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Un ascensor es como un zulo en movimiento. Quiero decir que no es agradable quedarte encerrado en uno, sin teléfono móvil, con la correa del ... perro en la mano y el perro al final de la correa queriendo salir, pero así ha pasado. De repente, en un punto indeterminado entre el segundo y el quinto piso, zas, el ascensor hace un extraño, da un saltito, cangurea un poco y se para. El perro se pone un poco nervioso y lamento que no tega un carácter más pachorriento, pero es así. Después de aquietarlo y de pulsar todos los botones en diferentes estrategias –de arriba abajo, de abajo arriba, de izquierda a derecha y en zigzag– para comprobar que está tan parado que parece que así fuera a quedarse para siempre, pulso el botón de alerta. Suena una musiquita al otro lado. Y luego, una voz de mujer, que me dice hola y que sabe en qué edificio estoy. Lo deben de tener informatizado. Bien. Bueno, ¿bien? No tanto. Me dice que vuelva a pulsar en dos minutos y me dirán entonces cuánto va a tardar el técnico. Como soy muy obediente, dos minutos después vuelvo a pulsar. Ahora es una voz de hombre, que me responde: «Tardará entre 35 y 40 minutos». Cómo, ¡40 minutos! Nota mi sorpresa y me dice: «Pero no se preocupe, siempre tardan menos de lo que dicen».
Pues esta vez no, entre 35 y 40 minutos, que en un ascensor y sin teléfono dan para mucho. Yo, que siempre he criticado lo del teléfono las 24 horas, los 60 minutos de cada hora y los 60 segundos de cada minuto sin descanso, no sé mucho qué hacer sin uno ahora y me doy cuenta por vez primera de cuál ha sido el cambio fundamental que ha traído el móvil a la humananidad: ya no sabemos estar sin hacer nada.
Y 40 minutos de no hacer nada dan para mucho: pienso en la película de anoche, 'Parthenope', de Sorrentino, y en la frase de uno de sus personajes: «Estoy en la ciudad más bonita del mundo y no puedo ser feliz», dice. Y pienso en que últimamento leo mucho eso de que no es descabellado que EE UU pueda ser una dictadura. ¿De verdad? EE UU, con lo que tú has sido. Nosotros aquí mirando siempre acomplejados, cuando somos mejores, hoy al menos. Ya lo dijo Vargas Llosa: «Quién nos iba a decir que EE UU tendría un presidente tercermundista». Y, cómo no, pienso en Vargas Llosa, siempre tan lúcido y tan buen escritor. Qué pena que te hayas ido, Mario. He leído todo lo suyo y solo una vez me ha decepcionado. En 'Le dedico mi silencio', pero se lo perdono, y es que también pasa en literatura lo que Tarantino dijo del cine: «La última película de un director nunca es buena».
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