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Caravaca mística, mágica y mistérica

Es uno de esos sitios cuyo peso cae sobre tu ánimo con solo pronunciar su nombre

Sábado, 17 de octubre 2020, 01:06

Las cosas apenas son nada sin una narración que justifique su existencia. Pensemos en la Gioconda de Leonardo da Vinci y olvidemos su historia, el relato que la acompaña: la obra de la que el maestro no quiso desprenderse y que Francisco I deseó con todas las fuerzas de un rey absoluto, Napoleón colocándola en su dormitorio, el robo en 1911, Picasso sospechoso. Luego Malraux, ese ministro de Cultura que todos los países deberíamos tener al menos una vez en la historia, llevando el cuadro a Washington y propiciando una de las fotos del siglo: Gioconda con los Kennedy, esa familia real estadounidense sin corona.

Olvidado todo eso y los misterios baratos de Dan Brown tenemos un cuadro no especialmente bueno. La producción de Da Vinci es corta pero esta tabla no aguanta la comparación con 'La virgen de las rocas', por ejemplo. Ni siquiera es su mejor retrato, ni el mejor de su tiempo en Florencia. El cuadro sin su relato es muy poca cosa, como todo en la vida.

Caravaca es un enorme relato. Es uno de esos sitios cuyo peso cae sobre tu ánimo con solo pronunciar su nombre. La ciudad del Noroeste es un lugar que no se puede despegar de su historia. No es un cuadro, no es tan sencillo, tampoco un territorio ni un montón de gente viviendo en comunidad. Caravaca es la hija de la historia. Se podrá decir que todas las ciudades lo son, pero en algunas el paso de los siglos va tallando un espacio mental tanto como físico y generan algo así como un capítulo completo en la tremenda novela, en la increíble historia de lo que hemos sido.

En pleno siglo XXI el vacío que ocupa todo, esa nada que devoraba el mundo de Atreyu en 'La historia interminable', es más patente que nunca. Más allá del miedo que compartimos, que nos hace comunidad, el hastío de unos tiempos confortables y huecos va creando niños ausentes e hiperexcitados. En esta cultura ultramaterialista demasiadas veces los padres dejamos de contar el mundo a los hijos para que se los cuente YouTube, y estamos cometiendo un error que hará que la nada gobierne su mundo, el mundo extraño que les vamos a dejar. Frente a eso deberíamos intentar asentar en ellos la idea del valor de la historia vinculada a su mundo, a los objetos que conviven y, sobre todo, al lugar que habitan. Deberíamos contarle a los críos lo que hemos sido estos últimos cinco mil años y para eso deberíamos hacerles ver qué es una ciudad en la historia, y que entiendan que no hablamos solo del paso del tiempo ni de batallas o edificios. Habría que hacerles ver que las ciudades y los países se levantan sobre contextos filosóficos, sobre ideas y querellas, sobre un mundo espiritual que en España pasó del islam al cristianismo definiendo un país inseparable de su idea de Dios.

Todo eso es Caravaca, todo eso representa el lugar que la historia, los misterios, la magia y el misticismo levantaron en las colinas del Noroeste.

Cuando mi amigo Juan Francisco Rueda vino a Caravaca desde Málaga se encontró con ese perfil del caserío coronado con el castillo y me llamó para decirme que estaba llegando a la Urbino española. Tenía razón, como siempre. Esta ciudad es una forma geográfica singular acompañada de una arquitectura única en el entorno de un urbanismo milagrosamente conservado en una región en la que hemos demostrado ser más burros que los demás conservando nuestro pasado. Sobre esa idea empecé a pensar que Caravaca no es solo un sitio, que este lugar no es comprensible sin la carga espiritual ni, por supuesto, histórica. Entonces pensé en Urbino y las legendarias figuras de Guidobaldo y Federico de Montefeltro, dos de esos condotieros cuyo nombre, a veces, no sabemos si es de un guerrero real o de un papel interpretado por Charlton Heston en aquellas películas que rodaban en España con soldados como extras. Los condotieros italianos se confunden con la ficción como ocurre con la historia de Caravaca: Zeit abu Zeit, Ginés Pérez de Chirinos para quien los ángeles trajeron la Vera Cruz que, en otro tiempo, arrebataron al emperador Federico Barbarroja, volando desde Jerusalén o el marqués de los Vélez o la cruz como emblema de la cruzada contra el infiel... o el pintor Rafael Tegeo, el gran liberal o el bandolero Juan Manuel, al que mataron en la venta de los Royos dando lugar a coplas hoy olvidadas pero entonces cantadas en todas las casas del antiguo Reino de Murcia.

Nos queda a nosotros continuar la historia, ¿estaremos a la altura de esta épica que, cuando menos, impresiona? Espero que no, porque todo este relato conlleva cantidades innumerables de muertos, guerras, pestes y hambrunas en el gran fresco de nuestra historia. Qué enorme tristeza que no nos enseñasen todo esto en el colegio y qué estupidez por nuestra parte no ir a Caravaca a enfrentarnos con el descomunal relato de lo que somos para pensar qué queremos ser, y qué irresponsabilidad si no contamos todo esto a nuestros hijos, si no los hacemos partícipes de un relato que construye el mundo.

Qué torpeza pensar que la Gioconda es solo un cuadro.

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