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De todas las fiestas sucedidas en estos días, la del Día del Libro es la más consistente y perdurable. Un paparajote te lo comes, como ... un jalufo o una marinera. Una caña te la bebes, como una copa de vino o de cava. Pero un libro, además de leértelo, lo conservas para toda tu vida. O lo prestas, o lo regalas, o lo vendes a otro... Salvo la noche de quema de libros de 'autores peligrosos' al espíritu patriótico alemán, en la Plaza de la Ópera de Berlín, en mayo de 1933, los libros los tienes en tu casa, o en la biblioteca más cercana, o en el estante de una librería esperando a que lo compres. Quemar un libro, por miedo a su contenido, es la acción más obscena que se pueda imaginar.
Los libros te meten en espacios fantásticos, con argumentos maravillosos, azarosas aventuras y personajes estupendos que se convierten en amigos o parientes tuyos hasta llegar al punto final. Bien decía don Miguel de Cervantes que «el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho». Ese es el objetivo principal del libro: enseñarte cosas, ampliar tus conocimientos, además de entretenerte, por supuesto. En las biografías de todos los grandes personajes aparece como seña de identidad que eran grandes lectores. 'La Odisea', por ejemplo, uno de los libros más antiguos que se conservan, si no el que más, fue lectura por los siglos de los siglos de todo tipo de personas. Las aventuras de Ulises encierran, además de lecciones morales y filosóficas, la descripción de todos y cada uno de los lugares que visitó el héroe griego, así como los personajes que conoció. Sólo 'El Quijote' se equipara en fama y prestigio al texto del arcaico poeta ciego. Y 'La Biblia', por supuesto, que aún sigue siendo el libro más vendido del mundo, y que también contiene aventuras extraordinarias, la mayoría de las cuales sirven como señales divinas.
Hablando de 'La Biblia': fue el primer texto que se imprimió en el mundo, allá por la mitad del siglo XV. El libro es un dispositivo relativamente reciente. Nació hace alrededor de 600 años, y supuso la mayor revolución de todos los tiempos. Hizo posible que la gente conociera leyes, filosofía, literatura, miscelánea, a través de la letra impresa. También, que lo que se había contado pudiera interpretarse al libre albedrío del consumidor. Ahí están ejemplos que movieron al mundo, como el llevado a cabo por Lutero, que trajo a colación la idea de que los libros pudieran ser considerados como instrumentos peligrosos. Valle-Inclán llama diablo al estudiante de Maguncia «que inventó el arte funesto de la imprenta». Esta hipérbole se ve refrendada por multitud de casos de libros que se aconseja no comprar ni leer. En Estados Unidos son muchos los lugares en los que no se permite vender 'El cuento de la criada', de Margaret Atwood, en el que la protagonista vive en una sociedad en donde está prohibido leer. Recuerden también la novela de Ray Bradbury 'Fahrenheit 451', de la que François Truffaut hizo una espléndida película. En ella, la gente es castigada por leer; de hecho, hay patrullas que buscan y rebuscan libros en las casas particulares para echarlos a hogueras callejeras.
Lo curioso es que vivimos en un momento en el que al libro le ha salido otro competidor. Ya lo fue el cine, hace siglo y pico, con su incesante adaptación de textos populares. Pero hoy, el rival es aún más fuerte: estoy hablando del desarrollo de una informática dominante en este siglo en que vivimos. Porque esta, a pesar del invento del libro digital, parece provocar que los jóvenes, y hasta los niños, prefieran el juego electrónico a 'Alicia en el país de las maravillas'. Tampoco me olvido de las personas hechas y derechas, cuya mayoría se aferra al tópico de 'no tener tiempo para leer', aunque sí para cosas superfluas. Como en otras cuestiones de la actualidad, se prefieren las excusas que las razones. Menos mal que también creo que es cosa del hoy día que, quien lee, se ha convertido en un leal consumidor de libros.
Ante el avance de ideologías que llevan en sus idearios la censura a libros que hablen de temas contrarios a su manera de pensar, recuperemos el final de la citada 'Fahrenheit 451', y aprendámonos de memoria cada uno un libro diferente, para salvaguardar la cultura que nos permite pensar, madurar y, por qué no, discrepar.
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