Brindis
ALGO QUE DECIR ·
Treinta años no es nada, aunque el bolero se refería a veinte, la vida sigue imperturbable y nosotros seguimos reuniéndonos en MurciaTreinta años son demasiados años para casi todo, una vida entera, un espacio de tiempo que pasa a toda velocidad y, sin embargo, muestra la crueldad de detenerse en los peores momentos, de meter el dedo en las llagas que la existencia nos procura, de dotarnos a mansalva de desengaños, enfermedades, desdichas y alegrías sin cuento también. Con tantos años, meses y días, cualquiera pensaría que algunas costumbres se han quedado en el camino y, sin embargo, Rubén, Luis y yo continuamos obcecados en perseguir la magia de la palabra desde aquel 29 de noviembre de 1990 en que el azar y los buenos hados nos reunieron en Cieza, en un albergue coqueto del campo, junto a un grupo variopinto y pintoresco de jóvenes inquietos a los que nos unía el gusto por el arte.
El milagro lo obró el grupo de literatura La Sierpe y El Laúd y las perras las puso la Consejería de Juventud, que organizaron el encuentro con visita incluida a algunas ruinas históricas importantes, mesas redondas, una clase magistral impartida por Ramón Jiménez Madrid y los correspondientes ágapes y hospedajes. En ellos pudimos entrar en contacto y trabar una amistad de décadas, sobre todo nosotros tres, cuya relación fue fortaleciéndose en los innumerables encuentros que nunca dejamos de celebrar hasta el presente, principalmente en tabernas humeantes, oscuras y con olor a vinazo, donde no faltó el vino sin crianza y sin reserva, la cerveza fría muy al gusto de Rubén, el embutido y el pan de la tierra; y donde en muy escasas ocasiones departimos sobre literatura, aunque en el fondo nunca dejamos de hablar del tema, si por literatura entendemos el sexo, las muchas tribulaciones sentimentales de la vida, el sexo de nuevo y las mujeres desde siempre, a veces también nuestras mujeres, el trabajo y el sexo otra vez; de soslayo algún libro extraordinario de Muñoz Molina, los trabajos y los méritos que cada cual traía a aquella mesa de los panes y las morcillas, de repente los hijos, otras mujeres que no eran las nuestras, si alguna vez poseímos de verdad una de esas mujeres inteligentes, fuertes y libres que tuvieron la gentileza de acompañarnos.
Confieso que en este tiempo largo y breve como un relámpago nos ha pasado de todo y, por eso mismo, sabemos más, hemos vivido más y lo hemos compartido entre nosotros, confidentes, amigos, cofrades, hermanos.
La vida está regida por las leyes arbitrarias de la casualidad, y a nosotros, a Luis, a Rubén y a mí, la vida nos unió hace treinta años para asistir juntos a bodas sucesivas, bautizos familiares, divorcios y separaciones inexcusables, pero también a un buen puñado de recitales, premios literarios, lecturas, presentaciones de libros y conferencias que hemos mojado siempre juntos, siempre con el mejor ánimo.
Treinta años no es nada, desde luego, aunque el bolero se refería a veinte, la vida sigue imperturbable y nosotros seguimos reuniéndonos en Murcia, en el Jesuso, o en Molina, en el Buenos Aires. El embutido, el pan de pueblo y la cerveza continúan en la mesa, aunque algunos las muchas y graves enfermedades ya no nos permitan demasiados excesos.
Pensándolo bien, la vida ya es un puro exceso, una temeridad y una osadía insolente; y haber llegado hasta aquí vivos y en no mal estado, un enigma inescrutable al que no vamos a renunciar en muchos años, al menos mientras no cierren el Jesuso y el Buenos Aires, y si lo cierran, encontraremos sin duda otra taberna de nuestro gusto.
Brindo entonces por otros treinta años, por todos los éxitos y los errores que nos han acompañado y por los que hallaremos, desde luego, en el futuro.