El ingeniero retenido en Vietnam regresa a Cehegín tras una huida de película de 40 días
Diego López, que escapó a Laos el 22 de marzo y luego consiguió cruzar a Tailandia, llegó este viernes a Madrid en un vuelo de españoles repatriados por el coronavirus
«Estoy muy emocionado de estar aquí, porque ha sido muy duro». Con ojos vidriosos, «aunque no soy de llorar», Diego López, el ingeniero ceheginero de Caminos retenido en Vietnam desde diciembre, relató este viernes a LA VERDAD todo lo que ha tenido que vivir desde que el 19 de marzo comenzó a ejecutar su plan para fugarse del país asiático, ante la situación de inseguridad jurídica que sufría desde que las autoridades le retiraron el pasaporte. Había viajado hasta ese país asiático para testificar en una investigación por las deficiencias en la construcción de una autopista, en la que trabajó como jefe de proyectos para la compañía española OHL.
Después de tres meses abandonado a su suerte en el país vietnamita, y ante las negras perspectivas de que la situación se eternizase en el laberinto burocrático de un régimen comunista y sin ayuda diplomática, tal como ha denunciado en todo este tiempo, tuvo claro que no le quedaba otra opción que salir por su cuenta a toda costa.
Sin pasaporte
Algo ya complicado, pero más aún con la sombra del miedo sobrevolando por el coronavirus y el bloqueo de las comunicaciones. De ahí que, con todo el arrojo del mundo y sin pasaporte, emprendió un periplo de película. Y tras 40 días de huida -con la única compañía de su mochila de agua, en la que guardaba algo de ropa y sus pocas pertenencias-, logró atravesar Laos y Tailandia y acabó felizmente el viernes con su subida en Bangkok a un avión de repatriados españoles por la pandemia, que aterrizó en Madrid pasadas las nueve de la mañana por la diferencia horaria.
De ahí, un AVE hasta Albacete, donde le esperaba su hermano para traerlo en coche a tierras murcianas. Y, por fin, en Cehegín, «en mi casa», donde se confinará a la espera de que le hagan las pruebas de detección de la Covid-19, aunque ya se hizo unas en la capital tailandesa antes de volar.
«He estado hasta dos y tres días sin comer. A veces saciaba el hambre con algunas galletas y agua. Me he tenido que esconder en la selva y dormir acurrucado a la intemperie», rememora Diego, que es consciente de que lo vivido supone un antes y un después. Porque pasan muchas cosas por la cabeza cuando uno se enfrenta a la incertidumbre de lo que pueda ocurrir al día siguiente, «incluidas amenazas de muerte por parte de los inspectores de la investigación».
Un proceso kafkiano, en el que las garantías y los compromisos oficiales de tomarle declaración y permitirle dejar el país se desvanecieron desde el primer momento, por lo que tuvo que costear de su bolsillo todos los gastos de alojamiento y manutención.
«Con el agua al cuello»
Claro que poco podía imaginar Diego que volver a España le iba a costar tanto, empezando por un viaje en moto de muchas horas hasta la región que limita con Laos. Desde allí pudo cruzar a través de un río, a escondidas y de noche, «con el agua al cuello» para evitar el paso fronterizo y burlar a la policía que vigilaba la zona. Ese otro país, caracterizado también por la opacidad, lo recorrió durante cinco días, mientras trataba de hallar la manera de seguir con su avance y llegar hasta Tailandia, donde también entró vadeando otro río.
«Hasta me buscaron con una barca, con focos, porque me habían oído moverme. Los tuve apenas a diez metros. Llegué a pensar que me cogían. Pero lo conseguí», recuerda ya con la tranquilidad de la distancia. También en Laos consiguió eludir con suerte muchos de los controles con los que se encontró. Y siempre dando pasos con sumo cuidado: intentando esquivar a los agentes de seguridad en las calles o en los autobuses, por lo que optaba por los transportes privados; dando largas sobre su documentación en los hoteles, y tratando de encontrar aliados en los consulados, incluido el alemán en Laos, «donde se desentendieron igualmente».
La situación cambió cuando obtuvo el apoyo del cónsul español en Bangkok para poder volar a España, a pesar de no contar con registro de Inmigración. «Le estoy muy agradecido por su ayuda pese a las dificultades», que fueron enormes, ya que sufrió hasta tres intentos fallidos de embarcar porque las compañías lo rechazaban al carecer de pasaporte.
«He tenido momentos de mucha tensión, y siempre tratando de actuar con mucha discreción para no levantar sospechas», reconoce. De hecho, después de los primeros dos meses alojado en un modesto hotel de Hanoi, donde pasaban las semanas sin ser citado al juzgado y sin que se presentasen cargos contra su persona, decidió desplazarse a Da Nang, ciudad en el centro del país, que conocía de los años en los que estuvo trabajando allí en la construcción de la autopista.
Una moto para iniciar el camino
Fue ahí donde planificó todo para abandonar definitivamente Vietnam el 22 de marzo, después de que lo citaran de nuevo -con amenazas de por medio- para ir a declarar a la capital. Partió hacia el oeste en la moto que le dejó un conocido y que luego abandonó para esperar unos días, escondido, hasta encontrar ese momento propicio para cruzar la frontera.
En una reflexión escrita para sus amigos, este valiente ceheginero resume su odisea final con el ejemplo de una partida de ajedrez: «Quedaba un último movimiento y alguien gritó: '¡Las negras juegan y ganan!'». Y ese era él, «un insignificante peón» que al final salió victorioso. Y es que «la paciencia, la concentración, una genialidad y, por qué no, algo de suerte, ausente hasta ahora, podían cambiar el signo de la partida en cualquier momento». Y así sucedió felizmente.