa denominación, ni mucho menos, pero los cómics eran más serios
Una de las satisfacciones más grandes que he tenido en las últimas semanas es saber que no pocas personas de mi edad, relacionadas con la ... literatura, fueron grandes lectores de tebeos. Eduardo Mendoza reconoce su dependencia de ellos cuando, de joven, era su lectura favorita. Javier Pérez Andújar cuenta y no para de cómo las aventuras de los personajes del T.B.O. alentaron su deseo de dedicarse a escribir. Carmencita Franco, según Paco Cerdá, esperaba ansiosa la aparición de los libros de Celia para beberse sus aventuras, sin reparar en que, detrás del seudónimo de su autora, Elena Fortún, se escondía una exiliada de la guerra civil. Yo, que siempre me he confesado heredero de los tebeos, copiaba desde bien pequeño en los márgenes de los libros al Guerrero del Antifaz de Manuel Gago, a Roberto Alcázar y Pedrín de Vañó, y al Capitán Trueno de Ambrós. Sin embargo, cuando poco después empezaron a entrar los grandes viñetistas americanos, con los célebres Alex Raymond y Hal Foster a la cabeza, pasaron a ser mis modelos preferidos. De ahí a leer novelas hubo un paso, sobre todo, las de aventuras de Defoe, Stevenson o Julio Verne.
El tebeo, para mi generación, fue el mejor refugio para la distracción. No tenías que compartirlo con nadie. El otro entretenimiento era el cine, el cine de salas, al que ibas sin imaginarte que años después lo podías tener en casa. Los cines de entonces eran de estreno, de reestreno y los de programas dobles en los barrios. Hablábamos de tebeos, que eran de aventuras o de humor, estos con el Pulgarcito y T.B.O a la cabeza. Tenían unas tiradas enormes; de ellos vivían muchos creadores y distribuidores. A mí me gustaban más los de hazañas, pero terminé coleccionando también los humorísticos. De esa manera me convertí en amigo de Carpanta, compartiendo con él sus ganas de comer un muslo de pollo o una carpa; del Gordito Relleno, también preocupado por zampar cuanto más mejor; de los traviesos Zipe y Zape, a los que nunca les cogí el punto; de doña Urraca, vecina con apariencia de bruja, etc. En la otra editorial, me esperaban las tribulaciones de la familia Ulises, verdadero precedente del cine de conflictos familiares. El genial Ibáñez, con su 'rue calle del Percebe', fue un poco después. Era una realidad en la que nos metíamos de cabeza gracias al color de los prados verdes, a los árboles de dos palotes, a los cielos de azules intensos. Y todo ello, en una España en blanco y negro.
Cuando empezamos a ponernos pantalón largo, y a fumar como signo de virilidad, los tebeos dejaron paso a publicaciones para mayores. Me refiero sobre todo a 'La Codorniz', cuyo lema era 'la revista más audaz para el lector más inteligente', la cual, a pesar de haber comenzado con firmas adictas al régimen, fue transformándose gracias a humoristas que preferían la ambigüedad, el doble sentido y la crítica. Menudo grupo de grandísimos humoristas salieron de allí: Mihura, Álvaro de la Iglesia, Gila, Herreros, Tono, Mingote, Chumy Chúmez... Los mejores del momento.
Volviendo a los tebeos, la cosa empeoró cuando comenzaron a llamarse cómics. No tengo nada contra esa denominación, ni mucho menos, pero los cómics eran más serios; se acercaban al concepto de novela gráfica o a lo que los franceses llamaban 'bande desinée'. En mis primeros viajes al país vecino llenaba mis maletas con aquellas publicaciones. Aquí todavía no había llegado esa moda, aunque no tardaría mucho. El gran Carlos Giménez nos contó la guerra civil y la posguerra con su 'Paracuellos', y Enric Sió, Adolfo Usero, Josep Maria Beá... Estos hacían tebeos realistas, de verdad. Otros seguían la estela del dibujo caricaturesco, como 'El jueves' o 'El Papus', con Ivà a la cabeza y su 'Makinavaja. El último choriso', sin olvidar a Kim, con su esperpéntico 'Martínez el facha'.
Como vemos en esta somera cronología, pasamos del viejo tebeo, lleno de ingenuidad y trazo ligero, al cómic más elaborado, que necesita el formato libro, al que, por cierto, ha accedido la mujer, la mujer dibujante, como importante elemento a añadir a su modernidad. El mensaje del tebeo era mínimo, como su crítica, dada la amenaza de la censura. Ahora, los cómics hablan de lo que pasa en las calles, de los comportamientos humanos, de sus traumas, a la vez que recuerdan biografías de poetas como Antonio Machado, García Lorca, Valle Inclán..., personajes de nuestra historia poco o mal conocidos. Son otros tiempos.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión