Entre los grandes inventos de la humanidad no incluiré jamás ese artilugio para soplar las calles. Empleado a horas más amables seguiría sin incluirlo entre ... los grandes inventos del planeta, desde luego, pero al menos lo podría ver con mejores ojos. Pero si el operario se pone a usarlo en la zona de Juan Carlos I, mi zona, a las 7.45 horas, con ese ruido desamarrado, tan infernal que parece corporeizarse y subir al quinto, hasta el punto de que lo puedes oír y casi también tocar, es imposible no apretar los ojos, argollar las manos y acordarte de la familia de quien lo usa, todo a un tiempo.
Se me pasa el mosqueo y me reconcilia con la vida el concierto de Joaquín Sabina, nuestro Bob Dylan, de quien el propio Sabina ha hablado siempre homenajeadoramente. Que sí, que está mayor, que tiene que tomarse un respiro en sus conciertos, que la voz le sale herida, inartística, un tanto bastardeada de años y excesos, pero, joder, es Sabina. Al menos, no canta de espaldas, como su admirado Dylan. De Sabina se puede decir lo mejor que se puede decir de un cantante: unas canciones las tarareas y otras no, pero tan bien lo conoces que ninguna te suena a chino.
Su problema es que le ha gustado mucho el lado canalla, que no acanallado, de la vida, como a todo cristo, claro. Me acuerdo ahora de una amiga suya, Almudena Grandes, a la que también le gustaba la vida. Se quejaba de que en este mundo el turbante, el diferente, el idioma que suena extraño, el que viste de otra forma, el que ama como no aman los demás, eran vistos cada vez más como adversarios. Claro, lo dijo antes de morirse, qué diría ahora si viera a Trump, Putin, la extrema derecha anabolizada y demás nadar a sus anchas. Si viera que el mundo se ha puesto los guantes de boxeo.
Como el teatro formado es demasiado preocupante como para que uno pueda resolverlo desde su casa, nos queda disfrutar de la vida, como ha hecho Sabina y hacía la propia Almudena. Decía su marido y estupendo escritor, Luis García Montero, que le gustaba tanto disfrutar que disfrutaba hasta de lo que nadie disfruta: la comida de los aviones. No pude evitar reírme cuando lo oí. Es lo que nos queda, la risa, para qué hablar de que a Vox le molestan los menores migrantes en un nuevo ejercicio de prehistoricismo, de que a Orban le molesta el Orgullo, de que el mundo parece haberse vuelto idiota mientras el cambio climático amenaza con convertir Murcia en un sitio de temperatura egipciana. No, tenía razón Almudena: viendo cómo está todo, hasta la comida de los aviones parece buena.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión