Anti... vida
Cada limitación que ahora tengo me conecta con lo vivido. Me hace mirar hacia atrás con ternura y orgullo
Escribo este artículo entre vapores residuales de fentanilo y morfina. Mi obsesiva manía por la limpieza me lanzó escalera plegable, aterrizando en el suelo. Resultado: ... la tibia y el peroné saliendo como lanzas por mi pierna, partidos, como troncos de tiernos perales, más ―de postre― unas costillas y un brazo.
Justo antes de caer, iba fraguando en mi cabeza este artículo que hubiera sido, con toda seguridad, totalmente diferente en la forma, aunque no en el fondo. Acababa de ver una campaña contra el edadismo. Ya saben, toda una forma estipulada de encasillar, etiquetar, apartar e infantilizar a las personas de edad. Había visto el anuncio de Ana Torrent, desmaquillada, con arrugas, con flacidez, hablando de 'Por una campaña libre de edadismo', un proyecto de la Fundación Grandes Amigos que pretende hacernos conscientes del lenguaje utilizado en la publicidad cosmética. Y me gustó el mensaje.
«Combatir, corregir, borrar, revertir, eliminar...», como si cumplir años fuera la peor de las batallas cuando es el bien más preciado que tenemos. Hace apenas unos meses, en esta misma ventana denunciaba una estadística horrible: cada vez son más las adolescentes que pasan por quirófanos para operarse y ¡eliminar los signos de la edad! ¡Manda huevos! Sin embargo, ese lenguaje cruel, ese subterfugio obsceno de que debemos ocultar el paso de la vida en nosotros lo hemos asumido como lo más normal, lo apetecible... Yo misma, cuando voy a comprarme una crema, miro todos los 'anti' que lleva, suponiendo que cuantos más, mejor.
¿Qué clase de mundo hemos construido que considera ofensivo el paso del tiempo?
Vivir es, en primer lugar, aprender a perder. Vamos perdiendo a padres, a amigos, en el peor y más horrible de los casos, a hijos; y, también, hemos de aprender a aceptar: aceptar que toda la piel se nos descuelga, que nos salen arrugas, que no tenemos las mismas fuerzas que antes, pero que ese es el maravilloso precio por estar vivos. Les recomiendo que lean 'Maldito karma', de David Safier. En clave de humor, quita –si se sabe leer, todo hay que decirlo– muchísimas tonterías que nos vienen impuestas de una sociedad asquerosamente inhumana que solo proyecta un ideal imposible: la eterna juventud, la belleza perenne. Y ahí estamos, sobre todo las mujeres, 'luchando' contra lo que deberíamos amar, agradecer y bendecir: un cuerpo lleno de muescas por haber vivido, como aquellos gloriosos guerreros que se tatuaban en el cuerpo todas y cada una de las victorias logradas.
¿Qué clase de mundo hemos construido que considera ofensivo el paso del tiempo? ¿Cómo hemos permitido que la sabiduría se convierta en desecho? El edadismo (¿Por qué esa necesidad absurda de poner, además, una etiqueta tan fea?) no solo es una falta de respeto, es una forma de violencia simbólica. Es borrar de un plumazo todo lo vivido, todo lo aprendido, todo lo aportado. Es negar la memoria, el legado, la identidad de millones de personas que, sencillamente, han tenido el privilegio –sí, insisto, el privilegio– de envejecer.
Yo, que escribo esto dolorida pero agradecida, puedo decir que cada arruga, cada dolor, cada limitación que ahora tengo me conecta con lo vivido. Me hace mirar hacia atrás con ternura y orgullo. He amado, he reído, he perdido, me he equivocado, me he levantado... ¿Cómo no habría de marcarme eso en el cuerpo?
Así que, sí, me gusta la campaña de Grandes Amigos, me parece no solo necesaria, sino urgente. Porque estamos educando a generaciones enteras en el desprecio al futuro. Se les enseña a temer sus propias canas, como si fueran una amenaza. A huir de sus cuerpos cuando cambian. A avergonzarse de lo que, en realidad, debería enorgullecerlos.
Yo estoy a favor de la belleza, claro que sí, pero de una belleza profunda, cargada de historia, de matices, de verdad. La belleza del rostro que ha sonreído muchas veces, que ha llorado sin miedo, que ha visto desfilar las estaciones una y otra vez. Esa belleza que no necesita filtros, ni bisturís, ni palabras como 'antivida'.
Las palabras no son inocentes. Decir 'antiarrugas' es decir 'antitiempo'. Decir 'antiedad' es decir 'antivida'. Y no, yo no estoy contra la vida. Estoy con ella, a su favor, de su lado. Con todas sus dobleces, con todas sus cicatrices.
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