Rubén
Tirando a dar ·
Desde el primer día que lo vi, su presencia me llamó la atención: un joven solitario, un cuaderno de papel, un bolígrafo y el vasto mar¿Recuerdan una canción de Nino Bravo titulada Noelia? La canción hablaba de de una chica que había visto en la playa y le había ... robado el corazón; nada sabía de ella salvo que se llamaba 'Noelia, Noelia, Noelia...'. Y ese nombre lo repetía hasta la saciedad. Pues algo así me ha ocurrido a mí con un chaval que no tendrá ni veinte años. No. no piensen que soy una asaltacunas, él no me ha robado el corazón, al menos no como solemos utilizar esa expresión. Pero un poco sí.
Les cuento: me gusta ver amanecer. Para mí es un regalo extraordinario poder ver el sol emerger del mar y me parece un espectáculo tan prodigioso que no entiendo cómo la playa no está abarrotada a las seis y media de la mañana por todos aquellos con la posibilidad de hacerlo. Espectáculo que, además, es gratuito. Es como estrenar un traje nuevo de vida cada día. A esas horas en la que si hay algún joven por la playa es durmiendo la fiesta de la noche anterior, cada mañana, puedo contemplar a un chico, de no más de veinte años, escribiendo meticulosamente en un cuaderno frente al mar. Puede que a más de uno le resulte algo insustancial, pero a mí ese pequeño gesto me ha devuelto parte de la fe en la humanidad que pierdo cada día.
Desde el primer día que lo vi, su presencia me llamó la atención: un joven solitario, un cuaderno de papel, un bolígrafo y el vasto mar como telón de fondo. Paseé intencionalmente cerca de él observando su cuidada caligrafía esmerada y precisa, lo que revela una dedicación y un amor por la escritura que rara vez se observa en la vida cotidiana. Me vi reflejada en él, recordando mis propias horas pasadas tratando de encontrar las palabras correctas, buscando inspiración en los lugares más improbables.
Me preguntaba qué escribiría. Imaginé que, en unos años, podría ser un gran escritor, alguien cuyas obras serían leídas y apreciadas por muchos, y yo, desde mi pequeño rincón en la playa, me sentiría testigo silencioso de sus primeros pasos.
Hace unos días decidí acercarme a él con el afán de saber si esa dedicación se debía a algo impuesto, un obligado trabajo, por ejemplo. Aunque ahora nadie hace un trabajo a mano, ni para esbozarlo, pero quise asegurar lo que mi instinto me indicaba. Tendí mi mano hacia él, dije mi nombre mientras lo llamaba 'rara avis', él se levantó de la toalla sobre la que estaba sentado, y con una sonrisa amable, me respondió con su propio nombre. «Soy Rubén». Y no, sus escritos no eran para ningún trabajo específico, solo escribía por el placer de escribir a mano. «Necesito escribir. Me gusta sentir esta soledad del amanecer y escribir». Y en ese momento supe que había encontrado a alguien especial, alguien cuya pasión por la escritura era tan genuina que no necesitaba nada más que su cuaderno y el amanecer para sentirse completo. Su presencia en la playa era un recordatorio de que la belleza puede encontrarse en lo simple y en lo cotidiano.
Para quienes, como yo, escribir es una necesidad tan vital como respirar, sabemos que la verdadera pasión de hacerlo no siempre busca reconocimiento o éxito, sino que a veces se alimenta del simple acto de crear. Escribir es una forma de conectar con el interior, de encontrar el propio lugar en el mundo. Su presencia en la playa, su soledad compartida con el mar y su cuaderno son un testimonio. La verdadera pasión no siempre se busca en la grandeza, sino en los pequeños momentos de conexión con uno mismo y con el mundo.
Así, cada mañana en la playa, mientras observo escribir a un chico del que solo sé que se llama Rubén, encuentro una renovada esperanza en la humanidad, un recordatorio de que el arte, en su forma más pura, puede ser un refugio para el alma y una prueba de la belleza inherente en la vida cotidiana.
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