'Parole, parole, parole'
Tirando a dar ·
Según el doctor Manuel Martín-Loeches, la 'inocente' costumbre de quejarnos por todo cambia, para mal, nuestor cerebro reduciendo el tamaño del hipocampoHace unos añitos y unos cuantos meses, bastantes, la intérprete italiana Mina cantaba una bonita canción que se titulaba 'Parole, parole, parole', o sea, palabras ... y más palabras sin llegar a nada referidas a una pareja amorosa. En nuestro refranero eso equivaldría a 'del dicho al hecho hay gran trecho'. Tanto en uno como en otro caso parece que las palabras son inocentes o carecen de mayor importancia. Nada más lejos de la realidad. Las palabras nunca pecan de inocentes, puede que las pronunciadas se las lleve el viento, al contrario de las escritas, pero la palabra es poderosa, capaz de sanar, de salvar vidas, de iluminar, tal y como lo explica el padre de la logoterapia, Viktor Frankl, en su afamado libro 'El hombre en busca de sentido', pero... la palabra también posee el poder de matar. Basta que nos den un diagnóstico equivocado sobre una enfermedad que nos limita la vida para que desarrollemos esos síntomas y nos vayamos al otro barrio en el tiempo que lo hubiéramos hecho de haber atinado el facultativo.
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No. Las palabras nunca son inocentes. Lo analiza maravillosamente bien el escritor Luis Landero en su libro 'Lluvia fina' y lo corroboró hace unos días en un interesante programa televisivo el doctor Manuel Martín-Loeches, investigador del cerebro y la cognición y uno de los mayores expertos sobre neurociencia en España. Según el doctor, la 'inocente' costumbre de quejarnos por todo cambia, para mal, nuestro cerebro reduciendo el tamaño del hipocampo, lo cual produce que perdamos memoria, recuerdos y capacidad de concentración. El problema reside en que esa reducción del hipocampo no solo afecta a quien vive en una queja perpetua, sino que también actúa jorobando el cerebro de quien escucha la queja. No quiero destriparles a ustedes el final de 'Lluvia fina' si es que no han leído todavía ese libro, el cual les recomiendo encarecidamente, pero sí les digo que las quejas a las que el resto de personajes someten a la protagonista hacen que no terminen bien las cosas para ella.
El doctor Martín-Loeches indicaba también la forma de revertir de alguna manera parte de los daños ocasionados por la quejadumbre (me encanta el neologismo que me acaba de salir), viviendo en positivo, aparcando los juicios y las críticas y repitiendo palabras como paz y amor porque tiene el poder de reducir el estrés, «no solo por repetir la palabra, sino por la idea que esta contiene en sí misma».
Quién nos iba a decir que la práctica del deporte nacional tendría efectos tan desagradables
Quién nos iba a decir que la práctica del deporte nacional tendría efectos secundarios tan desagradables. Es como alimentar a un monstruo que nos devora por dentro. Y, claro, cuando viene de otro, es como si nos golpeasen con un martillo de desánimo, golpe tras golpe, ¿cómo no va a socavar nuestra energía y nuestro optimismo? Sí, entiendo que deberemos diferenciar entre los amigos que necesitan desahogarse y aquellos que viven en un ciclo perpetuo de negatividad, esos que te buscan un problema para cada solución que ofreces.
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Tengo los años suficientes como para saber lo duro, lo difícil, que puede resultar intentar sobreponernos a los sufrimientos de la vida, y pedirnos, además, que lo hagamos sin una queja y, rizando el rizo, con una sonrisa o un toque de humor puede parecer hasta despiadado, pero también es cierto que, igual que no abriríamos la puerta de nuestra casa a nadie que apareciera pistola en mano para agredirnos, no estaría mal que nos entrenáramos en cerrarles las puertas de la mente a todos los pensamientos que acechen con la queja, la cual, por otra parte, no siempre se soluciona con verbalizarla o darle vueltas en la mente.
Según el citado doctor, si pudiéramos ver cómo actúa la negatividad en nuestro cerebro, cambiaríamos automáticamente el microprocesador y cultivaríamos la gratitud y una buena lista de palabritas acariciadoras y no de palabrotas descalificadoras.
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De momento, tengo el propósito sobre la mesa, ahora lo repetiré y repartiré― en papelitos por toda la casa para recordármelo y me colgaré una sartén del cinturón para recordárselo a quienes me rodean.
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