Faltaron hostias
Tirando a dar ·
A veces la única manera de detener a un abusador es con una lección que le deje claro que no puede actuar impunemente. Y Barrul se la dioHace apenas unos meses que el boxeador leonés Antonio Barrul fue absuelto por defender, en un cine, a una mujer que estaba siendo agredida por ... su pareja. Él se encontraba en la sala con su mujer y sus hijos cuando vio, él y todos los que estaban, como un hombre comenzaba a increparla y zarandearla. Nadie hizo nada, pero él se acercó hasta el maltratador y le pidió que depusiera su actitud. Cosa que produjo el efecto contrario: no sólo siguió insultándola a ella, sino que se ziscó en todo el árbol genealógico del boxeador hasta llegar a sus muertos. Y ahí, ya... Barrul se lanzó contra el cobarde gallito y le dio unas cuantas hostias. A mi parecer se quedó corto porque a esta gente hay que quitarles de una vez por todas las ganas de maltratar a una mujer. Cuando terminó, pidió perdón al público, asumió que no era una actitud gloriosa, dado que el cine estaba lleno de niños, pero adujo que a una mujer no se la maltrata jamás. Muchos presentes lo jalearon y lo felicitaron, otros salieron corriendo con sus hijos para que no vieran semejante espectáculo. Que digo yo que qué mejor espectáculo ver cómo alguien ajeno decide parar una injusticia. A lo mejor pensaban que era mejor enseñarles a sus hijos que ante una tropelía lo mejor es salir cortando y que se las arreglen como puedan.
Porque esa es la actitud que impera hoy en día: la de mirar hacia otro lado, la de fingir que no es con nosotros, la de justificar nuestra cobardía con excusas como «no quiero problemas». ¿Qué habría pasado si Barrul no hubiese intervenido? ¿Cuántas más habría soportado aquella mujer? ¿Hasta dónde habría llegado la agresión?
El boxeador leonés hizo lo que cualquier persona con un mínimo de dignidad y valores debería hacer. No pensó en él, ni en las consecuencias, ni en el posible juicio que podría enfrentar. Pensó en ella, en su sufrimiento, en su miedo. Y por eso actuó. Porque la defensa no es solo un derecho, sino un deber cuando se trata de frenar la injusticia.
Es cierto que la violencia no debería ser la respuesta, pero en este caso, ¿qué opción quedaba? Cuando ya había intentado dialogar con él sin lograrlo. A veces la única manera de detener a un abusador es con una lección que le deje claro que no puede actuar impunemente. Y Barrul se la dio.
Y lo más importante: su acción no quedó en un simple acto heroico. La mujer, fortalecida por el gesto del boxeador, encontró el coraje para denunciar a su agresor. Porque muchas veces, quienes sufren en silencio necesitan ver que alguien, al menos una vez, ha estado dispuesto a defenderlos, a ponerse de su lado, a recordarles que no están solos.
Afortunadamente, Barrul ha sido absuelto: la justicia ha sabido distinguir entre agresión y defensa, entre violencia injustificada y el legítimo acto de proteger a una persona en peligro. No podemos resignarnos a ser espectadores de la crueldad ajena, porque no actuar nos hace cómplices.
Aplaudo a Barrul y a cualquiera que tenga la valentía de hacer lo correcto, incluso cuando hacerlo implique riesgos. A los que no se esconden detrás de excusas, a los que prefieren dormir con la conciencia tranquila antes que con la comodidad de no haber intervenido. Porque el mundo no cambia solo con palabras bonitas ni con discursos vacíos sobre igualdad y derechos humanos. Cambia con acciones, con ejemplos, con decisiones firmes.
Y sí, quizá aquel día en el cine hubo niños que vieron la pelea. Pero también vieron algo más: vieron a un hombre enfrentarse al abuso, vieron a alguien defender lo que es justo sin miedo. Ojalá más niños crezcan con ese ejemplo, con la certeza de que la cobardía no es una opción y que a una mujer no se la maltrata jamás. Ojalá el acto de Barrul no sea una excepción, sino la norma. Porque solo cuando la defensa de los vulnerables se convierta en algo habitual y no en un acto extraordinario, podremos decir que vivimos en una sociedad más humana.
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