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Acabo de cumplir cincuenta años y como uno siempre es más viejo de lo que se cree, he puesto en marcha una medida excelente para ... no parecer un antañón de campeonato: poner la oreja tiesa para ver qué escuchan y ven los jóvenes. Así puedo sentirme un poco menos viejo y que no me ocurra lo que al personaje de García Márquez, que parece que todo pasó hace veinte años. Antes no hacía falta, tenía al lado a mis compañeros de Internet, el Lezama de la Redacción, porque son los más jóvenes, pero hubo un cambio y ahora me quedan más desavecindados. En Internet es donde más milenials hay, aunque no me acostumbro a llamarlos así, porque en mi época no había esas distinciones y me resulta un mecanicismo innecesario. Lo cierto es que cogí el gusto a escucharlos para ser un poco menos carca. Había dos razones: a) desapolillarme y acariñar un poco de los gustos de los que vienen por detrás; b) una cura de humildad, no decir lo que decían nuestros padres de nosotros, y nuestros abuelos de nuestros padres: lo pasado siempre fue mejor.
Aunque el salto siempre ha estado ahí, la tecnología lo ha hecho más abrupto. Quiero decir que antes ibas en el coche y hablabas como tus padres, porque los escuchabas hablar; y te gustaba la música que a tus padres, porque oías su música, que solían ser casetes de Rocío Jurado, Camilo Sesto y Raphael. Sí, ya sé, pocas sorpresas en esto, no había mucho espacio para las rarezas. Pero ahora todos llevan el móvil encima y escuchan lo que ellos quieren, no lo que quieren nuestros padres. Por eso nosotros éramos más manchadizos y permeables a los gustos de ellos que los de ahora, que van más a lo suyo, o eso me parece.
Pero bueno, sin querer empiezo a hablar como antes, así que me dejo de rollos, que si no acabaré diciendo lo que comentaba Cercas de los viejos y una conversación que siempre se repetía de abuelos a nietos: «¿Ves eso? Pues antes ahí había campo». A mis 50 años recién cumplidos solo quería permitirme esta confesión con mis compañeros de Internet. Les agradezco que durante años me hayan arrimado lo que se cuece por otras generaciones y me hayan ayudado, sin saberlo ellos, a tener la mente más abierta: ni lo nuestro era de oro ni lo suyo es de hojalata.
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