Cervezas al sol
Me llamó Asun para decirme que Chimo se había ido. Yo iba camino del colegio con mis hijos y tuve ganas de llorar, pero no quise que me vieran
Chimo era para mí la alegría. Nos veíamos en días de descanso, en inauguraciones o en las fiestas que hacen Asun y Julio en su terraza. Siempre eran largas conversaciones hasta que se hacía de noche. Él era experiencia relajada y profunda tomando cervezas y brindando. Chimo era vida y conocimiento.
He pensado casi toda mi vida en qué voy a dejar cuando muera. La previsión normal es que eso ocurra en unos cuarenta años con suerte, aunque puedo desaparecer mañana por millones de acciones del destino. Pienso que de mí quedarán los libros, el trabajo, las exposiciones... cosas que se perderán en realidad, que quedarán en un archivo lejano hasta que algún friki se meta entre archivos de polvo. De mí quedará poco más que el cariño que deje y se recuerde algunos años. Luego el recuerdo en mis hijos y mis amigos y, cuando ellos desaparezcan, seré otra mota de polvo en la infinitud del devenir del tiempo.
De Chimo quedarán para mí aquellos días pero también la enorme talla de una leyenda del periodismo, un mundo que miro con fascinación desde que era pequeño. Estos días se recordará su obra merecidamente, no lo haré en este pequeño espacio pero es inevitable recordar que él, junto a José Luis Salanova, recibió el Premio Ortega y Gasset de periodismo en 1985 por la investigación que llevaron a cabo en el intento de soborno desde el Gobierno regional que acabó con la dimisión de Andrés Hernández Ros, presidente de la Comunidad Autónoma. A los 29 años conseguía el reconocimiento que reclamaba, al recibir el premio, para la periferia. No se fue a Madrid, se quedó haciendo esta región, porque sin el auténtico periodismo esta región vale poco. Ningún lugar es libre sin el filtro crítico y valiente del periodismo pero en estos tiempos el trabajo de los periodistas de verdad ya no necesario, es urgente y vital.
Nunca lo vi cansado. En su rostro siempre estaba la tensión y la alegría del que pasa por este mundo con los ojos muy abiertos
Aquella historia de Hernández Ros es para mí una especie de leyenda de la que hablaba con Chimo cada vez que podía. Es uno de los grandes temas de la historia política contemporánea española que hemos olvidado, porque olvidamos con facilidad en estos tiempos de inmediatez tan poco propicios para el pensamiento. Cuando hablábamos de aquellos hechos era inevitable no recordar 'Todos los hombres del presidente', la peli de Allan Pakula protagonizada por los inmensos Robert Redford y Dustin Hoffman como Bob Woodward y Carl Bernstein, los periodistas del 'Washington Post' que destaparon el 'caso Watergate' que acabó con la dimisión de Robert Nixon. Aquella era la película que hizo nacer mi fascinación por el periodismo, así que cuando Chimo me hablaba de aquellos días de 1984 yo me sentía como hablando con Woodward. No lo podía evitar, soy hijo del cine americano, qué le voy a hacer.
Más allá de toda esa mitología que representaba para mí, era mi amigo. Siempre creí que se curaría. Seguí su lucha en Twitter, lo fui viendo luchar como el luchador que fue, día a día contra un gigante sombrío. Se fue como el héroe que fue, luchando hasta el último momento. Los hombres grandes a veces son graves, tendentes a la solemnidad. Chimo era ajeno a todo eso. No tenía tiempo de ser solemne porque tenía mucho que hacer, era un trabajador inagotable porque los que tienen una misión no se cansan hasta que consiguen su fin. Creo que todos los días que fui al periódico hasta que enfermó, lo encontré allí, al pie de su ordenador pero nunca lo vi cansado. En su rostro siempre estaba la tensión y la alegría del que pasa por este mundo con los ojos muy abiertos, escrutando cada detalle, quizá porque tenía que contarlo en este periódico, que fue parte vertebral de su vida, plena e intensa.
Ayer, a las 9 de la mañana, me llamó Asun para decirme que Chimo se había ido. Yo iba camino del colegio con mis hijos y tuve muchas ganas de llorar, pero no quise que me vieran. Mientras pasaba la mañana no pude pensar en otra cosa. No quería que este artículo fuera triste porque Chimo nunca lo fue y entendí que la vida deja de doler cuando te vas, el daño es entonces propiedad de los que te quisieron. Pienso en Carmen, que también es parte del paisaje esplendoroso que Chimo representa para mí en los días soleados. Recuerdo los momentos atesorados de forma luminosa y colorida. Con el paso de las horas, la tristeza por su pérdida se fue convirtiendo en la alegría de los días pasados con él.
No estaba en mi ánimo que esto fuese un obituario, pero no puedo no tener un recuerdo para su hija Alejandra y su hijo Pati, para su familia, para sus amigos que tuvieron la suerte, como yo, de estar con él, de aprender del gran maestro de tantas cosas que fue Chimo. He pretendido contar que hay vidas que merecen ser vividas, y la de Chimo fue una de ellas. Querido mío, Carolina y yo te vamos a echar mucho de menos.