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La conocí hace años en una presentación de motos de agua y esa misma noche me llamó a la redacción: «Y a ti qué te ... pasa, que estamos de fiesta, es que no piensas venir o qué». Así era ella, educada, y mucho, pero muy echá pa'lante también. Amaba la vida, pero sin ñoñerías ni efusiones sentimentales innecesarias; y amaba los atardeceres de Ibiza y su sol enorme y mofletudo mechando el mar. 'El mar, La mar. El mar. ¡Solo la mar!', que cantara Alberti sobre ese mar que ella hizo suyo. Como es lógico, si tenía que practicar un deporte, no podía ser sino en el mar. Y amaba a su perro y la vida que tenía. «Joder, si es que a mí me gusta mucho la vida que llevo», me dijo una vez. Y sí, llevaba una vida holgada, pero nadie le regaló nada. Era una curranta inmarchitable. Tan exigente con los demás como consigo misma. Tanto que el mismo día de su muerte, esa misma mañana, la pilló currando, pese a los lancinazos y dolores que ya debía tener por ese cáncer cabrón, y pese a que la vida, esa que tanto le gustaba, se le estaba volviendo justo lo que nunca puede ser: una cosa invivible.

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laverdad Hasta siempre, Mari Carmen