La guerra
Todos tenemos 'in mente' las guerras de más actualidad: la de Gaza y la de Ucrania, bautizadas así por ser los países invadidos, cosa que tiene su guasa
Si en la pasada columna traté de la paz, no es de extrañar que hoy lo haga de la guerra. Ya saben, la paz esa ... en la que se quiere coronar el señor de pelo naranja. Bromas que merece esta actualidad que vivimos, que si la tomáramos totalmente en serio no podríamos salir a la calle. La guerra, siguiendo de nuevo a nuestra admirada María Moliner, es una «confrontación prolongada entre naciones o grupos, implicando dicha lucha armada y que se busca el enfrentamiento para imponer o defender ideas o intereses». Ni más ni menos.
Todos tenemos 'in mente' las guerras de más actualidad: la de Gaza y la de Ucrania, bautizadas así por ser los países invadidos, cosa que tiene su guasa. No se habla de la guerra de Israel o la de Rusia. Hablamos de la de Gaza y la de Ucrania. Acabo de decir, países invadidos, cosa que le da un matiz especial. Así nacen generalmente las guerras, menos las civiles: un país grande invade a otro chico. ¿Por qué? Está claro: para quedarse con su riqueza. Hitler invadió Polonia, aperitivo de sus auténticas intenciones: quedarse con Europa. Napoleón hizo lo propio, aunque a este se le fue la olla y llegó hasta Egipto. España también se la quiso merendar, beber, diría mejor, a tenor de lo que le gustaba el vino a su hermanico, que dejó aquí de regente. Y si miramos hacia atrás, veremos que el esquema siempre es el mismo: Alejandro Magno llega hasta los confines de Asia; Tariq ibn Ziyad entra por Gibraltar a principios del siglo VIII, apoderándose de la Iberia, en donde árabes reinaron casi ochocientos años. Casi na. Por no hablar de los más grandes invasores de la historia, los ingleses, que dominaron todo lo que les dio la gana dominar. ¿Para qué? Para ser más ricos, para someter a más pueblos, para protagonizar la historia.
Las guerras tienen mala sombra aunque sean espléndidas para las artes. Las artes muestran lienzos y páginas bellísimas, pues en esa dualidad dominador-dominado hay siempre historia. Quién no ha visto, aunque sea en ilustración, 'La rendición de Breda' o 'el cuadro de las lanzas', de Velázquez, en el que los dominadores hacen bajar la cabeza a los dominados. O 'Los fusilamientos del 3 de mayo', de Goya, que capta el momento justo en el que los franceses disparan sobre los sublevados madrileños. O el 'Gernika', de Picasso, oda al sufrimiento de aquel pueblo en la guerra civil. Y si vamos a la literatura la lista de obras geniales basadas en hechos bélicos es más que abundante. 'La cartuja de Parma', de Stendhal, cuenta las últimas fechorías de Napoleón. 'El corazón de las tinieblas', de Joseph Conrad, se mete en las exóticas guerras africanas llenas de crueldad y racismo. 'Por quién doblan las campanas', en la que su autor, Hemingway, da cuenta de cuanto vivió en la guerra civil española. Algunos de estos títulos nos remiten a películas llenas de épica, de un realismo que cuesta mucho sostener la mirada a la pantalla, con verdaderos alardes técnicos que realzan más si cabe la crueldad del conflicto.
Por mucho que el arte engrandezca los perfiles más emotivos de las guerras, mejor que no las hubiera. Mejor que los poetas no las cantaran. Decía Groucho Marx que «inteligencia militar son dos términos contradictorios». Lo que me lleva a pensar que, afortunadamente, también hay obras que, en vez de ensalzar, critican las guerras. Y me lleva también a Groucho por ser protagonista, con sus increíbles hermanos, de 'Sopa de ganso', película que esconde, tras ese amorfo título, una historia que acaba en guerra, aunque sea abiertamente satírica. De hecho, es una farsa política que hizo que Mussolini la prohibiera, cosa que parece sorprendente. Otra película que critica directamente a la guerra es 'Teléfono rojo: volamos hacia Moscú', de Kubrick. Y otra de temática similar, en la que la sonrisa se trueca en llanto, es 'La vida es bella', del gran Roberto Benigni.
Las guerras, además, suponen un coste económico que sólo las grandes potencias son capaces de aguantar. Repasemos los invasores antes citados y nunca encontraremos que San Marino invada Italia o Andorra invada Francia. Terminemos con Martin Luther King, que apuntaba a las grandes potencias cuando decía que «una nación que gasta más dineros en armamento militar que en programas sociales se acerca a la muerte espiritual». Personalmente creo que ni a Putin ni a Netanyahu les importa eso de la muerte espiritual.
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