Puentes de esperanza
Los voluntarios no sólo llegan para restablecer un lugar, sino también para recuperar la fe y la dignidad de quienes han perdido tanto
Con motivo de la terrible DANA que nos asoló a todos –a unos los bienes materiales y al resto el corazón–, hemos visto imágenes impensables ... en todos los sentidos, tanto buenas como terribles. No voy a dilatar, ni un minuto, estas palabras en las espeluznantes, y no porque ya tengamos el corazón y las retinas desbordadas de ellas, ni tampoco porque necesitemos olvidar o pasar página a lo ineludible, sino porque quiero enfocarme en la resiliencia de quienes lo han perdido todo y en la respuesta positiva de todos aquellos que, como los mosqueteros, todos a una, están regalando su tiempo, que no es otra cosa que la misma vida, a las víctimas de tan gran tragedia.
Si hay una imagen que impacta, tanto como la de esas calles atestadas de vehículos amontonados y desamparo, es la de un puente colmado de voluntarios llegados de todos los puntos de España para ayudar a quienes no solo lo han perdido todo, sino que siguen embarrados careciendo hasta de agua potable para beber.
A ese puente se le está empezando a nombrar como el 'Puente de la solidaridad', pero miren ustedes, yo prefiero llamarlo el 'Puente de los puentes de la esperanza', porque cada una de esas personas anónimas que ha aparcado su vida y ha pedido incluso vacaciones para ir a ayudar es mucho más que un voluntario, es un puente entre la desesperación más absoluta y la esperanza más luminosa.
Nos muestran que es cierto que hay ángeles que solo se dejan ver cuando son necesarios
Son hombres y mujeres de todas las edades y condiciones que han acudido movidos por algo tan sencillo y poderoso como el deseo de ayudar. Algunos de ellos han viajado durante horas, cargados con donaciones, herramientas y alimentos, mientras otros han llegado sin más recursos que sus propias manos y una voluntad inquebrantable de colaborar. En sus rostros se lee la empatía y la determinación de quien sabe que, aunque no pueda devolverles a estas familias lo perdido, puede ofrecerles un respiro, una mano amiga y, sobre todo, un recordatorio de que no están solos.
Cada gesto de esos voluntarios es un mensaje de esperanza. Desde quienes distribuyen comida o ropa hasta quienes ayudan a limpiar el barro y el escombro de las calles y casas inundadas, cada pequeño acto cuenta. No es solo el esfuerzo físico –aunque a veces la tarea sea titánica–, sino el valor simbólico de su presencia lo que da ánimo a los afectados. Es la prueba de que, aunque la tragedia golpeó con ímpetu, siempre hay manos dispuestas a ayudar a reconstruir. Los voluntarios no sólo llegan para restablecer un lugar, sino también para recuperar la fe y la dignidad de quienes han perdido tanto.
En este contexto, cada bolsa de víveres entregada, cada manguera que limpia el barro y cada palabra de ánimo se convierte en un acto de resistencia y un símbolo de humanidad. Los voluntarios están allí, en ese puente y en cada rincón afectado, luchando contra el sentimiento de abandono que suele surgir en estos momentos, y, en este caso concreto, con toda la razón del mundo y la sinrazón de quienes irresponsables, pusilánimes o cobardes podían haber evitado gran parte de esta tragedia mayúscula. Y, al hilo de esto, no puedo obviar algo que me hirió en lo profundo por injusto: en la tardía visita de Pedro Sánchez al lugar de la catástrofe, alguien le grito: «¡Perro Sánchez!». Rápidamente me vino a la mente 'Milonga para mi perro' de Horacio Guarany: «Si el hombre se vuelve malo/ al hombre lo llaman perro/ qué ofensa para mi perro/ compararlo al hombre malo». Porque no podemos olvidar que los perros son los primeros voluntarios en buscar supervivientes o ya cadáveres bajo las ruinas de las catástrofes. Voluntarios, humanos y perrunos, nos muestran que es cierto que entre nosotros habitan ángeles que solo se dejan ver cuando son necesarios.
A todos esos voluntarios, héroes anónimos que no salen en titulares ni buscan reconocimiento, pero que logran impactar en la vida de otros, solo podemos decirles: gracias. Gracias por ser ese puente entre el dolor y la confianza, por recordarnos que la solidaridad es el mejor antídoto contra la desesperanza y que, juntos, siempre seremos más fuertes.
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