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La conocí hace años en una presentación de motos de agua y esa misma noche me llamó a la redacción: «Y a ti qué te ... pasa, que estamos de fiesta, es que no piensas venir o qué». Así era ella, educada, y mucho, pero muy echá pa'lante también. Amaba la vida, pero sin ñoñerías ni efusiones sentimentales innecesarias; y amaba los atardeceres de Ibiza y su sol enorme y mofletudo mechando el mar. 'El mar, La mar. El mar. ¡Solo la mar!', que cantara Alberti sobre ese mar que ella hizo suyo. Como es lógico, si tenía que practicar un deporte, no podía ser sino en el mar. Y amaba a su perro y la vida que tenía. «Joder, si es que a mí me gusta mucho la vida que llevo», me dijo una vez. Y sí, llevaba una vida holgada, pero nadie le regaló nada. Era una curranta inmarchitable. Tan exigente con los demás como consigo misma. Tanto que el mismo día de su muerte, esa misma mañana, la pilló currando, pese a los lancinazos y dolores que ya debía tener por ese cáncer cabrón, y pese a que la vida, esa que tanto le gustaba, se le estaba volviendo justo lo que nunca puede ser: una cosa invivible.
No sé si le hubiera gustado esta columna –«Pero qué cursi eres», me hubiera dicho–, pero no encuentro otra forma de honorar su amistad. Bueno, sí, estas palabras y otro tequila a su salud, que también amaba. Joder, Mari Carmen, si es que se nos quedó esa botella a medio pimplar. Se lo debemos, Inma, su hermana, siempre a su lado, tanto habréis reído y tanto habréis llorado. Por algo compartías con ella todo, los días buenos y los anublados, los de dicha y los de congoja, los secretos y algún que otro tequila para entibiar el cuerpo.
Mari Carmen, aún no puedo creerlo, tú que eras todo menos un motor diésel, de una robustez diamantina: coqueta y elegante como la que más, también dabas el callo como nadie. Te hiciste añicos una rodilla de puro tremenda que eras con la moto de agua y un día me llamaste para echarme en cara: «Bueno, no sé nada de ti, tú qué, me puedo morir y ni te enteras». Qué razón tenías.
El sábado me desperté a las ocho y al mirar el móvil para ver la hora, ahí estaba, el mensaje inesperado de su sobrina Elena: «Siento comunicarte que Mari Carmen ha fallecido hace unas horas. Estaba muy malita y ya descansa». Mari Carmen, si la última vez que hablamos estabas bien, con el tumor menguando y el ánimo entero. Me parece increíble que ya no estés, pero sí, va a ser que te has ido y me dejas lamiendo esta herida, la del dolor de tu muerte, y una lección: a gente que quieres hay que disfrutarla más antes de que se vaya.
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