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Dice Woody Allen con su humor de siempre que su forma de cuidarse es evitar comer concienzudamente todo alimento que le dé placer. Si huyes ... de las cosas que procuran felicidad, incluso las más pequeñas, no abusarás de ellas y te irá mejor, viene a ser el estribillo. Más allá del chiste, yo no termino de verlo así. Puesto que la felicidad no existe –decía Cabrera Infante que era una meta, no un estado– es justo en las cosas pequeñas, las más pigmeicas y como a la vuelta de la esquina, en las que hay que centrarse para echarse al cuerpo un poco de la dicha dispersa de la vida. No sé, alegrías hay muchas: el primer sorbo de una cerveza fría, el momento cimero de un buen libro de Javier Cercas, las alcachofas de La Pequeña Taberna, o cuando descubres, así como si nada, que eso tan angustioso también pasará. Incluso la luz, por qué no. Nunca hubieras pensado que algo tan doméstico como darle al interruptor y que se hiciera la luz fuera un deleite. De repente, un gesto de todos los días que queda elevado al primer cajón del podio por una razón sencilla: no creías que fuese tan importante hasta que dejaste de tenerla.
Yo hoy, desde estas líneas, doy mi firma para que la luz, ese dios sin religión conocida, tenga un credo que la sustente y la sustancie.
Es así, aunque algunos alaban el prehistoricismo de estar un día a oscuras, como una vuelta a los orígenes, por mí se pueden ir a freír espárragos. Eso estaba muy bien cuando la vida no estaba ordenada en torno a la luz. Cuando todo gira en torno a ella, que ella se haya ido no es una apagón, es el fin del mundo tal y como está concebido hoy. Leo que algunos aprovecharon para arrumbar el móvil, salir a la calle, mirar al cielo y descubrir, felices y sonrosados, que hay vida más allá de la luz. A mí ese estar incomunicados, ese miedo a abrir el frigo, ese acaparar de nuevo en el súper (esta vez no fue papel higiénico), ese echarse a la calle porque no hay más narices, me resulta más opresivo que placentero: es como cuando la covid, pero al contrario. Igual de perturbador, aunque ahora sea en la calle y no en las casas.
No, bendito sorbo de cerveza fría, y bendito libro de Cercas, y benditas alcachofas de La Pequeña tan buenas que no las tienes en la boca y ya las saboreas, y bendita luz que eres como el Messi de cada día: vuelves fáciles las cosas que no lo son. Yo hoy, desde estas páginas, te doy el sí, quiero y te digo que, por favor, no nos abandones nunca más.
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