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Y el caso es que aquello cuadraba. Dos danzas de inspiración tan diferente, de geografías tan distantes fluían armoniosas y sin ningún ritmo forzado, sin ... choque visual o sonoro. Y lo que es más importante: sin choque emocional. Hablo del espectáculo 'Paspeng ila', presentado hace unos días en el Teatro Circo Murcia por el bailarín-bailaor Pablo Egea junto al bailarín taiwanés Taboeh a 'Oebay Tataysi', con coreografía de ambos. El espectáculo se completaba con excelente música en directo: el cantaor José Antonio Chacón, el guitarrista Fran Tornero y el chelista taiwuanés afincado en Alemania Yu-Hsuan Feng.
Pablo Egea es un bailarín y coreógrafo murciano, por tanto formado en nuestras aulas durante su primera etapa, pero que desde hace años trabaja y triunfa en todas partes, dentro y fuera de España. Podemos decir que es un verdadero lujo. Su capacidad técnica junto a su voluntad de investigar, de evolucionar o, como en este caso, fusionar la danza flamenca junto a lo contemporáneo o junto a danzas tradicionales de Taiwán. Pablo forma parte de un grupo cada vez más amplio de bailarines o bailaoras surgidos en Murcia y que se mueven por todo el mundo con éxito.
La danza, en mi opinión –y como repito siempre apoyándome en Paul Valéry y su 'Filosofía de la danza'–, es algo que no sirve para nada práctico en nuestras vidas, que no tiene que contar nada, pero que utiliza el exceso de energía del cuerpo humano, más allá de sus necesidades prácticas, para moverse en un espacio-tiempo más allá del mero sobrevivir. La danza es un misterio sublime que ha existido siempre, en cualquier tiempo o cultura. Es una necesidad humana que va más allá del esfuerzo por la mera supervivencia.
Y en este espectáculo que comentamos no nos presentan ningún guion con presentación, núcleo y desenlace. Es un mero ejercicio que nos muestra cómo dos maneras tan lejanas y diferentes en lo formal pueden 'reconocerse' y funcionar armoniosamente. Y la danza, claro, es infinita en el tiempo, no tiene fin, no tiene desenlace. Podríamos seguir todavía en el Teatro Circo. El espectáculo acaba porque tiene que acabar alguna vez, pero no porque se llegue a ninguna resolución narrativa o moral.
Puede ser Isadora Duncan descubriendo el suelo como lugar bailable, o Martha Graham con sus contracciones corporales capaces de expresar emociones, o puede ser nuestro Pablo Egea junto al bailarín taiwuanés que nos ofrecieron un gran espectáculo digno de ver.
La danza es universal, eterna.
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