Carpanta
NADA ES LO QUE PARECE ·
Su perfil, ahora, bien entrado el siglo XXI, nos resulta familiar. Basta con abrir las páginas de cualquier periódicoHace unos años –decenios, diría yo–, antes de que irrumpiera la informática, las redes sociales, el intercambio bibliotecario y otras lindezas por el estilo, el ... centro de investigación, para los que somos de la rama de Humanidades, no era otro que la sacrosanta, majestuosa e imponente Biblioteca Nacional de Madrid –cercana al Café Gijón y al Paseo de Recoletos, en donde aún campea la estatua de Valle-Inclán, en la que el genial escritor gallego parece reírse del mundo–, a la que, los de provincias, nos veíamos abocados a acudir en busca de primeras ediciones, de revistas completamente olvidadas o desaparecidas, de artículos y libros difíciles, si no imposibles, de hallar en otras instituciones del resto del país.
En una de esas visitas, durante el verano, que era el momento más propicio para acudir, con las calles de Madrid casi vacías, el Lhardy y el Botín con unos menús asequibles, conocí a una doctoranda de una universidad escandinava cuya tesis consistía en analizar, punto por punto, cómo se vivía en la España del franquismo a través de sus tebeos más populares. En uno de los descansos, mientras reponíamos fuerzas para seguir, después, metiendo las manos entre papeles hasta el cierre de aquel día, me confesó que el personaje que más le había seducido, al que más cariño le había tomado, el que más le impresionaba, era Carpanta.
España, a estas alturas, me vino a decir, no sin cierta tristeza, sigue estando repleta de Carpantas, de gente con 'hambre violenta' y atrasada que sueña con pollos asados; personas que jamás podrán cumplir sus sueños... y no sólo de comerse un buen plato de comida y de sentarse alrededor de una lujosa mesa. «No sé si me entiendes», concluyó. Claro que la entendía. E imaginaba a dónde quería ir a parar. Ya se sabe que la Guerra Civil y la posterior, larga y triste posguerra truncaron las ilusiones de cientos de miles de españoles.
Carpanta era el personaje preferido de José Escobar, quien, con su habitual gracia y maestría, también insufló vida a otros marginados, como Rompetechos y Gordito Relleno. Apareció por primera vez en la revista 'Pulgarcito', de la Escuela Bruguera, en 1947. Y, muy poco después, con su ayuno perpetuo, con su actitud pacífica que lo convertía en un perdedor, en un antihéroe, se consagró como uno de los personajes más representativos de la posguerra. Se cuenta, y así figura en las enciclopedias del cómic, que en cierta ocasión algunos lectores enviaron dinero y comida a la redacción de 'Pulgarcito' para paliar el hambre eterna de este tipo tan cordial que, pese a su condición social, lucía una pajarita, por aquello de que lo cortés no quita lo valiente.
Al Régimen, tan escrupuloso como estúpido durante aquel tiempo, no le hizo mucha gracia esa imagen de que en España no se comiera lo que a uno le viniera en gana, de manera que Escobar se vio obligado a cambiar la palabra 'hambre' por la palabra 'apetito', que ya era otra cosa. Los ricos tenían apetito y los pobres, hambre. Mucha hambre.
Carpanta, por si fuera poco lo que en sí mismo representaba, iba acompañado por un tal Protasio, el típico pícaro que inventó, para el resto del mundo, la literatura española a partir del 'Lazarillo'. Carpanta podía tener una edad cualquiera. Lucía una barba de varios días y una nariz prominente, signo inequívoco de que le daba de firme al 'morapio'. Por su condición y por su aspecto, no se podía permitir tener una familia ni conseguir que le dieran trabajo, por lo que vivía debajo de un puente. Un perfil que, ahora, bien entrado el siglo XXI, nos resulta familiar. Basta con abrir las páginas de cualquier periódico.
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