Ni se te ocurra ponerlo a parir
Sabina sale a escena con el empate en el bolsillo
Setenta y tantos, la edad en la que las resacas duran cada vez más y las erecciones, cada vez menos, dice Fernando Savater. Es la ... edad de Sabina. Por eso fui a verlo sin fiarme del todo: no sabía si iba a llegar al sábado haciendo pie, solo dos días después de su primer concierto en Murcia. Lo hizo. 'Aparaguado' con su bombín, se tomó dos descansos, cantó sentado y con su voz de lija, como él dice, pero no importó, la gente lo adora. «¿Cantará la del mes de abril? A mi hija le encanta y ha venido por eso», me dice una mujer. «No lo sé –le digo–, en el primero no la cantó». «Por qué lo sabes», me pregunta. He leído la crítica de Alberto Frutos –le digo– y no sale, es que trabajo en LA VERDAD». «Oye, pues ni se te ocurra ponerlo a parir», me dice. «No, tranquila», respondo. Y no, no la cantó, pero es igual, a sus setenta y tantos la gente lo sigue queriendo y él, astuto y pillastre, se deja querer. Sabina siempre buscó a la gente. Dice Drexler que algo que siempre admiró de él fue que tras los conciertos se iba a recorrer la ciudad de noche, sus garitos y vericuetos, su fauna de neón. Y la gente, sobre todo la más nocherniega, que fue siempre su caladero, se lo reconoce ahora. Canta y tararea rendida. Sabina sale con el empate en el bolsillo: tiene el aplauso garantizado.
Y es que Sabina es un músico que lo que quiso es ser escritor, como él mismo dice. No escribe canciones, sino poemas que parecen canciones. La gente se reconoce en ellos y se los sabe porque hablan su mismo idioma: estos poemas se entienden.
En el concierto hay gente de todas las edades, sobre todo de mi generación. Hace dos semanas escribí aquí mismo que con la música pasaba una cosa a lo largo de tu vida: primero escuchabas la de tus padres, luego la tuya y luego acababas de nuevo con la de tus padres. Es así con una excepción. Sabina es el único que está en todas, también cuando dejas atrás la de tus padres y empiezas con la tuya. Así fue al menos en mi caso. «Espero que cante las antiguas», me dice el hombre sentado delante. Pues sí y no. Cantó nuevas, cantó viejas, algunas ya muy gastadas y otras menos usadas, pero es igual, porque se apagan las luces, se apenumbra el escenario, el del bombín sale al ruedo y la gente siente eso que dijo Faulkner de Hemingway cuando escribió 'El viejo y el mar': que Dios había ido a visitarlo.
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