Fue una de mis primeras informaciones en el diario. Estamos en los 90 y estamos en el puerto de Cartagena, donde me mandaron con un ... tal José María Rodríguez porque querían trasladar las barquichuelas de toda la vida. Yo estaba en pañales, más verde que una rana, porque lo que sabía de periodismo no era lo que aprendes en la redacción, sino lo que te enseñan en la facultad: poco menos que nada. Apenas conocía a José María, un tipo con cámara y gafas de un estar más bien gruñidor, así que yo andaba a su vera un poco acoquinado, como no queriendo levantar la voz por si me caía un 'niágara' de protestas de los suyos. No fue así. La bronca no me la echó José María, sino los dueños de los barcos, que me saludaron con el manidísimo «¿pero eres de la verdad o la mentira?» y me siguieron chinchando por algo de lo que yo no tenía ni idea. Fue entonces cuando José María se puso enfrente apantallando la zona entre ellos y yo y les dijo que no me hablaran así. Aquel día descubrí dos cosas: que lo de la verdad o la mentira no tenía la más mínima gracia y que José María, ese tipo con cámara y gafas y de un estar gruñidor, era un tío grande que utilizaba sus enfados más para ocultar su buen corazón que para mostrar inquina. Con los años descubrí algunas otras cosas y la principal fue que era un protestón diluvial, sí, pero también un tipo ameno, además de un fotógrafo excepcional. Alguien con quien nunca te sentías solo o desamparado. Si hacías un reportaje con él te guiaba si te veía sin norte y hacía que te sintieras un poco más al volante. Hoy, que nos deja, se lo recuerdo para que sepa que echaremos de menos sus protestas, pero también su oficio. Por muy en desacuerdo que estuviera, nunca lo vi hacer una foto sin ganas: en el momento de la verdad, siempre antepuso su profesionalidad a su enojo.
Nunca le pasó lo que a Mágico González, ese jugador único con una pierna que se parecía a una chistera y una cabeza que se parecía a un cencerro, cuando decía que era un mal profesional: «No me gusta tomarme el fútbol como un trabajo. Solo juego por divertirme», decía. Desconozco lo que se habrá divertido José María con la cámara, quizá como todos, unas veces más y otras menos, pero nunca lo vi hacer una foto a medio gas o como si tal. Hizo muchas, y algunas muy buenas. En ocho palabras, vamos: un profesional como la copa de un pino.
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