Salvador Navarro: «La complejidad de la naturaleza supera la mejor de las exposiciones»
«Desde los humanos primitivos, la sensibilidad hacia el entorno fue la motivación principal para dar respuesta a lo desconocido»
G. S FORTE
MURCIA.
Martes, 18 de enero 2022, 21:32
La sensibilidad por la cultura y el amor por la naturaleza han producido en la mente del antiguo director del Museo de los Molinos del ... Río (durante 13 años) un cóctel de reflexiones muy bien maceradas. Salvador Navarro (Murcia, 1955) aclara que como «profesor de educación de adultos, gestor cultural de museos y en las asociaciones ciudadanas, de vecinos, de protección del patrimonio, culturales y protección de la naturaleza, siempre he procurado mostrar que nuestra relación respetuosa y sostenible con la naturaleza es la única salida a la crisis ambiental que hemos provocado».
–¿Percibe alguna relación entre la sensibilidad hacia el arte y el cuidado de la naturaleza?
–Sí, es un hecho que podemos comprobar. Desde los humanos primitivos, la sensibilidad hacia la naturaleza fue la motivación principal para dar respuesta a lo desconocido. El sol, la luna, las estrellas, los ciclos naturales, el nacimiento, la vida o la muerte, eran incomprensibles para sus conocimientos. La respuesta más inteligente de ese periodo fueron las primeras expresiones con sensibilidad que llamamos arte y que han resistido el paso del tiempo: las pinturas rupestres, que aún podemos contemplar en las cuevas del norte de la Península o en abrigos rocosos del Levante. Esa relación entre arte y naturaleza se ha mantenido desde la prehistoria hasta nuestros días con infinidad de respuestas. Todas han tenido una sensibilidad artística y todas han fracasado al pretender apropiarse de la naturaleza. La pugna entre humanidad y naturaleza ha sido una constante.
«La generación a la que pertenezco es la que impide que la actual proteja mejor el planeta»
–¿De dónde viene su vena conservacionista?
–Dudo sobre si la respuesta es desde la infancia. Los primeros cuatro años de mi vida los pasé en un entorno de huerta, donde ahora está el Auditorio de Vistabella. Mi adolescencia transcurrió entre el barrio de Vistabella y el campo y la playa de Mazarrón. La luz del sol, el entorno, la vegetación de palmera, naranjos, hortalizas; el agua, con la acequia pasando por la puerta, de donde me sacaron más de una vez a punto de ahogarme; los pájaros, insectos, los animales domésticos, gallinas, conejos, el perro, incluso una cabra... Todo eso puede ser el origen que me permitió entender, sin darme cuenta, que se puede convivir con la naturaleza sin agotarla.
–¿Llevamos camino de acabar viendo nuestra riqueza medioambiental únicamente en los museos?
–Tengo la seguridad de que no. La toma de conciencia social demanda espacios naturales donde la complejidad de los ecosistemas sea reconocida, respetada y protegida. Convivir sin destruir es la opción más inteligente. Estamos a tiempo. La generación actual tiene la capacidad intelectual, la conciencia ambiental y la formación técnica necesaria para conseguirlo. Mi generación, los que nacimos en la mitad del siglo XX es la que se lo está impidiendo. Aún estamos a tiempo de facilitar el relevo generacional que les permita proteger el planeta para las generaciones siguientes.
–Aparentemente estamos más concienciados que nunca, pero tampoco parece que pase gran cosa si nos cargamos nuestro Mar Menor, por ejemplo. ¿Cómo se entiende?
–Ha dicho muy bien: aparentemente. La conciencia ambiental crece en la sociedad aunque trasladar esa conciencia a la práctica es más arduo de lo que parece. La ciudadanía aún mantiene un sentido posesivo muy arraigado, que le lleva a creer que puede disponer de la naturaleza a su antojo. Estamos equivocados si consideramos que el Mar Menor es nuestro y que por lo tanto podemos usarlo sin control, contaminarlo, destruirlo y acabar con su equilibrio. Durante siglos ha sido generoso dándonos recursos naturales de forma sostenible, beneficios saludables en baños, paseos, deporte, descanso... y al dejarnos contemplar su belleza. Pero aún le pedimos más. El cambio producido durante el siglo XX de un modelo económico sostenible a otro extractivo (con minería, pesca, urbanismo y agricultura, entre otros) ha llevado a que el ecosistema del Mar Menor colapse. En los años ochenta ya éramos conscientes y se adoptaron medidas legislativas regionales, la legislación estatal y europea iban en el mismo sentido. Fue inútil. Una se derogó, y de las otras dos se ignoró el cumplimiento. Se investigó por la Fiscalía y se ha ido ralentizando en los juzgados hasta el punto de resultar casi inútil. Ahora el Mar Menor está muy contaminado, es frágil y necesita cuidados. La inquietud espontánea que se ha manifestado en los últimos años para la protección de la naturaleza y del Mar Menor se está materializando en el crecimiento de la afiliación a las organizaciones ambientales, que son imprescindibles, pues surgen para ser críticas con el poder sin aspirar a estar en el poder. Son una escuela de aprendizaje y práctica de la conciencia ambiental. En mi generación estuvimos ocupados en alfabetizarnos en convivencia, democracia, derechos laborales, educación, cultura... y dejamos para después, o se nos olvidó, la protección de los más desfavorecidos: los menores, la mujer, las minorías étnicas y culturales y, por supuesto, la naturaleza. Ahora les debemos el reconocimiento a su sacrificio y, en lo posible, reparar el daño producido.
«Las organizaciones ambientales son imprescindibles: critican al poder sin aspirar a estar en él»
–¿Qué rincón natural de la Región merece una exposición?
–Todos los rincones naturales de la Región son dignos de ser expuestos para conocerlos y respetarlos. No obstante, creo que hay que conocerlos y admirarlos en el mismo lugar donde están. Las exposiciones son una forma antigua de conocer, de comprender y también de poseer lo que era incomprensible e inabarcable. ¿Se puede meter la naturaleza en una sala de exposiciones? Son válidas para aproximarnos a su conocimiento, pero el lugar para conocer, comprender y respetar la complejidad de la naturaleza es en la misma naturaleza. Solo con dejar que nuestros cinco sentidos, convenientemente adiestrados, perciban la complejidad cambiante de la naturaleza se supera la mejor de las exposiciones.
–¿Y qué museo de la Región deberíamos adorar como a la madre tierra?
–Para mí sería suficiente con respetar cualquier 'museo de sitio'. En la Región, dada la variedad de culturas que han transitado por ella y la diversidad de ecosistemas, hay muchos y de excelente calidad que permiten ser considerados adorables o de importancia. Desde La Bastida en Totana, el Teatro Romano de Cartagena, el yacimiento de San Esteban, el palacio de las Claras o Monteagudo y el Castillo de Lorca, todos permiten observar cómo nos hemos relacionado con la naturaleza al ubicarnos en lugares donde obtenemos los recursos necesarios para vivir. Por vínculo personal y conocimiento incluiría el Museo Hidráulico de Los Molinos del Río Segura. Es la primera obra de ingeniería civil de la Ilustración que se realiza en la ciudad de Murcia. Un ejemplo del aprovechamiento de la energía hidráulica para uso industrial de forma sostenible.
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