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Es jueves día 4 de enero por la mañana, pero en el circuito de velocidad de Fuente Álamo sigue siendo, sin importar la hora, la climatología o la luz, completamente Nochevieja. Al menos para el más del millar de asistentes que resisten en la 'Big Fucking Party 2024', el multitudinario festival nómada para festejar el fin de año que sorprendió a las autoridades de la Región de Murcia tomando las instalaciones el pasado sábado 30 de diciembre, y que, aunque ha empezado a perder inercia, seguirá haciendo sonar la música de forma ininterrumpida, como poco, hasta mañana, sábado. Esa es la fecha que se dan para clausurar el evento los propios asistentes, única fuente a la que acudir a falta de organización oficial.
El paso de los días ha reducido la fiesta a su esencia: un reducto de gente que baila de cara a una pared de bafles durante días; que va y viene de algunos de los cientos de vehículos aparcados para dormir, comer, darse un descanso antes de retomar la marcha o cumplir con otras necesidades. Hay coches, caravanas, furgonetas, camiones frigoríficos, tráileres y hasta un autobús de dos pisos con baño, ducha y todo tipo de comodidades. Casi todos los vehículos han sido acondicionados como viviendas sobre ruedas. En sus techos pueden verse ondear varias banderas piratas, la enseña más repetida en el pequeño poblado temporal donde conviven acentos y nacionalidades diversos, y que, en lugar de calles, tiene curvas y chicanes.
El ecosistema que forman los festivaleros ha ido moldeando una organización que todos achacan a una combinación de civismo y buenas intenciones. «Aquí la gente es muy respetuosa», señala un joven que despeja una zona del suelo para tumbarse junto a su perro, uno de los muchos que hay. La recogida de basuras ha ido agrupando los residuos en montículos ordenados cada cierta distancia, hay puestos vendiendo camisetas, barras especializadas en cócteles y venta de alcohol, un lugar para el intercambio artístico, zona de hamburguesas y un horno donde por las noches venden pizzas recién hechas a cinco euros, y cuya barra, ante su cierre por descanso del personal, aprovecha uno para esnifar 'speed'. El menudeo de drogas tampoco ha parado en cinco días.
Mateo, un joven de Valladolid, vende ketamina. Lleva un cartel colgado del cuello que sirve como saludo y, a la vez, como reclamo comercial: 'Keta-l?'. Lo muestra entre risas. También hace tatuajes. «Me he traído la máquina y estaba por poner ahí un cartelito, pero al final me he liado con la fiesta y ni la he sacado», reconoce. Está inmerso en la negociación con Billy, un granadino de 23 años que le ofrece cerrar un trato si se decide a pasar por la ciudad de la Alhambra cuando todo acabe. Aunque la mayor preocupación del vallisoletano es quitarse de encima lo que lleva ahora: «No puedo salir de aquí con esto».
-¿A cuánto te dejan la 'keta'? -pregunta Billy.
-Según, pero a unos 750 euros el litro, que son 50 gramos. Pero vamos, menos de 20 euros el gramo, seguro.
-¿Haces envíos?
Finalmente acuerdan ultimar el negocio en otro momento. «Pasa a verme antes de volverte a Valladolid, que yo allí vendo que flipas», sentencia el granadino para convencerle. «'Okay', apúntate mi Instagram», accede Mateo. «No me queda batería», repone el otro. Un rato después, Billy estará bailando sin camiseta con dos usuarios de Instagram escritos con rotulador en el brazo y en el pecho: los dos primeros tatuajes de Mateo.
Los controles permanentes que la Guardia Civil realiza en las entradas y salidas de las instalaciones desde hace días no han provocado problemas de suministros, legales ni ilegales, en la fiesta. «Tenemos de todo para aguantar hasta Reyes», presume un festivalero con acento francés mientras ofrece una cerveza a todo el que pasa. A poca distancia de él, una furgoneta anuncia, con la puerta abierta, que dispone de cerveza fría, cocaína y hachís. El propietario cambia de opinión cuando ve acercarse al cámara de una televisión nacional. Disimuladamente introduce el cartel en el vehículo y, rotulador en mano, corrige la oferta. Vuelve con su nuevo anuncio, esta vez sin rastro de estupefacientes: «Una cerveza, 2,5 euros. Cinco cervezas, 10 euros».
«Los que quedan ya son los zombis», asegura el dueño de la furgoneta mientras acomoda otro palé de latas sobre el suelo. Lleva cinco días instalado en el lugar y ha visto decaer el ambiente. «Todo esto ayer eran escenarios -apunta señalando el fondo de una curva-. Todo hasta allí abajo. Había siete. Ya solo queda este».
Algunos, como él, llevan desde el sábado en el festival y no planean irse hasta el desmontaje definitivo. Otros buscan ya la forma de regresar a sus casas. Es el caso de una pareja de italianos que camina por uno de los viales de tierra que permiten la salida de los coches de la zona. «¿Está ahí la Guardia Civil?», preguntan. Y lo está. También por el otro lado, como probablemente descubran más tarde. «Queremos irnos a Valencia. Mis padres viven ahí», cuenta el chico, con rastas en el pelo y un chándal ancho con capucha. «Nos iremos cuando encontremos una ruta segura». Y es que el mayor riesgo que aprecia es pasar un control de la Benemérita, aunque hay otros. En los últimos dos días, el 061 ha tenido que entrar dos veces al recinto, según fuentes del dispositivo. Una por la mordedura de un perro en la cara de uno de los asistentes, que le provocó un desgarro en el labio, y otra por una caída con politraumatismos.
Con todo, en la fiesta siguen apareciendo caras nuevas que han sorteado el dispositivo de control de accesos y «de no retorno» anunciado por la Delegación del Gobierno. La mayoría, españoles. Dos chicas que no deben pasar los 20 años cuentan que llegaron a las tres de la mañana del día 4 desde Alicante en un 'Blablacar'. Los amigos de Billy llegaron el día 3. «Hay muy buen rollo. No hay ni una pelea y nadie se mete con nadie. Solo estamos disfrutando, y nos vamos a quedar hasta que acabe», apunta. «¿Que qué vamos a hacer con la comida?», dice sonriendo. «Llevamos algo en el coche, pero luego llegas, te drogas y al final no comes».
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