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Uno de los platos de La Niña Guindilla, en Murcia.
Diversión y desenfado
GASTRONOMÍA

Diversión y desenfado

La Niña Guindilla solo dispone de cinco mesas y una carta manejable con cierto guiño a una sencilla y sabrosa cocina internacional

SERGIO GALLEGO

Sábado, 7 de enero 2017, 08:30

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La Niña Guindilla parece una antigua casa reformada y rehabilitada con muebles reciclados, y convertida en un local íntimo de tan solo cinco mesas de lo más acogedor y cercano que podemos encontrar en Murcia capital. Sus propietarios, que son pareja, hacen de cocineros y camareros los siete meses que lleva abierto el espacio gastronómico. Una aparente falta de pretensiones más allá de las de hacer felices a los clientes, una carta variopinta y un toque de sabor en los platos de aire internacional hacen que te sientas como en casa.

Los dos bocados más flojos forman parte de los entrantes de la carta: la croqueta de jamón, que encuentro crujiente y sabrosa, pero con una bechamel secante, como si admitiese más leche para quedar más jugosa; y una empanadilla de atún rojo con sabores cítricos, casi florales, pero con poca presencia del pescado. Ojo, que no están mal, pero aún con recorrido de mejora para ponerlas a la altura del resto de la carta. También pruebo un rico tomate asado en casa con mozarella y aceite de albahaca a modo de ensalada al centro para aligerar la comida.

Pero el baile festivo comienza con el cebiche de corvina, aderezado con manzana verde, pepino, tomate, lombarda, cilantro y una buena cantidad de ácido cítrico, en vez de leche de tigre. Es cierto que no hay un solo bar, restaurante o taberna de colegio que se precie sin cebiche o tartar de atún en su carta, pero el de La Niña Guindilla es diferente y muy recomendable.

De la segunda parte de la carta pruebo dos bocatas deliciosos. Por un lado, uno de panceta, canónigos y cebolla frita con mostaza a la antigua y, por otro, un bánh mì -bocadillo vietnamita- a base de secreto, cebolla, lombarda, mahonesa japonesa, cilantro y kimchi -salsa coreana- absolutamente delicioso. Además, la cocina tiene el detalle de calentar un poco el pan, con lo que es fácil que pudiera comerme seis de estos viendo un partido del Real Murcia.

Pero el plato que no deben perderse es el que encontrarán en la sección 'Para terminar' junto al tataki de atún, las patatas paja con huevos y jamón y la carrillera estofada. Se trata del pollo marinado con fideos orientales; el marinado me recuerda al curri rojo tailandés, con un punto picante, floral y cítrico a base de la piel de la lima y del jengibre. Los fideos de arroz acompañan a la perfección a este profundo y sencillo plato.

Pero no toda la carta tiene este aire oriental, también encontramos sardinas 'tempurizadas' -la tempura es española-, humus de albahaca y cuquillo, patatas al puñetazo con 'cheddar' y beicon, mojo verde o una salsa especial de la casa; pulpitos 'tostaicos' con su aliño, alitas de pollo o hamburguesas caseras de atún o de ternera.

Entre la tarta de queso y la crème brûlée de Baileys me decanto por el plato francés y no me equivoco. Con una buena capa de caramelo recién hecho en la superficie -como lleva la crema catalana- para ir rompiendo con la cuchara, la textura del dulce se presenta perfecta. Ciertamente, con un sutil toque de licor de güisqui.

El restaurante no tiene teléfono, ya que las reservas solo se pueden hacer por mensaje de Facebook. Además, la carta de vinos la componen solo tres tintos y tres blancos que puedes tomar por copas o botella completa, pero es sin duda uno de los espacios gastronómicos con más magia de los que he estado últimamente. Larga vida.

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