El paraíso perdido
Estoy haciendo otra foto más; esta vez a la acelga. Acabando, les oigo acercarse. Y pasa un niño pequeño con su perro pequeño. Se gira hacia mí sin detenerse del todo: -No se mueren.
SALVADOR OLIVARES
Viernes, 17 de junio 2016, 09:44
Estoy haciendo otra foto más; esta vez a la acelga. Acabando, les oigo acercarse. Y pasa un niño pequeño con su perro pequeño. Se gira hacia mí sin detenerse del todo:
-No se mueren.
-¿Y por qué habían de morirse?
-Porque las han fumigado.
-No deberían fumigarlas.
-Ya, pero crían bichos, y entramos con los perros...
-Pero los perros tienen su protección, ¿no?, y lo pájaros no. Y los pájaros mueren.
Pronto harán cuatro los años que vivo aquí, aunque me parece que fue ayer cuando llegué. Era ya la primavera adelantada de enero-febrero y me sorprendió el enorme recinto vallado vecino que la especulación pasada había respetado, me sorprendió porque estaba pletórico de vida: cañas, como cuando estaba la huerta, plantas de una clase y otra cuyos nombres ignoro, mezcladas, como tiene que ser, más altas y más bajas, pero la mayoría con flores, flores amarillas, lilas, rojas... En cuanto podía (y la luz era la buena, la primera o la última) bajaba y les hacía fotos con mi ya seguramente antigua Canon FD macro de 50mm, de cuando la Olimpiada de Montreal, pero no fotos a las flores, sino a ellas, a las abejas, a las mariposas (de colores, que ya es difícil hoy verlas), aunque había quien creía que era a las plantas:
-Hasta acelgas hay.
-¿Sí?
-Sí, y vienen unos viejos y se las llevan.
Aquello duró poco. Enseguida camiones, escombros, asfixiar las plantas, chinarro... Lo habitual. Y coches. Ah, y perros: «Se permiten perros». Qué bien. Pero yo creo que a los perros les hubiera gustado más correr entre las plantas, ver pájaros, leer en la naturaleza. ¿O a usted le gusta más leer libros con todas las páginas en blanco?
¿Que hay o puede haber pequeños parásitos que pueden saltarles desde las plantas con la pretensión de chuparles la sangre? Pues no sé qué culpa tienen, ya que es su oficio para comer, y menos aún sé qué culpa tienen las propias plantas. O los pájaros.
Porque esa es otra. En cuatro años se ha notado. Cada vez hay menos pájaros (los gorriones, sin ir más lejos, están cayendo en picado, por no hablar de los pajarillos cantores de la huerta o los silenciosos, o de las golondrinas viajeras).
Porque los pájaros comen insectos que a su vez comen de las plantas: si nuestra educación de hoy envenena las plantas, envenena los insectos y envenena los pájaros. O los mata de hambre.
El caso es que la naturaleza es fuerte y comprensiva. En cuanto caen unas lluvias y mejora el tiempo, pues hala, nos perdona y vuelve a hacer que las cañas asomen (aunque más tímidamente), y eso que las enterramos a dos metros, o que vuelvan a brotar las acelgas, esas a las que hemos envenenado no sé cuántas veces.
Así que aquí estoy. Con la acelga. El niño se ha alejado con su perro. En las ramas desnudas de uno de esos árboles que no dan nada y en este mes de diciembre, tres pajarillos de pecho amarillo no saben qué hacer desde hace rato, y son las doce y pico de un buen día casi primaveral. No sé si se preguntan por qué están mustias las plantas desde hace unos días. Más les vale no entrar, como sí hace una pajarita de las nieves que va a un charco. Hago una foto de los pájaros con un 28mm, contra un cielo azul, y sigo mi camino.
Me encuentro a una educada muchacha de hoy: lucha con varias cajas para separar el cartón del [CH(C6H6)CH2n] o PS06 o poliestireno, y cada cosa a su sitio... en la basura. El reciclaje. No vaya a ser que nos quedemos sin naturaleza, es decir, sin pajarillos, ¿no? Qué cosas. A cien metros se les está robando lo poco que les queda, condenándolos a muerte un poco más; y, aquí, una muchacha expresa su deseo contradictorio de que vivan, pero... ¿no será que tiene perro? A un perro se le quiere mucho, igual más o menos que a un hermano, no lo ignoro, ¿y qué dueño o dueña de perro quiere que su amigo sea asaltado por garrapatas, por ejemplo?
A los perros se les quiere tanto que, por si las moscas (que también fumigamos), se les ponen collares con esto o gotas de aquello, incluso se les vacuna costosamente. Todo porque, como van a ir por aquí (el recinto fumigado), pero también por allá, y allá puede que no hayan fumigado (lo que empieza a ser difícil), pues puede ocurrir, Dios no lo quiera, un accidente: en algún lugar descuidado puede haber un insecto hambriento, terrible, que le saltara encima a su paso para alimentarse de él y vete a saber cuantas enfermedades, también terribles, le va a transmitir. ¡Y puede que después a nosotros mismos! Así que hay que estar preparados, y nuestro perro lo está: defendido y bien defendido.
Pero, entonces, ¿qué necesidad hay de fumigar? ¿Y se nos ha ocurrido pensar en el porqué del cierre del recinto, que ya lleva una semana y sigue, con carteles prohibiéndolo todo -no pueden entrar ni los coches a aparcar-? ¿No será que a nosotros también nos pueden hacer algo -hoy o, peor, mañana, cuando no sepamos de dónde ni de cuándo- estos pesticidas, herbicidas, insecticidas y deicidas? Lo que es seguro es que, hoy, ya nos lo hacen al bolsillo (las facturas las pagamos todos), a nuestros acompañantes de las otras especies, a la belleza, a nuestros recuerdos.
Cada día hay menos abejas, menos golondrinas, menos gorriones. Cada vez hay más páginas en blanco, más césped falso, menos agua para todos (¿los pájaros no cuentan?). Cada vez somos más, pero estamos más y más solos.